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Crónicas de la Nada

La confusión de Adán

La confusión de Adán

    La brisa corría libre por Paraíso, y el pasto crecía imperceptiblemente, pero con constancia admirable.

    El Sol vistió sus mejores galas, y las nubes se vistieron de arcoíris. Era una tarde hermosa, pero Adán no lo veía.

    Era una de esas tardes de hastío que a veces tenía en el estío, donde todo su mundo se concentraba en una o dos neuronas. Nada le atraía, sólo su aflicción o su duda.

    Dios, que sale a a caminar por las tardes disfrazado de cualquier cosa, lo vio bajo la sombra de un árbol. Solo, sin compañía, meditaba.

    Cuando sabe que tienes duda, Dios no dice nada. Sólo se sienta junto a uno. Deja que el hombre lo aborde, pero a veces, ni lo notamos. Puede estar dentro de cualquier cosa o persona. Por algo es Dios.

    Pero Adán era su hijo predilecto. Simplemente se dejaba adivinar.

-          Creo, señor, que algo falló cuando creaste a Eva.

-          No lo creo, si me dijiste que era perfecta –le respondió el Señor, recordando el gusto que mostró Adán cuando le presentó la nueva creatura.

    Adán aventó una piedra con el palo que tenía en las manos, y con el que había hecho mil figuras inexplicables en el polvo.

-          Tal vez, pero ahora que vivo con ella, me doy cuenta que algo tiene. Siempre le duele algo, o tiene frío, o le dan ganas de llorar porque sí, o le falta sueño. No entiendo, si vivimos con la misma temperatura, bajo el mismo sol, vemos las mismas cosas. Y yo no puedo sentir lo que ella dice que siente.

     El Señor sólo sonrió. Todavía le faltaba mucho camino por recorrer a la Humanidad. Y más al hombre, para entender a la mujer.

-          Entiéndela, Adán, frío, calor, dolor o alegría, lo que quiere Eva es que la apapaches.

    Y se fue el señor a jugar con las mantarayas, mientras Adán, quedaba peor de confundido.

 

Enero 24 de 2010

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