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Crónicas de la Nada

El placer del castigo

El placer del castigo

Adán paseaba por Paraíso con una carga de pensamientos que le hacía arrastrar los pies y alentaba su paso.

Así anduvo varios días, de un lado para otro, sentándose en cualquier montón de tierra o piedras, a divagar.

Muchas preguntas horadaban su mente, dejando agujeros que no podía rellenar. Podía entender que el Sól saliera sólo de noche, o que cada animal tuviera su naturaleza, aunque eso implicara alimentarse de otro. Era cuestión de equilibrio.

Pero donde se perdía toda proporción era con Eva. No la entendía, simplemente. Cómo, si ella evidentemente quería que Adán le adivinara sus pensamientos y deseos, y Adán podía ser muchas cosas, pero no adivino.

Y últimamente, tan enferma. Al menos eso decía ella. O eso sentía. Porque él la veía sana, y lo único que podía delatarla era la pérdida de su eterna sonrisa. Eva ya no reía, y a veces hasta aparecía en su rostro una máscara de amargura.

El Señor, que todo lo sabe, a veces también duda cuando se trata de entender a la mujer. Vio a Adán en sus enigmas, y una de esas tardes, se acercó a él. Aunque es muy Grande, puede sentarse en la más pequeña de las piedras. Y aunque escucha el clamor y las peticiones de todo, siempre oye a cada uno.

Con Adán no era problema, pues apenas eran unos cuantos en el mundo por ese entonces.

El Señor no preguntó nada, sólo se limitó a hacer compañía.

Al fin, Adán se animó a hablar:

-          Señor, creo que has hecho muy buen trabajo con toda la creación.

-          ¿Sí?  ¿Tú crees?

-          Sí – contraatacó Adán- pero creo que algo sí salió un poquito mal.

-          Dios miró a su alrededor. A la nube que se iba formando para llevar lluvia que daría agua a todos, la montaña que detenía el pasó del viento, para que el hombre creará hogares seguros, al mismo viento, cuya fuerza un día sería también dominada por el hombre. Vio a las estrellas perdidas en la luminosidad del día, formando nuevas creaciones para cuando ésta desapareciera. En fin, dio el beneficio de la duda.

-          Todo funciona –recalcó Adán cuidadosamente- pero como que Eva algo tiene.

Abierta la compuerta de la sinceridad, le contó cómo no le daba gusto con nada, como la veía trajinar todo el día, y por la noche siempre le dolía la cabeza, un pie, el estómago, el pelo, o tenía mucho sueño aunque durmiera hasta mediodía.

Siempre estaba enferma, sobre todo por las noches, y luego se encelaba porque él salía a caminar o con los amigos, o porque trabajaba mucho.

Si antes era lo contrario, ¿por qué había cambiado tanto?

El Señor sonrió. Él siempre sonríe, porque la vida le divierte. Sus hijos ven tan grandes los problemas, y no hay problema realmente grande cuando Él está al lado de sus hijos.

-          Bueno, no te lo dijeron, pero si el trabajo, que era castigo, podrán hacerlo deleite, el máximo deleite del hombre, que es la mujer, también podrá ser su castigo.

 

Marzo 6 de 2011

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