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Crónicas de la Nada

La miel

La miel

Desalentado, Adán Pérez se sentó en el rincón de la cocina.

No sabía si explotar de enojo, llorar de desesperación o simplemente dejar que la apatía venciera.

Siempre es lo mismo, pensó, mientras recordaba escenas comunes en su vida. Nunca hallaba nada, por más que revolvía, y luego, llegaba Eva y se lo daba en un instante.

También tenía miedo de que las cosas se cayeran cuando hurgaba en los cajones, pero eso no era suficiente argumento para esconder su inutilidad en las pesquisas caseras.

Volvió a ver por toda la cocina, buscando un escondrijo donde pudiera estar el pote de miel que buscaba, y salvo que cupiera en las fisuras de la pared, era imposible que estuviera ahí. No se veía por  ningún lado. Sólo que por la mañana, lo había visto en la mesa, lo había degustado golosamente, y sabía que aún había bastante en el frasco.

Tendría que estar por algún lado. Ni modo que se hubiera evaporado. O que se hubiera transmutado en cuchara, o en cucaracha y luego hubiera salido corriendo por la ventana.

En algún lado debería estar. Envalentonado, se arrojó de nuevo contra la inconmensurabilidad de su ineficiencia detectivesca y volvió a meter mano en cajones, vasijas,  y en todo lugar posible.

Al fin, se declaró perdedor. Miró con desconsuelo su pan, huérfano de dulzura. Podría ponerle azúcar, pero no le atraía el sabor dulzón y empalagoso que le quedaba en la boca. En cambio la miel, era deliciosa desde su transparencia ambarina, su aroma que se asemejaba a los olores del paraíso, y esa dulzura, suave, como la piel de Eva.

Esperó hasta que el calor del mediodía venció al sueño casi eterno de Eva. La vio bajar, lentamente, buscando la claridad de las cosas, y tanteando con paso inseguro el camino hasta donde estaba Adán.

-          ¿Y la miel?- preguntó anheltante.

Eva se dirigió con paso seguro a un estante, y sin mayor problema la encontró entre un montón de vasijas y cajas de cereal a medio consumir.

-          Es que nunca encuentro nada, todo se pierde aquí- le dijo, mitad queja, mitad esperanzado.

-          Es que tampoco nunca haces nada. Así como sabes dónde las guardamos.

Adán  sonrió y optó por la miel, siempre dulce, aún recién levantada.

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