Mucha ayuda
Sentados alrededor de una fogata, los machos de Paraíso se quejaban de las hembras.
Sí, eran muy bonitas, pero también a veces eran muy molestas. Sobre todo cuando les daba por hacer arreglos en casa, porque los obligaban a trabajar en los ratos que ellos habían decidido dedicar a descansar.
No había forma de persuadirlas. Eran inflexibles, y siempre había en casa algo que arreglar, un plato que lavar, una cama por tender, un cubil por asear. El trabajo no se acababa y si por alguna causa se terminaba, ellas lo inventaban.
Definitivamente no estamos hechos para trabajar tanto, decía Elefante.
Es mejor cazar, traer alimento que limpiar la cueva, decía Tigre.
Así fueron quejándose cada uno a su manera y de acuerdo a sus circunstancias. Sólo Adán Pérez nada decía.
Y vaya que Eva era de armas tomar, porque si bien la Tigresa se conformaba con que no hubiera huesos tirados por el piso, y la Mona con que las cáscaras de plátano no se quedaran bajo los sillones, a Eva le encantaba tener todo limpio, arreglado y bonito.
Hasta macetas con flores tenía en las paredes, y había creado un jardín en su patio.
Además, a Eva le gustaba la buena vida, sentarse en sillas, tener una mesa, una cama, algo que las otras hembras no necesitaban.
Todos lo sabían, por eso les extrañaba que nada dijera.
Al fin, cuando todos se habían cansado de quejarse, Adán habló.
- Pues yo sí ayudo, y mucho.
Todos se quedaron viéndolo con sorpresa. Bien que notaban cómo salía huyendo antes de que lo atraparán en el trajín diario de la casa. Hasta un trabajo se inventó para poder salir de casa.
- Y o ayudo mucho –dijo con suficiencia- cuando veo que Eva tiene trabajo, me hago a un lado –y luego sonrió para si mismo- y mucho ayuda, el que no estorba.
Enero 10 de 2010
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