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Crónicas de la Nada

Simplemente vivir

Simplemente vivir

 

Alguna vez, domingo en la mañana, me encontré ante el dominical dilema de seguir dormido o levantarme.

Este cuerpo que me tocó es muy puntual. Si lo acostumbras a despertar a las cinco de la mañana, lo hará aun cuando quieres que siga dormido. Pero era domingo, día de descanso para la mayoría de los mortales.

Dormir es delicioso, pensé. Es lo que hace todo el mundo los domingos, dormir hasta tarde, y luego levantarse a hacer nada.

Cómo me encantaría tener dos domingos a la semana, pero es imposible, supongo. Pero si la Vida –y la Vida es Dios- me regalará el tiempo de un día completo ¿qué haría?

La lista de posibilidades es infinita, pensé.

Quizá no pueda tener dos domingos, pero sí hacer más largo el domingo. Levantarse temprano permite disfrutar con calma una deliciosa taza de café mientras esperamos que salga el sol. Puedo ver una película, leer un libro.

Hasta el diario ritual del baño puede convertirse en un deleite si lo haces con calma.

Si cada día dormimos una hora menos, a la semana tendremos 7 horas extras. Al mes serían 30, es decir el tiempo de un día completo y la cuarta parte de otro. En un año, serían 365 horas, equivalentes a 15 días completitos, incluidas sus noches.

¡Cuántas cosas podría hacer con ese tiempo! Leer un sinfín de historias, aprender un idioma, hacer suficiente ejercicio como para recuperar la condición física ideal, y con ello recuperar algo de juventud mental y física.

Vale la pena, sin duda, porque la Vida se compone de pequeños detalles cotidianos que juntos forman eso a lo que llamamos felicidad, y dormidos no lo vivimos porque los sueños, aunque sean dulces y agradables, terminan al despertar. Siempre es mejor una realidad imperfecta que una ilusión perfecta. Y esa se logra despierto, conviviendo con uno mismo para encontrar la paz que permite convivir en plenitud cada segundo que pasas con la gente que amas cuando esté junto a ti.

El tiempo no se detiene y la arena del olvido lo cubre cada día. Tal vez no podré vivir más años de los que marcan las hojas de mi calendario. Pero la intensidad que le dé, los detalles disfrutados, los momentos que se graben en mis recuerdos, permitirá que al final camino pueda decir que he vivido.

Mi Habana

Mi Habana

Fue un amor a primera vista.

Ni siquiera la conocí con sus mejores galas y lucía triste y un tanto olvidada, pero bajo ese manto de abandono se percibía una belleza inigualable que sólo un corazón sincero puede percibir.

Erasu espíritu indomable que luego descubriría.

Bajo su aspecto cansado de dama madura encontré una adolescente llena de vitalidad, alegría, y juventud perenne a pesar de los años. Bajo las ropas arcaicas de la Abuela, estaba una quinceañera feliz.

Hoy la conozco como a pocas. En largas caminatas llenas de sorpresas; en tardes de malecón y mar; en interminables noches al cobijo del tequila y el ron; en el aromático sabor de un buen puro; en el ritmo de la salsa y el bolero; y en el amparo de la penumbra nocturna, esa que se presta a la complicidad.

Contantos secretos e historias insólitas compartidas fuimos creando un mundo propio lleno de ilusiones y recuerdos. No es sólo un trofeo que disfrutes una vez para poder presumirlo. Es parte de la Vida.

Muchos que la conocen dicen que es una ruina, deteriorada, acabada y que de su belleza sólo queda una vaga remembranza. Yo la veo bella incluso en sus tardes sin esplendor, y se que a cada vuelta de esquina me espera agazapada su belleza de siempre. 

Además su gente se ha vuelto familia, tiene rostro y nombre. Tenemos vivencias compartidas. Por eso siempre regreso, aunque las circunstancias se empeñen en dificultarlo.

Cuando llego se viste de gala, aunque sea sólo con una sonrisa, para recibirme.Hoy mi querida Habana está de fiesta en sus primeros 500 años.

En la distancia, que nunca es tanta cuando hay tantos vínculos creados, la felicito y le deseo larga vida.

Hoy La Habana está cómo nunca. Cómo siempre.

El camino de la vida

El camino de la vida

 

La vida es un viaje constante donde el Tiempo es el vehículo en el que viajas solo, hacia una eternidad de la que no tienes la mínima de cómo es o dónde está.
Los caminos son múltiples y a veces engañosos. Pocos son lo que parecen.
También tus compañeros de viaje son tantos que a veces no atinas a saber donde subieron ni dónde bajan, o en cuál vereda se perdieron, porque aunque el destino final parece ser el mismo para todos, los caminos son de distinta longitud.
En algun recodo te ponen en brazos a algún pequeño ser y tú crees que siempre estará contigo. Lo cargas un tramo, y aunque no te cansa un día debes bajarlo para que camine tomado de tu mano, hasta que se suelta y decide por dónde quiere ir. Nunca será la misma senda que llevas.
Hay quienes deciden caminar junto contigo, y no les importa que senderos sigan. Ahi van, a veces de la mano, a veces en lados contrarios de la vía, a veces incluso sin dejarse ver. Pero el hilo rojo que los unió al coincidir sus vidas no se rompe. Los enlaza en las bifurcaciones donde entran solos para que siempre vuelvan a encontrarse en el camino principal.
No sabes quién tiene el camino mas corto, y por eso debemos estar siempre preparados para seguir solos, pues incluso si el tuyo es el que termina primero, deberás soltar esa mano y llegar a ese destino común sin mas equipaje que tus recuerdos.

Pajarito

Pajarito

Cuando Pajarito salió del huevo enseguida notó que era distinto a sus hermanos.
Ellos eran altos, garbosos, y él era bajito, y su barriga tocaba el suelo.
Pero Mamá lo quiso igual que a los avecillas hermosas que habían nacido. Pajarito poco se movía, pero recibía la misma ración de gusanitos e insectos que Mamá salía a colectar, y muchas veces, un poquito extra, para ver si eso le ayudaba a crecer.
Sí, creció como todos, pero no pudo caminar. Por alguna extraña y desconocida razón la Naturaleza le dio unas patitas que se iban hacia atrás, y no le ayudaban a mantener el equilibrio. Mamá ocultaba su tristeza cuando lo veía, y una sonrisa enorme aparecía en su rostro cuando su mirada se cruzaba con la de Pajarito. No era justo que él se desanimara.
Pajarito creció alegre y feliz, y aunque sus patitas no ayudaban, él seguía a sus hermanos en los juegos, y aprendió que con un segundo que se sostuviera era posible levantar las alas y volar. Entonces ocurría un milagro, porque en el cielo, pajarito era como todos y a veces más ágil y veloz.
El problema era a nivel de tierra porque ahí era lento y la comida tenía mejores patitas y corría rauda a esconderse. De todos modos Pajarito se las ingeniaba para cazar y aprendió a hacerlo al vuelo, algo tan arriesgado que nadie de su especie lo hacía. 
Cuando se cansaba, aterrizaba sobre sus patitas deformes y aunque perdía toda la elegancia, no perdía la alegría.
Debe ser que la Vida -y la Vida es Dios incluso para las aves- te compensa con espíritu de lucha las carencias del cuerpo.
Lástima que Pajarito, conforme crecía batallaba más para ponerse en pie y volar.
Dios siempre te manda un ángel, que tendemos a confundir porque esperamos que llegue alguien con alas, y Él envía unos ángeles tan prosaicos y comunes que nadie más los contratariq para ese trabajo. Sólo Dios, que sabe adivinar las cualidades bajo esa cáscara que llevamos como cuerpo.
Una mañana, Pajarito sufría para moverse cuando un par de jóvenes lo vieron. Por un buen rato observaron su empeño en pararse para volar, hasta que al ver que ya no podía, uno de ellos lo tomó en su mano. Pajarito se aterrorizó y recordó aquellos cuentos de terror de aves condenadas a vivir toda su vida tras los barrotes de una prisión inexplicable. Soy inocente, gritó, pero los humanos no entienden el lenguaje de las aves.
- Qué bonito canta- dijo uno de ellos.
Y se llevó a Pajarito para ponerlo en una jaula.
Al día siguiente volvió con unas varitas y algo de cartón. También llevaba una extraña mezcla blanca que Pajarito nunca había visto. Quiso volar, pero la mano que lo sostenía era fuerte y decidida.

Tuvo que resignarse a que le envolvieran sus patitas como a una momia y luego soportó que jugarán inmisericordes moviendo de un lado a otro sus patitas chuecas.
Pajarito lloró, solo, adolorido y triste. Así paso días, tirado en el suelo de su jaula, esperando que volvieran para torturarlo de nuevo. Al menos le daban de comer.
Un día lo sacaron de la jaula, y le quitaron las envolturas, y vio sorprendido que sus patitas apuntaban orgullosas hacia adelante. ¡Y le sostenía perfectamente el equilibrio!
Miró a sus captores y la sonrisa que les vio le recordó la de Mamá.
Luego, elegante y seguro, caminó hacia la ventana, abrió sus alas y se reencontró con el cielo.

Apariencia y prejuicio


El tío César era un hombre próspero.

 

En realidad no tuve parentezco sanguíneo con él, pero donde amistad, porque siempre que había oportunidad convivía con nosotros, más jóvenes aún, con toda la naturalidad del mundo, de igual a igual, pese a que, hombre trabajador e inteligente, hizo fortuna allá por el sur del Estado.

 

Cualquiera que lo viera lo que menos imaginaba es que era el segundo hombre más rico de aquella región Modesto y nada ostentoso, lo único que lo delataba era la seguridad en sí mismo que demostraba.

 

 Alguna ocasión el tío César necesitaba comprar un camión y se puso a buscarlo por todo el estado Así supo que por el rumbo de Allende un señor de apellido Cantú tenía un vehículo como el que ocupaba y se fue a verlo, acompañado del sobrino, por supuesto, quién es el que nos contó la historia.

 

Este señor Cantú era dueño de muchos camiones, famoso por toda la zona citrícola, aunque tampoco era del tipo qué presumiera sus bienes. 

 

Cuando el tío Césarllegó a buscarlo no estaba en casa. Anda por el rumbo de la presa, si quiere vaya a buscarlo, le dijeron.

Dispuestosa a hacer negocio los compradores lograron encontrarlo.  Cantú estaba comiendo con un montón de amigos pero cuando llegó el tío César y su sobrino se paró para atenderlos. Cuando supo que querían, vio al tío César de arriba abajo. 

 

- Sí tengo el camión, pero tienes dinero para pagarlo.Dudo al ver que la indumentaria carecía de todo lujo.

 

Sí se pone el precio a modo, claro que sí.

 

-Dame 500 mil.No

No era mal precio, diría el tío César después.-

  -Mire, amigo, aquí está mucha gente, nomás no se me vaya a rajar. Deme una hora y vengo.


Cantú seguramente pensó que un tipo tan sencillamente vestido en su vida había visto junto esa cantidad.


Media hora después, el tío César regreso con el dinero y se lo puso en la mano.

 

- Pérate, si ese camión no vale eso. De mínimo vale 700 mil.

 

- Usted le puso precio- le dijo el tío César.t

 

Con tanto testigo, no pudo más que aguantar la pérdida, fue por los papeles y entregó el camión.

 

Ya cuandose iban, no aguanto la duda.

 

Oiga, Amigo, y cómo se llama usted.

 

- César Bernal, de Galeana.

 

- El famoso César Bernal, pos qué pendejo soy, si usted tiene mucha más lana que yo.

 

Ni hablar, las apariencias engañan y los prejuicios nos pierden.

 


El Origen de los Eclipses

El Origen de los Eclipses

Una leyenda maya cuenta que en sus andares por el mundo, Itzamná se prendó de una hermosa sonrisa llena de tristeza que encontró en una doncella llamada Ixchel.

El flechazo fue instantáneo cuando vio su propia mirada reflejada en los ojos cafés de la chica y sólo quiso saber quién era.

Cuando ella se acercó, Itzamná detuvo sus andanzas para quedarse con la joven el mayor tiempo posible.

 Ixchel aceptó pasear con él por los campos, y se volvieron cotidianas las largas pláticas vespertinas junto al cenote sagrado, las noches mirando las estrellas, los días compartiendo historias. Todos les decían que eran una bella pareja.

Ella mucho había sufrido pero encontró consuelo y fortaleza en él, y aunque se resistió mucho tiempo, Ixchel  terminó por amarlo, pero prefirió esconder sus sentimientos ante el mundo porque estaba prometida a un príncipe.

Además,  Itzamná no era dueño de su destino. Itzamná era el Dios del Sol y debía alumbrar al mundo, abrigarlo con sus rayos y cuidar que las penumbras no se apoderaran del día.

Un día, Ixchel se dio cuenta que el Príncipe ya no volvería, y aceptó pasear con Itzamná entre los maizales;  fueron felices uniendo sus cuerpos y construyendo un mundo propio, libre de miedos y prejuicios, hasta que un día, Ixchel decidió que si Itzamná no era sólo para ella, era preferible perderlo.

Ixchel lo amaba, pero quería a alguien sólo para ella, un Príncipe para caminar juntos por los senderos de la vida hasta envejecer. Itzamná debía irse cada amanecer a cumplir su deber.

Y lo arrojó de su vida. No valieron súplicas ni regalos. Ella no cedió e Itzamná se fue. Pero si el amor no bastó para mantenerlos unidos, tampoco pudo terminar por simple decreto, e Ixchel entendió que lo extrañaba. Aunque endureció su corazón cada mañana se asomaba a escondidas por su ventana para sentir el paso de Itzamná por el mundo. Lo buscaba para saber de él, y aprendió a adivinar su rastro.

Quiso recuperarlo, pero el orgullo se lo impedía. Lo necesitaba, pero no podía estar con él.

Ixchel fue con Hunab Ku, el padre de los dioses, y le pidió ayuda. Hunab Ku es el todo y la nada al mismo tiempo y comprende el corazón de sus hijos.

Entonces concedió a Ixchel la virtud de cruzar el firmamento, de noche, para que Itzamná no supiera que ella iba tras él. Así Ixchel se convirtió en la Luna.

Itzamná cruza el cielo por el día, Ixchel por la noche, pero muchas veces es posible verla horas después del amanecer y horas antes del anochecer, camuflajeada en un color plateado. Itzamná hace como que no la ve, pero siempre le hace una caricia furtiva que ella finge no notar.

Y de vez en cuando Hunab Ku, que todo lo entiende, les regala un eclipse. Envía a Xtabay a que mueva la tierra para que oculte a la Luna, de modo que Ixchel  pueda escapar entre las sombras a unirse con Itzamná por unas horas.

Y así, ocultos del mundo, vuelven a pasear entre los maizales.

Los recuerdos

Los recuerdos

El aroma de la mantequilla derritiéndose sobre la tortilla de harina recién salida del comal se asienta en la memoria.

Siete de la mañana de un día cualquiera -hace cuarenta y tantos años- en la cocina de la casa familiar.

El montón de niños esperando que mamá lanzara la siguiente ronda, aunque a esas alturas del día el apetito -y el tiempo- apenas alcanzaba para comerse unas dos piezas.

Un plato de avena, de la de antes, de la que se hacía cociéndola con leche cada mañana, espesa para dar soporte al entusiasmo infantil que salía rumbo a la escuela.Y a media mañana, bajo las escaleras de las aulas, los taquitos de harina. Generalmente eran huevo y humildes frijoles, pero a todos les encantaba.

Qué versátiles fueron siempre esas tortilla de harina, tan norteñas y familiares para todos. El suave sabor, seguramente por el sazón de mamá.

Con cualquier cosa sabían deliciosas, hasta con los recuerdos.

Como estos que les cuento, que no son míos, sino de mis amigos.

Ramón comenzó a despertarlos un miércoles, cuando me escibió para decirme cuánto se acuerda de "tu mama con su desayuno de abena (sic) y tortillas de harina y a don Pancho nos regalaba los lapizes Dixon Ticonderoga, o algo asi; ah, y el raid q nos daba a la escuela, jaja".

Luego remató Fernando, cuando entre los vapores de la desvelada del viernes se acordó de cómo nos escondíamos bajo las escaleras para que nos nos ganaran esos mismos taquitos maternales.

Buenos recuerdos que en mi memoria estaban cubiertos por el sinfín de anécdotas que nos ocurren a lo largo del camino.

Pero la Vida -y la Vida es Dios- me consiente tanto que de vez en cuando me cruza con los amigos de infancia para que remuevan y renueven mis recuerdos, y me hagan descubrir que esa hospitalidad proverbial de mis padres se tatuó en la memoria de todos ellos, a tal grado que hoy, muchos años después, con sus añoranzas les rinden un homenaje.

Y me hace pensar que las historias, las nostalgias y los recuerdos no son sólo mías, sino que las comparto con todo aquel que en algún momento convivió con mi familia.


Los tenis

Los tenis

 

Colgar los tenis nos significa desistir, muchos menos morir o capitular en nuestras ilusiones.
Es apenas un descanso en el camino, siempre tan largo e imposible de recorrer de un sólo tirón, lo que obliga a un paréntesis momentáneo para recuperar fuerza, encauzar energía y definir la estrategia que asegure llegar a nuestro objetivo.
Obliga más cuando se cruza la mitad del mundo en busca de un sueño que a cada paso amenaza convertirse en pesadilla.
Es imprescindible cuando tras meses de camino terminas por llegar a la Nada, ese lugar donde nadie te espera, donde no tienes la mínima propiedad y debes apelar a afectos prestados para no dejar de sentirte persona.
El migrante cuelga los tenis para obligarse a una pausa en el camino. Todos hemos sido migrantes alguna vez, recorriendo un país extraño, o invadiendo una mente ajena.
Todos hemos dudado si seguir, quedarnos, devolvernos o ponernos a llorar. Todos hemos sufrido el abandono elegido por nosotros mismos para luchar en tierra ajena por aquello que sólo ofrece derrotas en la nuestra.
Es entonces que colgamos los tenis, descansamos, nos olvidamos que hay un ayer y un mañana, y por unos instantes, disfrutamos el hoy como si toda la vida cupiera en 24 horas.

 

Elegía por un Dedo Pulgar

Elegía por un Dedo Pulgar

Seguramente no imaginas cuánto te he extrañado.

Sin ti la vida no es igual, porque en estos días he descubierto que me haces tanta falta que si tú lo permitieras te integraría de nuevo y de inmediato en cada una de mis vivencias.

Abrocharse un botón se vuelve complicadísimo, lo mismo atar las cintas de los zapatos, porque sólo tú lo hacías.

Es curioso, pero a pesar que estás tan cerca, no estás, y 
debo esperar, maltrechamente ilusionado, a que la Vida te permita otra vez ser parte de mi.

Fue un momento de descuido -o locura- lo que me hizo perderte. Un simple descuido o exceso de confianza, que se tradujo en una herida que llevamos juntos. Igual nos duele, e igual sanará.

Ten fe, querido Dedo Pulgar. Ahora luces envuelto en tu mortaja, víctima de ese navajazo indolente que nos dimos por jugar con fuego. Es metáfora, porque jugamos con un filoso acero amigo, que también se descuidó.

Pero sé que pudo haberte arrancado para siempre de mi. Tiemblo de sólo pensarlo.

Triste seria la vida sin tí. Todo mi mundo existe en gran parte a ti, que logras asirlo como no lo logra ningún otro dedo.

Aprovecha y descansa, Dedo Pulgar. Pero alíviate pronto, porque aún nos quedan muchos Like que dar en la Vida. Y para eso, sólo tú.

Los nietos

Los nietos

Son mis nietos, pero yo no soy su Abuelo.

Un día llegaron y sin pedir permiso se apoderaron de mi corazón.

Son irreverentes, tercos, traviesos, intolerantes, peleoneros, inquietos, revoltosos, llorones, pero es imposible no rendirse a sus encantos cuando aparece su sonrisa y sus bracitos se extienden hacía mí.

No hay necesidad de argumentos, porque esa mirada de total confianza que depositan es suficiente para perdonarles todo.

Entonces, aguanto que Emiliano brinque sobre mí, me de patadas voladoras hasta el cansancio, me arrastre a juegos de fútbol donde sólo sus goles valen, o me obligue a subir una montaña para saber cómo se ve el mundo sin nosotros; Esas sonrisas me hacen soportar que Mía Nubialí maquille mi cara, ponga estrellas en mis mejillas, me peine exóticamente, se apodere totalmente de mis brazos por horas o me me obligue a bailar con ella un ritmo que ni soñe escuchar.

Así son los nietos. Cada abuelo y abuela tiene los más bellos del mundo.

Yo no seré la excepción, aunque en el intento vaya dejando el alma y las rodillas para seguir su ritmo.

Ellos son mis nietos pero yo no soy su abuelo. Para ellos soy Paco.

Debe ser bueno porque entonces podemos ser cómplices, amigos, y emprender lasaventuras más locas que se nos ocurran.

Y ser una mala y divertida influencia para ellos.

Los años

Los años

Sólo es viejo el que quiere serlo.

 

Lo descubrí en la sonrisa de Esthela, capaz de darle un brillo especial  a sus ojos y borrar las arrugas que sus noventa y tantos años le dejaron de herencia.

 

También en el huapango que Ramoncita es baila con la misma energía de los veinte años que dejó atrás hace más de sesenta. Y en los recuerdos de Emilia, capaces de enlazar a sus antepasados con sus descendientes y hasta dejar lugar para hacerme su pariente.

 

Mis andanzas me llevaron a conocer estas bellas mujeres en el asilo donde ellas y otros adultos mayores disfrutan sus días, y a convivir en la igualdad juvenil sustentada en la alegría de haber despertado un día más.

 

Porque no tenemos los años que hemos vivido, sino los que nos falta por vivir y eso nos obliga a no desperdiciar ni uno solo de los regalos que la Vida - y la Vida es Dios- nos hace llegar incluso a través de sus renglones torcidos que siempre son bendecidos.

 

Aprendí que los años no quitan las ganas de vivir, ni de bailar,  amar, hacer locuras, pecar de vez en cuando comiendo algo prohibido -pizza y cerveza, o chicharroncitos, dijo una de ellas- y sobre todo, no borra la sonrisa de la cara si la traes en el alma.

Tapar el Sol

Tapar el Sol

No debe ser tan difícil tapar el sol con un dedo.

A veces la Tarde se pone traviesa y nos inspira ideas extrañas. ¿Tapar el sol con un dedo? me preguntó, al notar que no hacía otra cosa que ver pasar coches y minutos, en ese orden.

Claro que se puede, le dije.

Primero acerque a mi ojo el dedo más grande que hallé, y ¡eureka! el sol desapareció. La gente comenzó a verme con morbosa insistencia, así que desistí. De todos modos el Sol se dejaba ver perfectamente em su aureola.

Si un dedo no lo tapa, algo debe ocultarlo, me dijo la Tarde.

Decidido a taparlo, opté por ignorarlo. Aunque el Sol insistía en hacerse notar, no le hice caso, aguanté el sudor que corría sin recato por mi espalda, y fingí que no existían los 35 grados a mi alrededor. Al fin, tuve que reconocer que la indiferencia tampoco tapa el Sol.

Entonces, cerré los ojos, y el Sol desapareció. O eso crei.

Yo no lo veia, pero todos a mi alrededor sí. Y por más que me resistí, tuve que aceptar que el calorcito de los rayos solares, calentaba mis huesos y mi espíritu aunque no lo viera. Lo peor, pensé, es que sí me agradaba esa sensación de calidez, casi amorosa, aunque haga cómo que no me doy cuenta.

Tuve que desistir, por más que buscaba tapar la existencia del Sol ahí estaba, con su fulgor, su calor, su luz.

Entonces, encontré la solución: Buenas noches, Sol, le dije tajante.

Y el Sol, aunque era temprano, repartió entre todos la calidez de su sonrisa, guardo sus últimos rayos de luz, y se retiró de mi vista.

Sí se puede tapar el Sol, le dije a la Tarde, pero ésta ya no estaba. Sólo obscuridad encontré donde antes estaba.

Y descubrí que sin ese Sol nuestro de cada día, todo es oscuridad.

Las Crónicas de la Nada

Las Crónicas de la Nada

Fue una simple ocurrencia.

Alguna tarde seguramente, de esas de estío donde las ideas van y vienen, apareció el nombre de Crónicas de la Nada, y comencé a escribirlas.

A veces alguien pregunta si son reales las historias, por qué se llaman De la Nada, y otras dudas.

Sí son reales. No, no son reales.

Al fin periodista, primero se me ocurrió el nombre y luego el concepto. La primera que escribí fue un editorial tan poco interesante que ya no recuerdo el tema, pero me hizo comprender que la Nada no está en eso, sino precisamente en la Nada.

Fue así como la convertí en un ejercicio literario, no una opinión periodística.

Cuando los protagonistas tienen nombre, son reales. Como la de Lupita, la niña que no  tenía recursos para estudiar medicina. Conté su historia, y surgió un mecenas que ha pagado su carrera. En unos meses será médica.

Otras, sólo tienen algunos retazos de realidad, con mucho de imaginación. Como las historias con la Luna, esa Amiga que me cautiva desde niño, cuando me sentaba en la banqueta a verla e idear historias. O las de mi Musa traviesa.

Algunas son una simple sensación que va tomando forma cuando le pongo palabras alrededor, igual que los ladrillos de una construcción.

Esas son las que surgen de la Nada. Porque todo es Nada, y la Nada está en todo.

Unas y otras tienen algo de oficio, una pizca de inspiración, y mucho de imaginación.

A veces navegan muy lejos a bordo de los sentimientos de quienes la leen, otros se ahogan de inmediato en el mar de la indiferencia.

Es imposible saberlo. Pero las escribo porque se me ocurren, y a lo largo de los días se van nutriendo de fantasías e historias ajenas.

Aunque al final, son sólo Nada.

Las mentiras de la Luna

Las mentiras de la Luna

Se veía hermosa, como siempre.

Unos mechones de cabello -¿o serían nubes?- caían sobre su rostro y le daban un aura encantador.

Se había escondido para todos esa noche de viernes, y mientras el mundo lloraba su ausencia, me dedicaba la mejor de sus sonrisas. Sólo para mi.

Para mí, esa noche, no había eclipse de Luna. Ella me regalaba su noche, su mirada, y hasta sus besos.

Reviví ese idilio de tantos años, y ambos dejamos que por unos momentos la locura nos envolviera, para fundir voluntades y deseos.

Luna, Luna. Siempre tan bella en esas noches cuando resplandeces en mi Cielo.

Por la mañana, al despertar, Ella seguía ahí. Caminamos juntos un leve tramo de la vereda de la Vida, pero el día había desdibujado el fulgor de su sonrisa.

Ahora se veía opaca, prejuiciosa.

La ví, ahora en el otro extremo de mi Cielo, y tendí mi mano en busca de la suya.

Ya no era mía solamente. El Eclipse había terminado, el amanecer dominaba y Ella se dejaba ver otra vez por el mundo.

- Olvídalo, me dijo seria. 

¿Y lo de anoche? -repliqué - No me digas que fue fingido.

El sazón de ironía que le puse a mis palabras se diluyó ante su sonrisa, otra vez reluciente.

-Sí -mintió descaradamente- fue fingido.

No tiene remedio. Así es Ella. Encantadora de todos modos.

-Luna, Luna, eso no es cierto... 

Y también sonreí.

Aún desvelada, la Luna me respondio retadora.

- Ah, ¿y quién te lo dijo? ¿Un pajarito madrugador?

- No, me lo platicó una mariposa que revoloteo en tu estómago.

El silencio fue su respuesta. Sólo me lanzó una mirada llena de ternura, y siempre coqueta, se fue a dormir.

Tesoro ajenos

Tesoro ajenos


Apenas tenían unos minutos en la banqueta, cuando apareció el hombre con su bicicleta y se detuvo a verlos.

-Están buenos, todos funcionan- le dije al ver con que deseo miraba los aparatos modulares que recién había dejado como basura.

Se acabaron sus dudas, y suavemente, casi con amor, fue tomando cada uno de los aparatos, las bocinas, los cables, y colocó todo junto a su triciclo, ya lleno de cartón dulcemente acomodado.

- ¿Y por qué los tira?Pude decirle que estaba descombrando la casa y la vida, que para mí era basura aunque para él fuera un tesoro, o que simplemente de tanto estar escondidos, habían terminado por no ser importantes para mí. 

Opté por la verdad. - Ya no los usaba. Y terminaron por estorbar.

El hombre miró con tristeza hacia el infinito. - Así pasa, a veces hasta uno termina por estorbar en la vida de alguien donde antes era indispensable.No quise pensar qué quiso decir.

Lo ví acomodar el cartón que llenaba su triciclo y luego colocar cada aparato modular. Entré y le traje otras cosas. Una máquina de escribir eléctrica, un corralito para bebé, y no sé que más, viejas unas, obsoletas otras, pero todo funcionando.

Lo que ya no nos sirve en la vida, termina por ser basura, pero para otros es un tesoro.

Se fue feliz, y no sé si por la oportunidad de ganarse unos pesos vendiendo todo o porque tendria música en su vida con los mismos aparatos que para mí se apagaron sin remedio.

Conforme se alejaba, pensé en el sinfín de cosas inservibles que tengo en los cajones, y cómo algunas nunca se irán, como la maltrecha armónica, mis cámaras fotográficas, los libros deshojados, porque cuando amas algo, nunca lo desechas.

Amanecer con aroma de café

Amanecer con aroma de café

La combinación es perfecta: el amanecer en lontananza y un delicioso café en las manos.

Mis ojos aspiran la belleza y la esperanza que siempre llega con un nuevo día, y mi olfato captura y memoriza el aroma que emana del termo que abrazo con las manos.

Del café brota una fragancia distinta a la que dejan escapar las partículas mimetizadas del grano. Debe ser el amor que en cada etapa recibió y que ahora se vuelca incontrolable a mi favor.


Veo la carretera coronada por un sol tímido y pienso en el agricultor que acarició cada hoja del cafeto, mientras crecían y al colectarlo; imagino a mujeres tostándolo con ternura para darle la temperatura exacta que magnifique su sabor.


Viene de muy lejos este café. De la Parroquia, Veracruz.


Nada como la suave penumbra previa al amanecer para degustar su sabor, y aspirar todo ese amor que diversas manos le han impregnado en el camino que siguió, desde la siembra, cosecha, tostado, traslado y finalmente en su preparación, todo para que yo lo disfrute en un amanecer sabatino que me llena de esperanza en que la Vida siempre puede abrirse paso hasta la felicidad, que se puede encontrar hasta en un delicioso café matutino.

Viajeros

Viajeros

 

Viajeros

Todavía me pregunto por qué Torreón.

Debe ser porque a los 13 años -¿o apenas eran 12?- lo único que te interesa es esa sensación de libertad y caída libre que representa un viaje donde dejas en casa la tutela paterna, y donde la supervivencia y el feliz regreso depende sólo de ti.

No recuerdo que dijo mi Madre, pero Papá sólo me preguntó con quién iría. Seguro le hizo gracia esa ansia casi infantil de aventuras, a él, tan fogueado durante su juventud en esa vida de trashumante necesaria para sobrevivir.

Así fue como sin conciencia ni dimensionar lo que hacíamos, los cuatro amigos emprendimos el viaje a Torreón, Coahuila. Los mayores, Cipriano y Vicente, ya tenían 16 años. Mario me llevaba uno, y yo apenas despuntaba la adolescencia.

Tomamos el autobús y viajamos de noche. El amanecer nos recibió lejos de casa, hambrientos y con el espíritu de Marco Polo inmerso en nuestra voluntad.

Ha pasado mucho tiempo, pero aún recuerdo que lo más novedoso fue una hamburguesa con pan Bimbo que compramos en un puesto callejero. Se había acabado el pan adecuado, pero se combinó la imaginación del cocinero y el hambre de nosotros para improvisar y disfrutar el manjar.

Si notan una sonrisa cada vez que como hamburguesa, es por el recuerdo de esa noche en tierras lagunenses. Y cuando veo películas donde un autor relata un verano o un viaje con sus amigos, siempre me remonta la memoria a esa aventura con mis camaradas de la adolescencia.

Los mayores encontraron algún motivo de sonrisa tierna para regresar varias veces. Mario y yo, casi niños, no.

Muchos años después, ya curtido en eso de visitar otros lugares, volví a caer en la ciudad, para un curso de Corresponsales, y no encontré mucho que ver, salvo el Cristo de las Noas. Y me volví a preguntar por qué Torreón.

Aún no encuentro la respuesta. Ni me interesa hallarla.

Sólo sé que en ese viaje descubrí que vale más el deseo de viajar que el dinero en la bolsa. Que Dios prové, y a veces cumple caprichos. Lo viví cinco años después, cuando conocí un montón de ciudades y pueblos de todo el centro de México, gracias a la Providencia y a manos amigas, algunas de las cuales nunca volví a ver.

Hay viajeros mucho más avezados que yo y con mucho más kilometraje recorrido, pero también sé que al final, buen viajero es aquel que comprende que el viaje principal es la Vida misma.

La vida estaba ahí

La vida estaba ahí

Cuando desperté, la Vida todavía estaba allí.

Me vio, pero arremolinó su vista en otros menesteres, fingió perderse en la distancia y actuó como si yo no existiera.

Su sonrisa la delató, porque me llegó de rebote y la sentí tan cálida y amorosa como siempre, como cuando hacía todo lo posible por hacerme feliz.

La Vida seguía ahí, como cada día, con sus regalos: el Amor aún intacto, la salud todavía vigente, el bienestar siempre in crescendo, y los seres queridos, quizá ahora algunos lejos, pero tan presentes como estaban la noche anterior cuando apague la luz en el reloj de la Existencia para pasar al voluble y delatador mundo de los  sueños.

Cuando desperté la Vida todavía estaba ahí, y agradecido, la abrace con mi alegría.

El Tiempo, la Ausencia y la Memoria

El Tiempo, la Ausencia y la Memoria

Sabia virtud de conocer el tiempo.Y los tiempos.Los minutos pasan, sin misericordia, y de pronto se vuelven días, meses, años.

Aquello que pudo ser por siempre, lo perdemos en la incertidumbre del futuro, en el abandono del no ser, en el miedo al qué dirán, en el temor al infierno.

Y sin embargo, la Vida - y la Vida es Dios- es más misericordiosa que nuestros prejuicios.

A veces la felicidad llega a través de renglones torcidos y no la vemos por mirar como el tiempo se consume en el reloj.

Y sin embargo, el Tiempo no existe. Lo inventamos los hombres cuando nos dimos cuenta que no somos eternos.

Mi premisa es vivir cada momento como si fuera el último y preparar el futuro como si fuera a vivir mil años. Tomar con gusto lo que la Vida me da. Luchar por conservar aquello ganado. 

Porque aquello que amas, así sea la oportunidad de ver un atardecer, siempre vale una lucha a muerte por conservarlo.

Quizá no pueda repetir el tiempo, pero queda la Memoria donde se atesoran rostros, vivencias, momentos que no se quieren olvidar. Lo dijo un Poeta.

Pero alguna vez la Experiencia me susurró al oído que esa Memoria es la hermana de la Ausencia, y juntas terminan por llevarte a tu propio infierno.

Quizá no pueda dar marcha atrás al reloj. Pero siempre podré darle cuerda nuevamente.

Mi Tarea

Mi Tarea

 

-Tienes cero.
Así, con absoluta calma, pero total determinación, la maestra Hipólita Neira Cobos dejó zanjado el asunto de mi tarea.
Tanto que había trabajado y pulido la redacción, seguro de que podría aspirar a un diez, pero ella decretó sin derecho a audiencia, que yo había copiado de algún lado ese retrato literario que nos había pedido de tarea.
Irónico, todos pasaron, menos yo.
Para ese retrato imaginé a un hombre con bigote, alto, con sombrero, y luego lo describí con lujo de detalles. Lo revisé hasta convencerme que era lo que había pedido la maestra de Literatura.
Vana ilusión.
La maestra lo tomó, luego alzó la vista desde su metro y medio de estatura para buscar mi mirada, entonces unos 20 centímetros arriba. No le importaba que los alumnos le dobláramos en peso y fuerza: cuando calificaba era tajante. Y todos aceptábamos.
Leyó atentamente mi escrito y determinó que un estudiante de secundaria no podía escribir eso, y por tanto me lo había "fusilado" de algún autor consagrado.
En ese tiempo no había internet, ni copy page. Incluso copiar un texto tenía su mérito por el esfuerzo de leer un montón de libros en la biblioteca, y luego trabajar como monje medieval para transcribirlo a la hoja de papel de la libreta.
Me reprobó.
No lo asumí como fracaso, sino como una injusticia, similar a la que cualquier escritor sufre ante su primer editor. Y eran los tiempos en que nada nos traumaba.
Con el tiempo tuve mi desquite literario, cuando Rosalío García, jefe de Informaci+on del Diario de Monterrey, me dijo que al director Jorge Villegas le gustaba como escribía, y me invitaba a integrarme a la redacción.
Desde entonces he escrito mil relatos, narrado montones de escenas y descrito a infinidad de personajes.
Cada frase ha sido escuchada o leída por miles de personas, y ninguna me ha escrito o llamado para reprobarme.
No sé si la Maestra Pola -como le decíamos- alguna vez leyó mi nombre impreso en alguna publicación y lo relacionó a aquel muchachito al que le rechazó su escrito. O si lo escuchó luego de alguna crónica en Televisión.
Ojalá haya sucedido, porque entonces creerá que pese a todo, me logré y sentirá que sus enseñanzas lograron enderezar a ese muchachito que iba rampante por el camino de la piratería literaria.
Y tendrá razón, menos, -insisto- en lo del plagio.
Feliz día a todos mis maestros.