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Crónicas de la Nada

Hembras

Hembras

Las caminatas de Adán Pérez se vuelven largas cuando Eva está de mal humor.

Y al menos tres días al mes su mal humor es peor. Todo le molesta. Si Adán dice sí, ella calla, hace un gesto que cree imperceptible y no vuelve hablar. Si Adán dice no, ella hace lo mismo.

Por eso Adán se va a caminar, y no vuelve hasta que siente acabado el proceso. Cuando sale, Eva se molesta, y conforme pasan  las horas, el sentimiento de vuelve de enojo, cólera, porque aunque es la única mujer en el mundo, los celos no se pueden evitar. Es parte de su feminidad.

Adán sigue fuera, y Eva pasa a la tristeza, primero por lo incomprensivo de su hombre, que la deja sola, luego a la tristeza de no verlo. Pasan las horas, y los sentimientos cambian. Es entonces cuando Eva comienza a imaginar que algún dinosaurio se lo comió, y no recuerda que los dinosaurios hace mucho se extinguieron.

Quizá una roca cayó y lo dejó como puré de humano, o un bisonte lo atropelló. Cuando Adán calcula que está en esa parte del proceso, regresa a casa, y ella lo recibe con fingidos reclamos, que terminan en besos, apapachos y abrazos.

Es uno de los pocos triunfos de Adán. Porque Eva casi siempre gana. Tiene mejor manejo de las situaciones y sentimientos.

Adán es transparente, por eso lo pillan en todas las faltas.

Ahora, Adán ha caminado mucho. Y al paso del sendero se encuentra a muchos de sus vecinos. El León, por ejemplo, que tiene su harem de hembras. Todas para él solo.

El perro, que es muy fiel al hombre, pero tan infiel a su género, que nunca tiene pareja. Apenas siembra semilla donde puede, para preservar la especie, y vuelve a ser libre.

El mono, que como los colibríes, pica aquí, y pica acá, en la flor que le da la  gana. Sin compromisos.

Y el hombre, debe tener una sola. ¿Por qué? Se pregunta Adán.

Cuando Adán se pregunta algo, Dios camina junto a él. Y aunque vayan en silencio, van platicando.

-          No entiendo, Dios, por qué hiciste así la naturaleza, y a todos los animales les diste una libertad de vivir sin la carga de una hembra permanente. Cambian cuando quieren, apenas cumplen aquello de crecer y multiplicarse y se van. Ni siquiera tienen que trabajar.

Dios escucha, hace como que no hace caso, pero está atento.

-          Entonces, el hombre, que supuestamente es el rey de la creación, es el única esclavo, del trabajo, de los deberes, y de su hembra. Algo no es justo aquí.

-          Bueno –dice Dios por fin- puedes tener las mujeres que quieras, aunque no creo que tengas tantas costillas como deseos.

-          Con tres  o cuatro bastaría, no quiero verme ambicioso.

-          Y también puedes dejar de trabajar. Total, comida nunca falta aquí.

-          Eso me agrada.

-          Sólo piensa –y aquí Dios sonrió- que si bien tus placeres se multiplicarán, también sus pesares.

Adán imaginó noches deliciosas, una con cada una de sus mujeres. Y amaneceres desastrosos, con los rostros mal encarados de las otras.

Pensó en lo que cuatro pedirían. ¿De dónde sacaría tantas plantas de hojas grandes para hacer vestidos para tantas vanidades?

¡Y los celos! Si Eva, siendo la única mujer, sentía celos de todo, cómo sería la vida con tres o cuatro mujeres, y todas con motivo para encelarse

No, la variedad en el sexo, no compensa la angustia de tanta hembra. Sus formas no acallan su carácter.

-          Bueno, creo que quizá sea más sabio seguir así con una.

-          Bah, no te aflijas todo tiene solución. ¿Quieres disfrutar la ternura de otra mujer, sus risas, su buen humor, un cariño a toda prueba, y sin celos de Eva, aunque te pases mucho tiempo con ella?

-          Sería algo grandioso.

-          Bien –dijo Dios.

Y Adán tuvo hijas.

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