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Crónicas de la Nada

Adán poeta

Adán poeta

Adán Pérez amaba a Eva.

Cada mañana, al salir a cumplir su condena eterna de buscar el alimento para toda la familia, pensaba que regalo le agradaría a Eva.

Aún no se inventaban los cumpleaños ni los aniversarios de bodas, pero a él le agradaba regalarle coscas.

No había mucho que llevarle, y su imaginación no siempre le ayudaba. Veía al lado del camino, y lo que encontraba era hermoso, pero no romántico.

Una piedra, quizá tendría forma caprichosa, como el carácter de Eva. Pero no, eso no.

Un tronco de árbol, quizá como mesa o asiento. Unas ramas donde colgar la ropa.

Todo eso le llevaba, y Eva le encontraba un fin práctico.

Pero no era romántico. Adán, que como todo hombre era más práctico que soñador, fue llenando el hogar de cosas que servían.

Dios, siempre lo veía desde lo alto. Si hubiera tenido Adán una madre, quizá tendría un atisbo de romanticismo, pensaba el Señor.

Dios puede ser padre y madre, ni duda cabe, pero Adán necesitaba a alguien que viviera con él, que lo hubiera visto crecer, que lo hubiera abrazado de niño y le hubiera contado historias.

El “hubiera” que no existe. Salvo para Dios.

Entonces, el Señor, al verlo como Adán buscaba siempre que llevar a casa, pera Eva, le pusó un día en el camino una puesta de sol, un prado verde, montañas de diversas tonalidades de azul y esmeralda y un sinnúmero de flores al lado del camino.

Adán vio a éstas última y pensó que eran bellas.

-Harán juego con Eva- pensó- los pétalos son suaves como su piel, el tallo esbelto como su cintura, la flor bella como sus ojos.

Dios le había dado el toque de poeta.

 

Octubre 18 de 2009

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