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Crónicas de la Nada

Crónicas de Eva y Adán

El destino de Eva

El destino de Eva

El destino de Eva es tener siempre el corazón traspasado por una espada.

Ella y sus descendientes.

El dolor siempre acompaña al Amor, y Eva ama tanto que es imposible para ella no sufrir cuando a sus seres queridos les agobia los sinsabores.

Ama porque es madre, y sufre por lo mismo.

Si el hijo cae, a Eva le duelen sus heridas. Si no tiene dinero, a ella se le parte el corazón. Si fracasa, Eva llora con él.

El dolor más grande es cuando un hijo parte antes que ella, porque entonces Eva muere con él.

No es un castigo, es su destino.

Nadie es capaz de amar tanto como ella, y a nadie ama tanto como a sus hijos. Y por nadie sufre más que por ellos.

Todas las descendientes de Eva están marcadas por el mismo sortilegio. Ni siquiera María, madre de Dios, pudo escapar a ese destino.

Es su destino sufrir por amor.

Vida y Muerte

Vida y Muerte

Cuando Caín dejó caer sobre Abel todo el  peso de su rencor y enojo en esa quijada de burro se convirtió en matricida.

Fue Abel quien cerró los ojos para siempre, pero fue Eva quien ya no pudo vivir. Caín la mató dos veces.

Eva perdió la alegría que siempre se veía en sus ojos; la sonrisa se convirtió en una mueca agradable, pero sin sentido; todas sus noches vieron llover lágrimas; la vida se convirtió en una infame prisión.

Perder un hijo mata. Eva perdió a dos en el mismo momento.

Y ya no supo cuál despertaba mayor dolor, si la ausencia del hijo que estaba ahora en el regazo del Señor, o el martirio de no saber dónde estaba Caín,  ni qué sufrimientos y remordimientos cargaba su otro hijo.

Dios no da explicaciones,  y la mente humana no siempre encuentra respuestas.

Eva vagó desde entonces por la vida, tuvo otros hijos que le dieron alegrías, nietos que la despertaron, y mucha descendencia alcanzó a ver antes de partir a reunirse con su hijo.

Pero nunca desapareció ese doble dolor, y muchas veces aplastaba las euforias nacientes.

Una gran parte de ella, había muerto dos veces y sólo le quedaba la vida necesaria para caminar.

Adán veía todo eso y terminó por resignarse a la soledad. Siempre estaba ahí para cuando Eva lo necesitará, aunque supiera que Eva ya navegaba en un mundo propio.

Una tarde que caminaba siguiendo los pasos del sol en el ocaso, Adán sintió que Dios caminaba junto a él. El Señor está en todas las cosas, pero el hombre poco lo ve, y menos aún lo percibe. Y sin embargo, está en la efímera belleza de la flor, en la sonrisa de un niño, en las ilusiones de las adolescentes, en la paz de los viejos, y en cada paisaje que la Naturaleza nos regala. Es tan Grande, que puede estar incluso en lo prohibido que se hace con Amor.

Adán pensó mucho, hasta que decidió preguntar: ¿Por qué?

No ocupaba decir más, Dios comprende.

- La Muerte no existe, Adán, es sólo el reflejo y la personificación de nuestros miedos.

Adán entendió. Morimos cada vez que los miedos vencen.

- La ausencia duele cada día, Señor. y mucho.

- La eternidad es inmensa, Adán. Y ahí todos están.

Dios sonrió. Ni la misma Madre de Dios dejaría de sentir el pecho traspasada por la espada del dolor. Eva, con su dolor, sólo iniciaba el proceso de la Salvación.

- Y la Vida, como el Amor, siempre se impone. 

El Sueño de Eva

El Sueño de Eva

En Paraíso todo era bello.

La Naturaleza vivía ahí de manera plena y cada día pintaba sus mejores cuadros sobre el lienzo de la vida. Se levantaba muy temprano a pintar amaneceres, por la tarde le gustaba dibujar ocasos y en las noches plasmaba sobre el firmamento un mundo de estrellas y soles lejanos, con efecto tan espectacular que muchas veces el ojo alcanzaba a ver la fugacidad del destello que hacían las estrellas cuando se amaban a distancia.

A Adán le gustaba levantarse temprano para contemplar esos regalos que la Vida -y la Vida es Dios- le entregaba a cada momento sin cobrarle nada por estar en primera fila.

Le gustaba caminar, salir, platicar con quien se encontrara y a veces perder el tiempo filosofando sobre la suerte de estar vivo y cómo mueres un poco cada día, y cómo algunos mueren por adelantado un poquito, al desperdiciar días enteros a la espera de sus días de fiesta y holganza,  que consumían en rápidas 24 horas.

A Eva eso no le interesaba.  Ella sólo quería dormir, levantarse tarde, dormir otro rato por la tarde y encerrarse en las labores domésticas hasta que llegaba la hora de dormir nuevamente.

Por eso Adán escapaba y salía a buscar amigos o en qué entretenerse para no perder la vida sentado viendo a Eva vivir la suya, tan feliz en casa.

Una de esas mañanas veía el cielo pintarse lentamente de azul, tapizados con nubes que iban blanqueándose en un juego de claroscuro que ni Rembrandt con todo su talento podría crear tan rápidamente y sin error.

El Señor vio a Adán tan pensativo que le dejó el pincel a un ángel travieso que aprovechó para dibujar nubes con figura de unicornio, helados de fresa, galletas Marías y otras deliciosas ocurrencias.

Se sentó junto a Adán en silencio, porque Dios no pregunta pues todo lo sabe. Y lo que más sabe es escuchar.

- Sabes, Señor - dijo Adán tras unos minutos de estar juntos- a veces siento a Eva distante, en su propio mundo, distinto al mío.

-Así son las mujeres, tienen su propia vida.

Adán revolvió con el pie unas hojas de árbol extraviadas, sueltas y crujientes, mientras hallaba el sentido exacto a las palabras para expresar lo que sentía.

- Si, lo sé, pero es que parece hacerle mucho más caso a Morfeo que a mí, como si su mundo estuviera siempre en los sueños.

Dios, que todo lo sabe, sonrió.

- No te quejes de Morfeo,  al cabo es un dios que no existe, y al menos la deja unas horas libre.

Luego miró a la lejanía, donde el futuro se fraguaba  indeciso.

- Peor le irá a los hijos de tus hijos cuando inventen el smartphone y el Facebook, y sus mujeres se lo lleven hasta la cama.

Y luego, con un suspiro, concluyó:

-          Se olvidará hasta de la manzana.

El amor del hombre

El amor del hombre

Adán nunca fue niño.

Por eso siempre guardó una inocencia sobre la vida. Esa inocencia lo llevó al mundo, cuando aceptó morder la fruta que Eva -también en su inocencia- le ofreció.

O quién sabe. Tal vez Eva quería cambiar de casa, y vivir más solos.

Adán nunca pensó eso. Como hombre sin experiencia, tenía mil interrogantes más, antes de pensar en cómo entender a su mujer.

Cuando le venían esas dudas, vagaba por Paraíso, el lugar a donde todos fueron a caer tras la expulsión del Paraíso verdadero.

Ahí lo visitaba Dios, y él le hacía mil preguntas.

Pero otras veces, lo dejaba solo, para que él encontrara su camino y fortaleciera su intelecto.

Adán paseaba, miraba las cosas y pensaba. La Serpiente, aún cuando era él mismo y no la personificación de alguien, era astuta e inteligente. Y estimaba a Adán, por lo que a través de él les habían hecho.

Por eso, le gustaba encontrárselo en los caminos, y acompañarlo en sus interrogantes.

- Serpiente, me preguntó por qué casi todos los seres de la creación son libres para amar a una y otra hembra, y no se ven atados a una sola. Creo que soy el único que debo ser monógamo, y no es justo.

- Nada es justo en la tierra, Adán - respondió Serpiente, que de pagar culpas ajenas, sabía bastante.

- Sí, pero convivir con Eva no es fácil, y a veces me siento sólo. No estaría de más otra compañera para esos momentos.

Serpiente no pudo evitar sonreír, aunque su sonrisa, por más amigable que sea, siempre se ve perversa.

- Y no has visto a tus hijos- Serpiente podía ver el futuro, aunque no platicar mucho de él.

- Vendrá Abraham, con sus dos mujeres, de donde saldrá una estirpe que tendrá más hijos que estrellas en el cielo, Jacob con las dos mujeres, hermanas por las que trabajó muchos años para obtenerla. Vendrá David que le roba su mujer a su soldado, y Salomón con 700 esposas y 300 concubinas. Y todos serán hombres de Dios.

Para Adán, eso era difícil de entender .

- Ves, y yo sólo con Eva.

- Serán tiempos distintos, seguramente -comentó Serpiente, que cuando no sabe o entiende algo, prefiere sembrar la semilla del enigma.

 

-Pero aunque tú seas el único ser de la creación destinado o condenado a procrear con una sola mujer, siempre tendrás otras ventajas -filosofó Serpiente.

- Cuando el hombre se acerca a una mujer, va siguiendo el instinto de multiplicarse -continuó- El hombre siembra, la mujer germina la semillla. Es la ley de la naturaleza, y la hizo Dios, por tanto, debe ser buena.

Pero lo mueve el instinto, el gusto por la hembra, por la feminidad, por el sexo, por la ternura, por la calidez, y todo eso que sólo proporciona la mujer.

La mujer lo va atrapando a base de promesas y cumplimientos postergados, para que sólo este con ella.

Pero viene una ventaja para el hombre. Descubre que puede hacerle el amor a la mujer de mil maneras. Que no siempre se necesita la unión carnal para ello, aunque cuando lo logra se vuelve algo más allá del instinto, algo sublime y encantador.

Encuentra que cada vez que le toma la mano, le hace el amor. Que cada vez que le dice una frase hermosa, creada para ella, le hace el amor. Que cada mirada, cada recuerdo conjunto, es hacer el amor. Que le hace el amor por la palabra, a través de los otros sentidos, principalmente el oído.

Cada palabra, cada sonrisa, cada "hasta luego", es como hacerle el amor.

Por eso el género humano es el rey de la creación, porque Dios le concedió maneras distintas para consumar el llamado de la Naturaleza.

Y eso, sólo el hombre lo tiene-, concluyó Serpiente.

Entonces Adán comprendió que cada uno de sus hijos podría hacer el amor con mil mujeres, y al final, cuando fuera viejo y su vigor decayera, podría seguir haciéndolo con la mujer elegida.

La miel

La miel

Desalentado, Adán Pérez se sentó en el rincón de la cocina.

No sabía si explotar de enojo, llorar de desesperación o simplemente dejar que la apatía venciera.

Siempre es lo mismo, pensó, mientras recordaba escenas comunes en su vida. Nunca hallaba nada, por más que revolvía, y luego, llegaba Eva y se lo daba en un instante.

También tenía miedo de que las cosas se cayeran cuando hurgaba en los cajones, pero eso no era suficiente argumento para esconder su inutilidad en las pesquisas caseras.

Volvió a ver por toda la cocina, buscando un escondrijo donde pudiera estar el pote de miel que buscaba, y salvo que cupiera en las fisuras de la pared, era imposible que estuviera ahí. No se veía por  ningún lado. Sólo que por la mañana, lo había visto en la mesa, lo había degustado golosamente, y sabía que aún había bastante en el frasco.

Tendría que estar por algún lado. Ni modo que se hubiera evaporado. O que se hubiera transmutado en cuchara, o en cucaracha y luego hubiera salido corriendo por la ventana.

En algún lado debería estar. Envalentonado, se arrojó de nuevo contra la inconmensurabilidad de su ineficiencia detectivesca y volvió a meter mano en cajones, vasijas,  y en todo lugar posible.

Al fin, se declaró perdedor. Miró con desconsuelo su pan, huérfano de dulzura. Podría ponerle azúcar, pero no le atraía el sabor dulzón y empalagoso que le quedaba en la boca. En cambio la miel, era deliciosa desde su transparencia ambarina, su aroma que se asemejaba a los olores del paraíso, y esa dulzura, suave, como la piel de Eva.

Esperó hasta que el calor del mediodía venció al sueño casi eterno de Eva. La vio bajar, lentamente, buscando la claridad de las cosas, y tanteando con paso inseguro el camino hasta donde estaba Adán.

-          ¿Y la miel?- preguntó anheltante.

Eva se dirigió con paso seguro a un estante, y sin mayor problema la encontró entre un montón de vasijas y cajas de cereal a medio consumir.

-          Es que nunca encuentro nada, todo se pierde aquí- le dijo, mitad queja, mitad esperanzado.

-          Es que tampoco nunca haces nada. Así como sabes dónde las guardamos.

Adán  sonrió y optó por la miel, siempre dulce, aún recién levantada.

Hembras

Hembras

Las caminatas de Adán Pérez se vuelven largas cuando Eva está de mal humor.

Y al menos tres días al mes su mal humor es peor. Todo le molesta. Si Adán dice sí, ella calla, hace un gesto que cree imperceptible y no vuelve hablar. Si Adán dice no, ella hace lo mismo.

Por eso Adán se va a caminar, y no vuelve hasta que siente acabado el proceso. Cuando sale, Eva se molesta, y conforme pasan  las horas, el sentimiento de vuelve de enojo, cólera, porque aunque es la única mujer en el mundo, los celos no se pueden evitar. Es parte de su feminidad.

Adán sigue fuera, y Eva pasa a la tristeza, primero por lo incomprensivo de su hombre, que la deja sola, luego a la tristeza de no verlo. Pasan las horas, y los sentimientos cambian. Es entonces cuando Eva comienza a imaginar que algún dinosaurio se lo comió, y no recuerda que los dinosaurios hace mucho se extinguieron.

Quizá una roca cayó y lo dejó como puré de humano, o un bisonte lo atropelló. Cuando Adán calcula que está en esa parte del proceso, regresa a casa, y ella lo recibe con fingidos reclamos, que terminan en besos, apapachos y abrazos.

Es uno de los pocos triunfos de Adán. Porque Eva casi siempre gana. Tiene mejor manejo de las situaciones y sentimientos.

Adán es transparente, por eso lo pillan en todas las faltas.

Ahora, Adán ha caminado mucho. Y al paso del sendero se encuentra a muchos de sus vecinos. El León, por ejemplo, que tiene su harem de hembras. Todas para él solo.

El perro, que es muy fiel al hombre, pero tan infiel a su género, que nunca tiene pareja. Apenas siembra semilla donde puede, para preservar la especie, y vuelve a ser libre.

El mono, que como los colibríes, pica aquí, y pica acá, en la flor que le da la  gana. Sin compromisos.

Y el hombre, debe tener una sola. ¿Por qué? Se pregunta Adán.

Cuando Adán se pregunta algo, Dios camina junto a él. Y aunque vayan en silencio, van platicando.

-          No entiendo, Dios, por qué hiciste así la naturaleza, y a todos los animales les diste una libertad de vivir sin la carga de una hembra permanente. Cambian cuando quieren, apenas cumplen aquello de crecer y multiplicarse y se van. Ni siquiera tienen que trabajar.

Dios escucha, hace como que no hace caso, pero está atento.

-          Entonces, el hombre, que supuestamente es el rey de la creación, es el única esclavo, del trabajo, de los deberes, y de su hembra. Algo no es justo aquí.

-          Bueno –dice Dios por fin- puedes tener las mujeres que quieras, aunque no creo que tengas tantas costillas como deseos.

-          Con tres  o cuatro bastaría, no quiero verme ambicioso.

-          Y también puedes dejar de trabajar. Total, comida nunca falta aquí.

-          Eso me agrada.

-          Sólo piensa –y aquí Dios sonrió- que si bien tus placeres se multiplicarán, también sus pesares.

Adán imaginó noches deliciosas, una con cada una de sus mujeres. Y amaneceres desastrosos, con los rostros mal encarados de las otras.

Pensó en lo que cuatro pedirían. ¿De dónde sacaría tantas plantas de hojas grandes para hacer vestidos para tantas vanidades?

¡Y los celos! Si Eva, siendo la única mujer, sentía celos de todo, cómo sería la vida con tres o cuatro mujeres, y todas con motivo para encelarse

No, la variedad en el sexo, no compensa la angustia de tanta hembra. Sus formas no acallan su carácter.

-          Bueno, creo que quizá sea más sabio seguir así con una.

-          Bah, no te aflijas todo tiene solución. ¿Quieres disfrutar la ternura de otra mujer, sus risas, su buen humor, un cariño a toda prueba, y sin celos de Eva, aunque te pases mucho tiempo con ella?

-          Sería algo grandioso.

-          Bien –dijo Dios.

Y Adán tuvo hijas.

El placer del castigo

El placer del castigo

Adán paseaba por Paraíso con una carga de pensamientos que le hacía arrastrar los pies y alentaba su paso.

Así anduvo varios días, de un lado para otro, sentándose en cualquier montón de tierra o piedras, a divagar.

Muchas preguntas horadaban su mente, dejando agujeros que no podía rellenar. Podía entender que el Sól saliera sólo de noche, o que cada animal tuviera su naturaleza, aunque eso implicara alimentarse de otro. Era cuestión de equilibrio.

Pero donde se perdía toda proporción era con Eva. No la entendía, simplemente. Cómo, si ella evidentemente quería que Adán le adivinara sus pensamientos y deseos, y Adán podía ser muchas cosas, pero no adivino.

Y últimamente, tan enferma. Al menos eso decía ella. O eso sentía. Porque él la veía sana, y lo único que podía delatarla era la pérdida de su eterna sonrisa. Eva ya no reía, y a veces hasta aparecía en su rostro una máscara de amargura.

El Señor, que todo lo sabe, a veces también duda cuando se trata de entender a la mujer. Vio a Adán en sus enigmas, y una de esas tardes, se acercó a él. Aunque es muy Grande, puede sentarse en la más pequeña de las piedras. Y aunque escucha el clamor y las peticiones de todo, siempre oye a cada uno.

Con Adán no era problema, pues apenas eran unos cuantos en el mundo por ese entonces.

El Señor no preguntó nada, sólo se limitó a hacer compañía.

Al fin, Adán se animó a hablar:

-          Señor, creo que has hecho muy buen trabajo con toda la creación.

-          ¿Sí?  ¿Tú crees?

-          Sí – contraatacó Adán- pero creo que algo sí salió un poquito mal.

-          Dios miró a su alrededor. A la nube que se iba formando para llevar lluvia que daría agua a todos, la montaña que detenía el pasó del viento, para que el hombre creará hogares seguros, al mismo viento, cuya fuerza un día sería también dominada por el hombre. Vio a las estrellas perdidas en la luminosidad del día, formando nuevas creaciones para cuando ésta desapareciera. En fin, dio el beneficio de la duda.

-          Todo funciona –recalcó Adán cuidadosamente- pero como que Eva algo tiene.

Abierta la compuerta de la sinceridad, le contó cómo no le daba gusto con nada, como la veía trajinar todo el día, y por la noche siempre le dolía la cabeza, un pie, el estómago, el pelo, o tenía mucho sueño aunque durmiera hasta mediodía.

Siempre estaba enferma, sobre todo por las noches, y luego se encelaba porque él salía a caminar o con los amigos, o porque trabajaba mucho.

Si antes era lo contrario, ¿por qué había cambiado tanto?

El Señor sonrió. Él siempre sonríe, porque la vida le divierte. Sus hijos ven tan grandes los problemas, y no hay problema realmente grande cuando Él está al lado de sus hijos.

-          Bueno, no te lo dijeron, pero si el trabajo, que era castigo, podrán hacerlo deleite, el máximo deleite del hombre, que es la mujer, también podrá ser su castigo.

 

Marzo 6 de 2011

El arca de Noé

El arca de Noé

Muchos años vivió Adán Pérez.

En ese tiempo, la gente vivía más porque había menos cosas que le causarán estrés, no habían descubierto el tabaco ni los accidentes automovilísticos, así que lo más común era morir de viejo.

Adán vivió muchos años y conoció mucha gente.

Noé era uno de sus amigos, cuando ya Adán era viejo.

Con la experiencia que le daban sus siglos de existencia, Adán le daba consejos a Noé.  Consejos que entonces no sabía le ayudarían mucho en su futuro.

Una tarde de abril, cuando el sol resplandecía, y no se veía una gota de lluvia, platicaban:

-          Uno nunca sabe qué va a pasar –dijo Adán- y no hay como estar preparado.

-          ¿Si no sabes, cómo te preparas?

-          Buena respuesta, dijo Adán, pero siempre hay manera.

Entonces le dijo:

-          Mira, la vida es como ir en un barco navegando por aguas que no terminan nunca. Haz de a cuenta un mar que se alimenta continuamente de las lluvias. A veces nunca deja de llover y parece que nunca saldrá el sol.

Pero saldrá, porque Dios no abandona, sólo hace como que se olvida de nosotros, pero ahí está siempre, viéndonos, poniéndonos a prueba. Lo primero que debes lograr, es no perder el barco, porque pierdes la vida.

No olvides que todos vamos en el mismo barco, cuídalo. Igual, planea con tiempo, no esperes a que llueva para construir un barco, y no te apures por las críticas. Nunca le darás gusto a todos. Tú sólo haz tu trabajo.

Haz ejercicio, porque ahora eres joven y eres fuerte, pero cuando tengas 60 años, o cien años, la fuerza no es la misma. Alimentala desde ahora ,pues no sabes qué te puede pedir Dios entonces. Quizá sea algo grande.

Noé escuchaba con atención. Era joven, pero era sabio y sabía que los viejos –al menos en ese tiempo-, eran más sabios.

Adán continuo, sin saber si Noé lo escuchaba.

-          Por si las dudas, haz tu casa en tierra alta, para que las aguas lleguen al último contigo. Viaja siempre en pareja, es menos aburrido, y no te apresures, que cuando uno lleva prisa, más vale despacio. Y verás que los caracoles llegarán igual que las liebres.

-          Descansa de cuando en cuando, que no todo en la vida es trabajo. Si te estresas, flota. Además, confía en Dios, porque si no sabes cómo construir un barco o una arca, tiempos vendrán en que habrá profesionales que los construirán tan grandes como una isla, y se hundirán con facilidad. Pero si Dios está contigo en tu barco, siempre flotará.

-          Y lo mejor –concluyó Adán- siempre tendrá un arcoíris para ti.

Enero 31 de 2010

La confusión de Adán

La confusión de Adán

    La brisa corría libre por Paraíso, y el pasto crecía imperceptiblemente, pero con constancia admirable.

    El Sol vistió sus mejores galas, y las nubes se vistieron de arcoíris. Era una tarde hermosa, pero Adán no lo veía.

    Era una de esas tardes de hastío que a veces tenía en el estío, donde todo su mundo se concentraba en una o dos neuronas. Nada le atraía, sólo su aflicción o su duda.

    Dios, que sale a a caminar por las tardes disfrazado de cualquier cosa, lo vio bajo la sombra de un árbol. Solo, sin compañía, meditaba.

    Cuando sabe que tienes duda, Dios no dice nada. Sólo se sienta junto a uno. Deja que el hombre lo aborde, pero a veces, ni lo notamos. Puede estar dentro de cualquier cosa o persona. Por algo es Dios.

    Pero Adán era su hijo predilecto. Simplemente se dejaba adivinar.

-          Creo, señor, que algo falló cuando creaste a Eva.

-          No lo creo, si me dijiste que era perfecta –le respondió el Señor, recordando el gusto que mostró Adán cuando le presentó la nueva creatura.

    Adán aventó una piedra con el palo que tenía en las manos, y con el que había hecho mil figuras inexplicables en el polvo.

-          Tal vez, pero ahora que vivo con ella, me doy cuenta que algo tiene. Siempre le duele algo, o tiene frío, o le dan ganas de llorar porque sí, o le falta sueño. No entiendo, si vivimos con la misma temperatura, bajo el mismo sol, vemos las mismas cosas. Y yo no puedo sentir lo que ella dice que siente.

     El Señor sólo sonrió. Todavía le faltaba mucho camino por recorrer a la Humanidad. Y más al hombre, para entender a la mujer.

-          Entiéndela, Adán, frío, calor, dolor o alegría, lo que quiere Eva es que la apapaches.

    Y se fue el señor a jugar con las mantarayas, mientras Adán, quedaba peor de confundido.

 

Enero 24 de 2010

El silencio de Adán

El silencio de Adán

En alguna gruta oculta por el amplio mar, está perdido un escrito que habla de la creación del mundo.

Es el Génesis de Serpiente.

Lo escribió para dar la versión que sabía le negarían los teólogos y sabios de la humanidad.

Ahí yace, ileso pese a la acción del agua salada, esperando que un día el hombre pueda llegar a las profundidades del océano y lo descubra.

Dios le permitió a Serpiente escribirlo, pero le advirtió que nadie le creería: -La historia la escriben los vencedores, y el hombre se sentirá siempre vencedor- le dijo.

Aún así lo escribió, y tuvo la osadía de mostrárselo a Adán, para que lo comparara con sus propios recuerdos.

Adán, que aún no inventaba ni la política ni la diplomacia –que es el arte de decir mentiras  ocultar verdades- lo aprobó. Sólo en algo disintió: él no era tan callado como lo describía su amigo.

-Pero yo he visto como se tratan en la intimidad, donde Eva habla y tú sólo escuchas.

Adán hizo recuerdos. Sí, la palabras brotan de la boca de Eva como las gotas de lluvia en un aguacero. En una tormenta.

-Bueno –argumentó por fin- no es que yo sea callado. Más bien es que Eva nunca calla.

 

Enero 17 de 2010

 

Mucha ayuda

Mucha ayuda

Sentados alrededor de una fogata, los machos de Paraíso se quejaban de las hembras.

Sí, eran muy bonitas, pero también a veces eran muy molestas. Sobre todo cuando les daba por hacer arreglos en casa, porque los obligaban a trabajar en los ratos que ellos habían decidido dedicar a descansar.

No había forma de  persuadirlas. Eran inflexibles, y siempre había en casa algo que arreglar, un plato que lavar, una cama por tender, un cubil por asear. El trabajo no se acababa y si por alguna causa se terminaba, ellas lo inventaban.

Definitivamente no estamos hechos para trabajar tanto, decía Elefante.

Es mejor cazar, traer alimento que limpiar la cueva, decía Tigre.

Así fueron quejándose cada uno a su manera y de acuerdo a sus circunstancias. Sólo Adán Pérez nada decía.

Y vaya que Eva era de armas tomar, porque si bien la Tigresa se conformaba con que no hubiera huesos tirados por el piso, y la Mona con que las cáscaras de plátano no se quedaran bajo los sillones, a Eva le encantaba tener todo limpio, arreglado y bonito.

Hasta macetas con flores tenía en las paredes, y había creado un jardín en su patio.

Además, a Eva le gustaba la buena vida, sentarse en sillas, tener una mesa, una cama, algo que las otras hembras no necesitaban.

Todos lo sabían, por eso les extrañaba que nada dijera.

Al fin, cuando todos se habían cansado de quejarse, Adán habló.

-          Pues yo sí ayudo, y mucho.

Todos se quedaron viéndolo con sorpresa. Bien que notaban cómo salía huyendo antes de que lo atraparán en el trajín diario de la casa. Hasta un trabajo se inventó para poder salir de casa.

-          Y o ayudo mucho –dijo con suficiencia- cuando veo que Eva tiene trabajo, me hago a un lado –y luego sonrió para si mismo- y mucho ayuda, el que no estorba.

 Enero 10 de 2010

El mensaje

El mensaje

Preocupado estaba Adán Pérez porque  en el Paraíso nada había de lujos para ofrecerle a Eva.

Su vida, desde la expulsión del otro paraíso había sido de trabajo duro, largas jornadas, privaciones, sufrimientos.

Lo único que lo sostenía es que cada noche, sin importar qué hubiera pasado, ahí estaba Ella.

A veces su carácter no era fácil. Algunas veces lo recibía con ceño adusto. También ella batallaba a lo largo del día, y tenía que trabajar mucho en casa.

No siempre estaba de mal humor, pero siempre estaba ahí. Eran el uno para el otro, aún con las desavenencias que a veces surgían.

Peleaban, pero la reconciliación era dulce como un caramelo.

Adán no sabía que regalarle a Eva para expresarle todo eso que él no podía expresar.

Quiso tomar la belleza del Arcoiris, pero no supo dibujarlo. La risa cantarina del arroyo, pero no pudo imitarla.

Intentó tomar la claridad del cielo, pero no halló donde atraparla.

Caminaba cabizbajo rumbo a casa, y una vocecilla lo atrajó.

Era una florecita simple, con pétalos púrpura, sencilla como una tarde de verano. Le pedía la llevará con él, quizá ella podría interpretar todo lo que él traía en sus sentimientos y no podía hilar en sus pensamientos.

Adán aceptó. Con mucho cuidado la cortó, buscó un poco de follaje para vestirla, y la llevó a Eva.

Ella lo vió llegar con la pequeña emisaria. Una sonrisa iluminó su rostro al recibirla.

No hubo necesidad de palabras. El mensaje estaba dado.

Enero 3 de 2010

 

La Navidad de Adán y Eva

La Navidad de Adán y Eva

Adán y Eva vivían una vida monótona, donde todo era igual  el sol aparecía por las mañanas, subía a lo alto del cielo, y luego desaparecía.

Había que levantarse, trabajar cada uno en lo suyo, y por las tardes, sentarse a ver el sol, cómo desaparecía a veces tras una montaña a veces tras otro.

Pero los días eran similares, y eso aburría a Adán y Eva. Se dieron cuenta que les faltaba ilusiones en la vida, y que sus hijos tendrían el mismo mal.

Elevaron su voz a Dios, que siempre estaba pendiente de ellos. Le dijeron que estaban tristes, porque no había nada bueno que esperar, que su pecado no era tan grande como para que les diera un castigo tan duro.

Podían comprender y soportar el exilio, el trabajo, las tribulaciones. Pero no la falta de ilusión, de esperanza en un mundo mejor. Eso era lo que los mataba y consideraban el peor castigo.

Dios los escuchó  sonrió. Sus hijos mejoraban, ya pensaban por si mismos.

Entonces, sabio como siempre, les dijo:

-          Quieren ilusiones, una época donde todos son buenos, donde hay esperanza de vivir mejor, donde llegarán regalos. Les voy a mandar un día a mi hijo, que será el mejor regalo, porque llevará con Él, esperanza, fe, salvación, amor, una buena nueva.

Adán y Eva se miraron, esperanzados. Y prometieron hacer una gran fiesta cuando él volviera, y luego, cada año, para conmemorarlo, y enseñar a sus hijos a seguir esa tradición.

Así nació la Navidad y sus fiestas.

Lo que olvidaron Adán y Eva fue explicarles a sus hijos el verdadero significado de la Navidad. Por eso ahora la celebramos, y resulta ser que el personaje principal es cualquiera, menos el Hijo de Dios.

Diciembre 27 de 2009

El anillo

El anillo

Eva veía a Adán demasiado libre.

Le preocupaba lo fácil que era para él desligarse de todo, hasta de ella, para lanzarse tras un proyecto.

No importaba qué tan loco fuera o qué tan imposible, Adán lo emprendía como si en ello le fuera la vida.

Entonces, se olvidaba de todo, hasta de comer y de retozar por las noches. Eva se sentía abandonada, incomprendida. Se le despertaba el mal humor, y a veces no se aguantaba ni ella sola.

Adán seguía en su mundo. Concentrado sólo en su labor.

Cuando volvía, una vez terminado o fracasado, volvía a ser el de antes, siempre en casa, obediente, listo para lo que se ofreciera, cariñoso.

O al menos ahí estaba, y aunque no hiciera nada, ni platicara, Eva sentía que era de ella. Que lo tenía.

Muchas noches de insomnio pasó Eva pensando cómo hacer que Adán no se olvidara de todo –sobre todo de ella- por sus proyectos.

Una de tantas, mirando la luna llena que asomaba por la ventana, tuvo una idea.

Le pidió a los topos, viejos amigos, que le buscarán en el fondo de la tierra un material que no se destruyera. Quería que fuera eterno como eterno quería el amor de Adán.

También les pidió que lo buscaran hermoso, como el sentimiento que los unía. Y maleable, para hacer con él algo que Adán pudiera cargar siempre y que se volviera parte de él, como lo es el corazón, los ojos, la mente.

Los topos buscaron día y noche, sin descanso, porque en el fondo de la tierra la noche es igual que el día. Lo hallaron. Encontraron un metal limpio, hermoso, amarillo y refulgente.

Era oro.

Con él, Eva hizo dos anillos, uno para ella y otro para Adán.

-          Ponlo en tu dedo, y así, cada vez que lo veas o lo sientas, te acordarán de mi. Será como el símbolo de nuestra unión

Adán lo tomó con gusto. Era bonito, sin duda. No era eterno, pero indudablemente permanecería por muchas generaciones.

Lo usó en un dedo de la mano izquierda. Lo llamo anular, por el anillo. Lo usó ahí porque era donde menos estorbaba y donde no había tanto riesgo de perderlo.

Tampoco quería despertar la ira de Eva.

Era bonito, sin duda. Pero cuando le daba vueltas en su dedo, Adán sentía que más que adorno, era como un yugo disfrazado.

 

Noviembre 22 de 2009

Los sueños de Eva

Los sueños de Eva

Mucho quería Adán a Eva.

Todo le aguantaba, su mal humor repentino, sus caprichos, sus veleidades.

A cambio, tenía muchos momentos de ternura, otros de pasión, y asumía un encanto inigualable, que un solo momento de esos, valía por los otros.

Que tampoco eran tan malos ni tan frecuentes.

Era un equilibrio perfecto, gracias a que lo pesaban en la balanza del amor.

No todo le gustaba a Adán de ella. A veces, por ejemplo, no entendía por qué dormía tanto.

Eva podía acostarse con el sol, y levantarse con el mediodía. Y lo hacía bostezando y extrañando la cama.

A veces se levantaba temprano, cuando Adán tenía que salir, y luego volvía al lecho, a seguir durmiendo.

Morfeo –que aún no lo inventaban los griegos- era el principal rival de Adán. Y siempre perdía.

Un día, Adán se resignó, y decidió hacer su propia vida, al menos mientras ella dormía. Inventó algunas actividades, construyó una casa, hizo muchos muebles, inventó juegos.

En fin, fue creando un mundo gracias a los sueños de Eva.

Sólo que luego ella despertaba, y él estaba ensimismado en su labor, y por varias horas seguía en lo mismo.

Eva nada decía, al principio. Pero luego, un día, por fin explotó.

-         Adán, tu siempre con sus cosas, ya ni me pones atención.

Adán, sólo sonrió.

 

Noviembre 15 de 2009

La música

La música

Adán pasaba las tardes aburrido, mientras Eva andaba en sus quehaceres.

Cada uno tenía su trabajo, pero a veces no se empataban, y mientras Eva siempre encontraba algo nuevo que hacer, Adán se volvía un manojo de desesperación.

Había muchas cosas que hacer, arreglar, crear, o descubrir, pero había tardes en que Adán sentía no eran para el trabajo. Entonces, dejaba todo, se sentaba a ver las ramas de los árboles, los grillos que pasaban por el camino, o veía como las sombras de los árboles iban caminando sin sentido.

Eso creía él, hasta que un día notó que siempre iban en el mismo camino.

Pero Adán no quería pensar. En esos momentos sólo quería disfrutar la nada, sentir que el mundo era de él y no tenía que pelearlo con nadie.

Una de esas tardes, tomó un pedazo de rama seca que halló frente a él, lo partió en dos,  casi sin darse cuenta, y comenzó a golpear uno con otro.

Salió un sonido seco, casi desagradable. Pero nada había que hacer, así que siguió golpeando los dos palos, sin sentido alguno.

De pronto, algo interrumpió su concentración por un instante, pero volvió a su tarea de desaburrimiento.

Sólo que entonces halló que si se detenía por un instante, los sonidos tomaban un cariz distinto.

Así probó a golpear dos veces, luego hacía una mínima pausa, y volvía a tocar.

Probó varias secuencias, y le gustó. Notó que si golpeaba el tronco del árbol tomaba otro sentido el sonido.

Así pasó la tarde, probando con diversos objetos, hasta que le halló un sentido y aprendió a distinguirlos.

Sólo ocho sonidos distintos encontró, y luego se cansó. Eran suficientes para pasar la tarde.

Había inventado la música.

Noviembre 8 de 2009

Cacería y casorio

Con el tiempo Adan y Eva tuvieron hijos e hijas. Y con mas tiempo esos hijos e hijas les dieron nietos y nietas.

Podriamos contar que estos les dieron bisnietos y bisnietas y estos tataranietos, y luego choznos y asi hasta el infinito. O hasta nuestros dias.

No tiene caso, todos nosotros somos testigos y prueba viviente de que asi fue.

A Eva le divertia mucho ver a sus descendientes, sobre todo a la muchachas y sui algartabia para todo.

Si salian a pasear todpo eran risas. Si iban a comer, era pura alharaca.

- Ustedes son mucho ruido y pocas nueces.

Pero reia con ellas, porque era a traves de ellas como Eva podia vivir, aunque fuera un poquitito, de la alegria de la adolescencia, la desfachatez de la juventud. Y hasta festejaba con ellas las ocurrencias.

Lo que no entendia Eva era para que se arreglaban tanto cuando salian de paseo.

-Es para atraer a los muchachos- le decian siempre.

-Pero siempre habra alguno que se interese en ustedes.

Las chicas nada le decian. Sabian que ella nunca tuvo que luchar por su hombre.

Solo le respondian.

-Ay, abuela, es para casarse con un hombre que te guste, primero hay que cazarlo.

 

Noviembre 1 de 2009

Adán y Eva

Adán y Eva

Cuando Adá conoció a Eva, le gustó.

Era la primera mujer que veía, y la única por mucho tiempo, y le agrado sus ojos, su pelo, sus manos, su sonrisa.

No vió sus formas exhuberantes, y las diferencias en sus cuerpos apenas le despertaron un poco la curiosidad. Había inocencia en su mirada.

Con el tiempo se hizo más prosaica su mirada. Pero las formas definidoras de la femenidad deEva le llamaron despertaron su pasión y su lujuria mucho tiempo después, cuando Eva las cubrió con hojas de árboles.

Entonces se volvieron prohibidas, y eso abrió para Adán un panorama distinto. pasaba el tiempo pensando cómo era, que deleite podia encontrar en esas partes de la pudibunda Eva, y cómo convencerla de dejarse acariciar.

No se explicaba Adán cómo no lo había notado antes, cuando Eva recorría desnuda el Paraíso. No entendía entonces que no era el cuerpo de Eva, sino lo prohibido, lo que le llamaba la atención.

Mucho tiempo insistió ante Eva para que lo aceptará. Pero ella lo rehuia, le negaba el premio. Adán andaba malhumorado, impaciente de todo.

Al fín, Adán se dejó vencer. Volvió a concentrarse en los ojos de Eva, en sus labios, en su sonrisa. Se volvió amable, caballeroso, y volvió a ser compañero de Eva. Solo amigo, no aspirante a amante.

Y entonces, Ella, al fin mujer, enigmática en su proceder, le cedió lo que tanto le negaba antes.

Octubre 25 de 2009

Adán poeta

Adán poeta

Adán Pérez amaba a Eva.

Cada mañana, al salir a cumplir su condena eterna de buscar el alimento para toda la familia, pensaba que regalo le agradaría a Eva.

Aún no se inventaban los cumpleaños ni los aniversarios de bodas, pero a él le agradaba regalarle coscas.

No había mucho que llevarle, y su imaginación no siempre le ayudaba. Veía al lado del camino, y lo que encontraba era hermoso, pero no romántico.

Una piedra, quizá tendría forma caprichosa, como el carácter de Eva. Pero no, eso no.

Un tronco de árbol, quizá como mesa o asiento. Unas ramas donde colgar la ropa.

Todo eso le llevaba, y Eva le encontraba un fin práctico.

Pero no era romántico. Adán, que como todo hombre era más práctico que soñador, fue llenando el hogar de cosas que servían.

Dios, siempre lo veía desde lo alto. Si hubiera tenido Adán una madre, quizá tendría un atisbo de romanticismo, pensaba el Señor.

Dios puede ser padre y madre, ni duda cabe, pero Adán necesitaba a alguien que viviera con él, que lo hubiera visto crecer, que lo hubiera abrazado de niño y le hubiera contado historias.

El “hubiera” que no existe. Salvo para Dios.

Entonces, el Señor, al verlo como Adán buscaba siempre que llevar a casa, pera Eva, le pusó un día en el camino una puesta de sol, un prado verde, montañas de diversas tonalidades de azul y esmeralda y un sinnúmero de flores al lado del camino.

Adán vio a éstas última y pensó que eran bellas.

-Harán juego con Eva- pensó- los pétalos son suaves como su piel, el tallo esbelto como su cintura, la flor bella como sus ojos.

Dios le había dado el toque de poeta.

 

Octubre 18 de 2009

La Costilla de Adán

La Costilla de Adán

En el principio, Adán tuvo mucho trabajo. O al menos eso creía y presumía él.

El Señor lo puso a darle nombre a todos los animales que había creado, y eso cansó a Adán.

Todo un día ocupó para ello. Al principio era fácil, conforme se le ocurría los nombraba: León, perro, elefante, gacela, ocelote, pantera.

Pero luego, cuando ya llevaba un buen número de animales bautizados, se le dificultó un poco, y a veces, en vez de nombre, parecía insulto; gusano, rata, chango, víbora.

Lo logró, con insistencia y con el Señor atrás de él, para enseñarlo a perseverar.

Al final, Adán Pérez vio que ningún animal se parecía a él. Quizá un poco los grandes monos, pero eran demasiado chatos y musculosos.

No, definitivamente él era único, y eso lo llenó de tristeza.

El Señor lo vió y sintió lástima. Entonces, lo hizo dormir, y mientras Adán soñaba, Dios le quitó una costilla, y de ella hizo a una mujer.

Le llamó Eva, y era hermosa. Tenía el brillo de la cascada en sus cabellos, y el reflejo del sol en su mirada.

Sus manos tenían la piel como el durazno, y sus pies eran como dos gacelas. Sus pechos, tímidos como cervatillos.

Adán despertó y la encontró hermosa.

-          Gracias Señor, por darme a esta compañera. Con ella me sentiré completo como Rey de la creación.

El Señor sonrío, y le guiño un ojo a Eva.

Ella comprendió, y se dispuso a mandar.

 

Octubre 4 de 2009