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Crónicas de la Nada

La Vida que aparece

La Vida que aparece

Nada se ve a lo largo del pasillo del parque.

Es un sendero desierto, hecho de concreto, olvido y mucho polvo, por donde sólo unos pocos se atreven a caminar a media mañana, porque entre el calor y el sol matutino, acaban con las energías de todos.

Me gusta la cuasisoledad del lugar, porque se puede caminar, trotar e ir pensando en los misterios de la vida y las casualidades que la van formando.

Pero la Vida -y la Vida es Dios- me hizo voltear un día hacia el suelo, donde corrían infinidad de hormigas en su trabajo diario de llevar comida al hormiguero.

Un suave canto me informó que las aves también andan por el lugar. Y un zumbido perenne descubrió chicharras y otros insectos entre la tierra y el pasto que circunda el sendero.

No hay soledad en ningún lado porque hay Vida en todos lados. Incluso entre los recuerdos.

A la escuela

A la escuela


Apenas un leve gesto y una mirada confusa entre despedida y arrepentimiento se dibujo en el rostro del niño en los momentos en que la mano de la maestra lo jaló irremediablemente hacia el mundo de las responsabilidades.

Así, de un tajo, terminó la infancia primera de Emiliano, esa donde todo lo que les preocupa es comer, jugar y dormir.

Ya no podrá quedarse en la cama hasta que le plazca, pues debe levantarse todos los días a la misma hora para ir al jardín de niños.

Ya no tendrá tiempo de pararse en lo alto de la escalera para preguntar entre risas contenidas, si hay alguien abajo. ni me pedirá su leche y sus galletas "húmedas" para aligerar el peso del hambre hasta el momento que le den de almorzar.

Habrá obligaciones. La escuela se convertirá en su prisión de tres horas, y luego, sin darse cuenta, le irán devorando su niñez, quitandole su tiempo libre hasta llenarlo de tareas, trabajos finales, horas de estudio, y al final, cuando su infancia sea sólo un recuerdo deglutido por el tiempo, lo arrojarán de nuevo al mundo convertido en un adulto.

No lloró y regresó a casa con su estrella en la frente. No sabe que es un artilugio de las maestras para encadenarlo un día más, y obligarlo a que vuelva a pintar con crayolas, aprender letras, jugar con amigos y correr por el patio escolar.

El mundo comienza a apoderarse de Emiliano, pero él no lo sabe. Su inocencia infantil lo protegerá, y en casa lo estaré esperando, envuelto en mi infancia redescubierta por él, para cubrirlo con ella  ayudarle cada tarde a recuperar esa niñez que le quiten en la escuela por las mañanas.

La noche del Lobo

La noche del Lobo

La noche desinhibe.
La gente duerme y aparece el Lobo que vive dentro de nosotros. 
Es un Lobo que le aúlla a la Luna, en un ronco clamor para que baje y tenga un romance con él.
Pero la Luna no desciende. Coqueta, finge acercarse, pero en realidad hay un mundo enmedio de ella y ese Lobo inquieto que parece flotar bajo las farolas de la calle.
La soledad se ha apoderado de la ciudad. Unos cuantos caminan, y los más, van inmisericordemente apáticos al volante de su coche.
Nadie ve el juego de luces a lo largo de la avenida, ni el fulgor de los anuncios que insisten en vendernos lo que no necesitamos.
Cada Lobo con su tema.
El mío sueña con lo intangible. Marca su territorio en el límite entre el recuerdo y el olvido, y termina por confundirlos.
Aúlla a la Luna, la sueña y recuerda los romances que no ha tenido con ella.
La confunde con otras Lunas, con otros mundos, con otros romances.
La Luna finge no saberlo, pero su feminidad lo intuye.
No dice nada. Deja que el romance desenvuelva la noche.
Al fin que para ella, es sólo una aventura más.

La Vida

La Vida

Antes de verse al espejo, miró el reloj. Las siete y 30 de la mañana. Qué rápido se fue la hora desde que se levantó.

Tomó las cosas con calma y notó algo desconocido en el rostro tan conocido.Tenía arrugas en las comisuras de los ojos. Las temidas "patas de gallo".

Miró con atención al tipo ese que lo miraba con la misma atención desde el espejo, y notó que la abundante cabellera era algo escasa. Y casi blanca.

Unas pequeñas bolsas colgaban bajo los ojos, y unos vellos nada bellos adornaban sus orejas. Miro el reloj. Eran las 7:35 de la mañana. Echó un vistazo al calendario. Habían pasado quizá veinte años desde la última vez que vio con atención su rostro en el espejo. Cómo pasa el tiempo, pensó. Si parece que era ayer cuando todavía era joven. 

Escuchó que lo llamaban. Era su hijo que ya tenía listo el coche. ¿A qué hora aprendió a manejar? Bajó y plantó un beso en la mejilla de su esposa. La notó suave, pero no lozana. La miró disimuladamente y percibió que el tiempo no perdona. Su rostro estaba surcado por algunas arrugas, y su cuerpo, aunque esbelto, ya no ganaría nunca un concurso de belleza. 

Su hijo se le plantó enfrente, y tuvo que levantar la vista. ¿A qué hora creció tanto? No pudo cargarlo como antes. El intento le trituró la rodilla. Les arrojó un beso con la mano y salió. Volvería -igual que todos los días- 14 horas después.

Cuánto se vive en 14 horas. Cuánto se pierde en ese mismo lapso. ¿A dónde se fue la hora desde que se levantó?, pensó. 

Y corrigió con nostalgia: ¿A dónde se fue la vida? 

La Tentación

La Tentación

Por un momento me sentí tentado. 

Robar un libro es un delito, sí, pero también un deleite que uno de estudiante no se podía dar. Menos con un buen libro.

Y la cultura bien vale un pequeño robo, una maculita casi insignificante en la limpieza del alma que se borra frotándole fuerte con el jabón de la literatura. Qué tal si es el libro que cambiará nuestra vida para mejorar las vidas de otros.

Me acordé de los cuatro tomos del Quijote que descansan en la repisa más alta, junto a la puerta de salida al patio de mi casa, y que saben que no volverán más a la Biblioteca de la escuela. Pero no fue robo, fue préstamo y olvido.

Leí de nuevo el letrero, nula advertencia ante alguien decidido a cultivarse al precio que sea, y absolutamente tan inútil como las llamadas a misa, porque por más que suenen las campanas, sólo irá el que quiere ir.

No robarás, dice el quinto o sexto mandamiento, no recuerdo cuál exactamente. Tal vez si me echo al bolsillo una biblia maltratada que vi medio escondida en uno de los estantes de esa negocio de libros usados pueda iluminarme más tarde en ese conocimiento.

En mis tiempos de estudiante nadie ponía esos letreros en las librerías de viejo, no sé si porque éramos más honestos o los libreros más confiados. O tal vez no querían disuadir a nadie. Una vez me contó un vendedor de libros que se daba cuenta que a veces le robaban los ejemplares en venta, pero si es la única forma de que lean, qué se los lleven, puntualizó con altruista resignación.

Robar libros no es negocio, porque no hay mercado para la reventa. El que se lleva un libro es porque va a leerlo, o quizá le hace falta para emparejar la pata de una mesa. El libro sólo sirve para leer.

Miré de nuevo el letrero, luego al librero que dormía escandalosamente despatarrado sobre la silla con la mitad del cuerpo arriba del escritorio, y luego a la esposa del librero que platicaba descuidadamente con otra mujer, y entendí que el letrero era mero adorno. Más si era un cuarto con una enorme puerta a la calle y a la impunidad.

Recorrí los estantes con la mirada y me decidí por Caracol Beach, de Eliseo Alberto. Se leerá bien sobre el sillón y se verá bien en mi raquítica biblioteca.

De hecho, ahora descansa junto al Quijote del Gante, como perenne tentación en el más estratégico lugar frente a la puerta del baño, lo que le da seguridad de ser leído.

En esa tentación sí caeré. En la otra, ya no quise.

Un acto de amor

Un acto de amor

Con delicadeza, él le tomó la mano. Había esperado con ansias el momento, y al cruzar la puerta de aquel cuarto, donde quizá encontrarían una nueva faceta del destino, no pudo evitar un leve estremecimiento.

Le hubiera gustado llevarla en sus brazos, pero no lo consideró prudente.

Tocó su mano, cálida y un poco sudorosa. Suavemente, sin forzarla casi, la estiró hacia el interior. Al centro los esperaba una cama, perfectamente tendida.

–Descúbrete- le dijo, y como ella tardaba, en parte por la duda, en parte por el temor de lo que venía, él, galantemente, le ayudó a despojarse lentamente de su ropa.

Tocó su piel, y un suave aroma penetró en sus sentidos. La miró a los ojos, y le sonrió.

Una sonrisa amable, amorosa, que la llenó del valor que le había faltado en los últimos días.

Esa mirada la decidió. Si ese era su destino, valía la pena arriesgar, si él estaba en su futuro.

Lentamente se tendió en la cama. El volvió a tomarle la mano. El ligero temblor que momentos antes había notado, se había ido.

Se inclinó y la besó. Primero en la frente, luego en los ojos, y finalmente en la boca.

- Te amo- le dijo con toda la sinceridad de que pudo echar mano- no tengas miedo, no te dolerá.

Ella sonrió, valiente.

Cuando entró el médico, cargado de jeringas y ampolletas para recolectar muestras de sangre, la anciana ya no tenía miedo.

Ni al diagnóstico ni al tratamiento.

 

 

Luna, siempre Luna

Luna, siempre Luna

Estaba ahí: No como siempre. Estaba diferente.

El rubor cubría su rostro, y le daba un toque de inocencia maliciosa, como de nínfula.

Un halo de misterio la envolvía. Su figura se recortaba contra el atardecer, sigilosa, ansiosa de que llegara la noche para mostrarse en todo su esplendor.

Al fin mujer, ignoraba que en su candor alcanzaba una magnificencia que pocas veces le he visto.

Coqueta incipiente, mostraba su belleza a quienes la quisieran ver, pero pocos volteaban a contemplar la figura que desafiaba al horizonte.

Detuve la marcha un momento. Un semáforo, cómplice inesperado, permitió alargar el momento de contemplación.

Se veía hermosa  con su faz enrojecida.

Se antojaba  tomarla por el talle y pasear de su brazo por toda la vía láctea.

El semáforo encendió su luz verde, cansado de esperar, y deje que la figura de la Luna se quedará al final de la calle. Y en mi pensamiento.

Quizá algún día acepte esa invitación a pasear por el firmamento.

De músico siempre tenemos un poco

De músico siempre tenemos un poco

Una o dos veces por semana llega el hombre y toca su guitarra junto a la entrada de la casa.

Antes llevaba compañero y formaban fara-fara, pero la vida de juglar es para jóvenes y su amigo tuvo que jubilarse convencido por sus piernas y rodillas, que se negaron a seguir la vida de bohemio ambulante mañanero.

Asi se gana unos pesos, llevando música al azar por las calles. En mi casa la parada es obligada, porque siempre sale Emiliano, y se convierte en parte del espectáculo. Antes, sólo salía a escucharlos con tal interés que hasta su chupón se quedaba quieto. Ya más grandecito, baila al son que le toquen, aunque sean canciones del tiempo de sus bisabuelos.

Todos tenemos algo de músico, poeta y loco, pero en estas tiernas mocedades, Emiliano parece tener mucho de las tres cosas. O eso creemos, porque aún no sabemos que es lo que dice en esas canciones que inventa.

Ya inició su carrera artística, al lado de este juglar ambulante mañanero, que ahora ya no pregunta por el Gordito, sino por su compañero que toca la guitarra. Y sabe tocar todas las guitarras, aunque le falten cuerdas.Como siempre es bueno que nos falte un poco de cordura, terminamos desafinando un poco la razón para disfrutar mejor los conciertos que nos regalan estos artistas únicos.

El Abuelo

El Abuelo

Siempre fue una penumbra entre los recuerdos. Mi padre nunca lo dejó morir, y eso permitió que el abuelo Porfirio viviera mucho más allá de las ocho décadas que tiene de haber partido.
Don Pancho casi no lo conoció, más que “de oídas”, como dicen en el pueblo. A los ocho años que tenía cuando el abuelo murió ya hay recuerdos sólidos, pero el de las vivencias cotidianas se van cubriendo con muchas otras a lo largo de los años, y se pierden. Sus hermanos mayores, con edad suficiente para tener hijos de más edad que mi padre, le nutrieron de anécdotas, que luego fue pasando a los de su prole que quisimos escucharlo. Eso, y el contacto con sus hermanos, sus sobrinos y las siguientes generaciones que llevan el mismo apellido Zúñiga, y también los genes, aunque físicamente no nos parezcamos, permitió que su figura prevaleciera.
Así sobrevivió el abuelo al que nunca conocimos. En la infancia se acentuó con algunas pláticas de la Abuela Eustolia, del tío Pedro, luego, ya mayor, en las visitas a la tierra de origen, surgen pláticas y nuevas historias, de cuando encontró el venero de agua, de cómo las piedras del camino le decían que había llegado el tiempo de sembrar, de su filosofía de la vida que transmitió a sus hijos, de su fama de hombre honesto.
Y lo fuimos reencontrando, sin conocerlo.
Cómo imaginar a un hombre que nació casi un siglo antes que uno. Es difícil. Una vieja pintura colgada en una pared de la casa familiar mostraba a un hombre de bigote y mirada clara, pero el pintor no era muy bueno seguramente, porque no se parecía al abuelo, sentenció el tío Pedro, que sí lo conoció bien. Y yo que conocí a la abuela, pensé lo mismo al ver que nada tenía que ver la mujer que lo acompañaba con la que en ese entonces aún deambulaba por nuestras vidas.
Ahora, ya lo conozco. Todo mundo conoce a su abuelo desde que nace, yo lo he ido conociendo medio siglo después. Ahí estaba, en el álbum familiar de la prima Nacha, que gustosa compartió esa imagen conmigo. Una visita que abrió puertas al pasado. Aquel de los domingos que mi Padre nos llevaba a visitar a su familia, la tía Lupe, el tío Pedro, la Tía Orelia, la prima Nacha, y todos los primos y sobrinos que ya eran jóvenes cuando yo nací y que me cargaron, mimaron y aún me ven y me reciben como el niño aquel que hace mucho dejo de existir, aunque a veces, lo reconozco, se me escapa y se asoma juguetón.

En la foto aparece junto a la abuela, un par de adolescentes que con el tiempo se  convertirían en  tías. Una, Celedonia, que no conocimos, y la otra, Lupe, que siempre nos recibió gustosa en su casa.

Hay otros niños que la memoria de la prima Nacha no logra identificar. La pequeña quizá sea ella, el niño tal vez sea don Panchito, cuando todavía era simplemente Panchito. O tal vez es el bebé. Pero esas son mis conjeturas.
No sé quién se parece al abuelo. Serio, de mirada penetrante, con esa dignidad que da el trabajo bien habido y el ser el patriarca de dos familias unidas en una sola. Podría pasar por cualquier personaje de la revolución, salvo por la falta de armas. Y sí, seguramente fue un revolucionario a su manera, porque aquí andamos sus descendientes aún con esa costumbre de cambiar el mundo.
Seguramente algo heredé de él, como de mi otro abuelo. Porque aunque nos separan tres o cuatro generaciones en el tiempo, en la línea generacional son apenas dos y una cuarta parte de mi fue aportada por él, aunque se haya ido treinta años antes de mi llegada al mundo.

Buen Viaje

Buen Viaje

Este día es la última página de un libro llamado 2016. Lo fui escribiendo cada día, cada hora, cada minuto cada instante del año. A veces con una pasión que me llevaba a vivir con intensidad el momento para atesorarlo en el anecdotario de la vida. Otras, con indiferencia, dejando sólo pasar las horas para completar el trámite de vivir un día más.

No es fácil escribir el libro de mi propia historia. No lo es para nadie, porque los momentos tristes siempre insisten en asomarse cuando la Soledad es la única compañera, pues sólo ella aguanta siempre hasta el final de la juerga de la vida diaria.

Las historias son así. Nunca es una sola, sino que se van hilando una serie de vivencias, pequeñas historias que se enlazan hasta formar un puente sólidos que nos lleva al  futuro, donde esperamos que las cosas sean mejores.

Yo no creo que todo pasado fue mejor. Leo hojas atrás en el libro de mi vida y encuentro momentos muy difíciles, angustiantes, dolorosos, y situaciones que no me hubiera gustado vivir ni se las deseo a nadie. Y también encuentro otros instantes de mucho amor, bondad, deleite, alegría, satisfacciones, que quisiera compartir con todos. Pero al final, el futuro me ofrece algo que el pasado ya no me da: Esperanza.

La encuentro sobre todo en dos pequeños seres que alegran el mundo de todos los que giramos alrededor de sus incipientes vidas. Ellos representan la esperanza en el  futuro, en la oportunidad que nos da la Vida -y la Vida es Dios- para ser intentar ser mejores personas a través del amor que nos despiertan y que inevitablemente se reflejan en quienes se cruzan en nuestro camino.

No significa que olvide o deje de amar a aquellos cuya silla estará vacía de nuevo esta noche. Ellos tienen su propio lugar, incluso en uno de esas creaturitas. Pero la Vida exige atender a los que llegan, porque somos el sendero que los llevará a su propio camino.

Por eso esta noche, cuando deba ponerle punto final al libro llamado 2016, lo haré con agradecimiento por las alegrías que trajo consigo,  por la oportunidad que me dio de revivir momentos de infancia tirado en el piso y jugando luchas, y de reconstruir momentos de adolescencia y juventud haciendo planes para un futuro que no sé si alcanzaré.

Me gustó el 2016, pero a partir de las 12 de la noche será pasado. Fue un buen año porque hubo mucho amor en mi vida. Mucho más que dolor o tristezas.

EL 2017 es por ahora un montón de hojas en blanco, que empezaré a escribir -si La Vida lo autoriza- a partir de la medianoche.

Les deseo que haya siempre buena tinta en sus vidas para que escriban un libro lleno de triunfos, éxitos, amor, prosperidad, y que La Vida les de cada despertar una esperanza de mejores tiempos.

Buen Viaje, 2016, bienvenido 2017

Mi fortuna

Mi fortuna

Sí, soy afortunado. No lo niego, pero tampoco creo que se deba presumir.

La Vida –y la Vida es Dios- me ha dado un poco de todo, me permitió y permite sentir todas las clases de amor que un hombre debe tener en su existencia, e ir descubriendo otras nuevas, que llegan en los brazos y las risas de esas creaturitas que traen en sus manos el futuro, aunque ahora parece que su única función en el mundo es tirar las cosas al suelo.

He amado, me han amado. Amo y me aman, porque la Vida me ha permitido conservar cada uno de esos amores.

A lo largo del he conocido gente de todo tipo, pero principalmente gente buena, valiosa, deliciosa en su trato. Quienes han compartido conmigo en algún momento esa vereda incierta que es la vida, se han ido con buenos recuerdos, y eso significa amistades largas, aunque los caminos ya no se crucen.

En general la Vida me ha sonreído, aunque también me ha concedido conocer el dolor, y eso me ayudó a valorar más lo que tengo y me queda.

A pesar de esto, siento que han sido más las bendiciones, pues me dio muchas vivencias que otras personas nunca tendrán, o quizá una percepción distinta para darle valor a lo que para otros es cotidiano o  una bagatela trivial.

Eso me ha permitido tener la fe en un nuevo amanecer, siempre.

Sí, soy afortunado, pero poco lo digo, porque hay gente que no tiene esa fortuna, y puede sentirse mal. O quizá la tiene, pero no sabe verla.

No lo niego, soy afortunado, pero tampoco me gusta presumirlo.

O quizá, como me dice un amigo: Lo que tienes es que te dejas caer, para que los demás te levanten.

Los regalos navideños

Los regalos navideños

En casa la Navidad siempre es magia y fantasía.

Había que hacer mil malabares para conseguir los regalos, luego para esconderlos y dejarlos en el Pino durante la Nochebuena, para que al regresar de casa de los abuelos, los juguetes estuvieran ahí, sorprendiendo a los niños.

Siempre los más bonitos, los mejores, aunque costaran más. Total, ni más pobres, ni más ricos.

Desde semanas antes hacían su cartita, que luego cambiaban todos los días, hasta definir el mismo regalo del principio.

Ese diciembre, cuando los Cuates tendrían unos siete años, creímos que la magia de la Navidad iba anidando en sus corazones. Bueno, sí, pero no en los dos.

Sentados en la escalera, Diego le pregunta a Paco:- Bueno, Paco, ¿entonces que le pedimos a Santa Clós?

Una mirada casi asesina apareció en los ojos del menor de los gemelos, antes de soltar su florido vocabulario:

- ¡Pinche Santa Clós! pídele lo que quieras, total, siempre nos trae lo que se le pega su gana.

Diego abrió los ojos todo lo que pudo. Cómo se atrevia el otro a dudar de Santa Clós.

- Mira -siguió diciendo Paco- nunca nos  trae lo que le pedimos. Le pedimos una pista de licuadora, y nos trajo ese mendiga pistilla que ni nos gusta. Querías una bicicleta bonita, y nos trajo esa bien fea. 

La pista, sí, me acuerdo que la usé yo más cuando les enseñé como se armaba, que ellos. Y era la Daytona, la más grande de todos. Pero no les gustó. Y la bicicleta, era la más cara y -según yo- más bonita.

Paco siguió vaciando la memoria con la lista de todos sus regalos frustrados, hasta que remató tajante: ¡Pinche Santa Clós!

Entonces entendí que la magia de la Navidad no es nuestra, sino de los niños. Ellos creen en Santa Clós y esperan recibir el regalo que a ellos les gusta, no el que le gusta a los papás.

No podemos revivir nuestra infancia invadiendo la de ellos.

Desde esa vez, los tres hijos tuvieron exactamente el regalo que pedían. Aunque fuera una piedra pintada.

Salvando la Navidad

Salvando la Navidad

Hay Navidades tristes.Y si tus ilusiones se van en un taxi dos semanas antes de la Nochebuena, todo se vuelve una larga tragedia.

En eso pensaba Eusebio, cuando se dio cuenta que el sobre con su aguinaldo y su ahorro de todo el año se habían ido en el coche de sitio que unos minutos antes había abandonado.

Pensé que traia la otra chamarra, la que traía bolsa, y eché los sobres ahí, me contaría días después, cuando me lo topé en la calle. No había bolsillo, y el dinero cayó en el suelo o en el asiento del taxi, y ahí se quedó. Tal vez le dio una feliz navidad al taxista, o al siguiente pasajero. O quizá su aguinaldo y ahorro sólo fue a engrosar la momentanea riqueza decembrina de algún afortunado.

A él, le dejó tal tristeza que no pudo evitar las lágrimas de impotencia por ver sepultadas sus ilusiones y las de su hija . El dinero lo iba a utilizar para comprar una lavadora para su hija, madre y padre de los nietos de Eusebio, para no ver como cada domingo, luego de trabajar duramente el resto de la semana, la joven se pasaba el día lavando a mano la ropa de sus niños.

Pero todo se fue en el taxi, fue lo único que contó al primero que quiso escucharlo.

Las paredes tienen oídos y los ángeles también. Alguién oyó su historia, y pensó que la vida es injusta, porque se ensaña con el que menos tiene. Por qué tenía que pasarle eso precisamente a uno de los más humildes en la empresa.

Y esa persona decidió que no debía ser así. En unos minutos, contó lo que sabía de la historia, y le recordó a todos que en Navidad es tiempo de compartir. La historia conmovió a muchos y comprometió a otros, que fueron aportando lo que pudieron. Gota a gota -quizá debimos decir peso a peso- se fue llenando la alcancía.

A mi me dijo el ingeniero que viniera a la plazoleta, pero no sabía a qué, me contó después Eusebio. Ahí, el Ángel disfrazado de simple mortal le entregó un deseo de feliz navidad y un sobre cerrado. Nunca imaginó que sus compañeros, sin conocerlo, le iban a restituir lo que la mala suerte le quitó. 

Decía Jacinto Canek que en los hombres, las lágrimas caen de rodillas, quizá porque son una plegaria al cielo. Así brotaron las de Eusebio, agradecido por el noble gesto de alguien a quien no conocía antes, y del que tal vez no supo el nombre.

No tiene caso dar cifras, pero su hija tendrá lavadora nueva esta Navidad. Y en su casa habrá una alegría mucho mayor porque vieron que la Vida -y la Vida es Dios- siempre escribe derecho sobre renglones torcidos y lo que parecía una tragedia era sólo una oportunidad para que un grupo anónimo de muchachos -incluso algunos sesentones- que se preparaba para una pagana posada, terminara cometiendo impunemente un acto de suprema bondad, al devolverle la fe a un hombre bueno.

La verdad, casi lloro con él. Porque no sabía cómo agradecer, si no sabía ni quienes eran sus benefactores. Pero lo tenía decidido, me dijo. Al terminar nuestra plática se fue a comprar unas cobijas -quiero unas buenas, que duren, que salgan aguantadoras- para donarlas a la gente del Sur del Estado, donde -él no lo sabe- hay gente mucho más pobre que él, y sus cobijas serán una luz de esperanza.

No hay duda, la bondad mueve montañas y rectifica destinos.

El Agua

El Agua

Me gustaría ser como el  Agua.

No hay nada más tierno que el agua. No hay otro elemento que contribuya tanto a la vida y al bienestar del humano.

Donde hay agua, habrá belleza, vigor, dinamismo.

Sentarse a ver como brota de un venero es tener asiento preferente en el ciclo de la vida, porque esa agua alimentará plantas que luego serán  el principio de la cadena alimenticia. Esa agua llegará a algún estanque natural o una alberca, donde dará diversión. Entrará a las casas y servirá para bañarse, para la comida, para un delicioso café, y para que los bebés chapoteen en el fregadero de la cocina.

Seguramente llegará hasta un generador de energía y contribuirá a que la gente tenga trabajo y logre bienestar.

Todo eso hace el agua, por eso me gustaría ser como el agua.

Nada hay más fuerte que el agua. Ni el rayo con toda su aparente poder.

Cuando el agua se enfurece puede acabar con pueblos enteros, mover el cauce de los ríos, romper cualquier barrera que le pongan, volar por los cielos y caer en torrentes sobre la tierra y sobre los hombres y mujeres que la habitan.

Es fácil para ella causar muerte y destrucción. Es el agua la que ha formado la tierra, la que ha partido en dos esas hermosas montañas que disfrutamos, y la que alguna vez acabó con la humanidad durante el diluvio.

El agua es vida y muerte, sin duda.

Pero no es por eso que me gustaría ser como el Agua, sino por su sabiduría.

A pesar de tanto poder, prefiere la constancia. La belleza de la tierra, de los ríos, las montañas, las ha ido creando con amor y paciencia. La Vida misma comenzó en su seno, pero tardó millones de años en alimentarla hasta llegar a los primeros seres sobre la  tierra y luego a los que ahora la habitamos.

El Agua nunca se apresura, pero nunca deja de fluir. Su fuerza no radica en la capacidad de destrucción, sino en su paciencia para revivir todo.

La violencia acaba con todo en un instante; el amor, tarda siglos en construirlo.

El agua lo sabe, y por eso es más amor que violencia.

Los 3 de Emiliano

Los 3 de Emiliano

A diferencia de otros abuelos, yo no tengo el nieto perfecto.
El mío, Ángel Emiliano Zuñiga Gaytan es demasiado inquieto, gritón, desobediente a veces, terco otras, y le encanta cerrarme la puerta para que no entre a la casa.
Todo es juego para él, y termina por convencerme de que así debe ser la vida: juego y diversión.
Entonces, acepto que me lleve de la mano y me saque a la cochera, para cerrar la puerta y burlarse de mí.
No es fácil lidiar con él. Todos los días, al llegar a casa, tengo que preguntar por él, mientras él se esconde tras sus manos, y suelta sus risa burlona para avisarme que ahí anda, aunque no lo vea porque su imaginación lo hace invisible a mis ojos.
O debo exprimir la mía para encontrar lugares nuevos cuando me obliga a buscarlo por toda la casa, incluido el bote de la basura, el refrigerador y las cacerolas sobre la estufa, aun y cuando sepa que está bajo la mesa.
A veces, cuando las decisiones ajenas lo permiten, vamos al parque por las noches. Y mientras todos los niños obedecen cuando deben retirarse, Emiliano sigue y sigue sin cansarse. Nunca se quiere ir.
No es fácil lidiar con él. No tiene miedo a nada, ni respeto a mis rodillas crujientes. Tampoco se cansa de echar maromas colgado de mis cansados brazos, ni le importa si estoy dormido cuando sube a la cabecera de la cama para luego saltar encima de mí. 
Me obliga a boxear con él, aunque me noqueé cada dos minutos, y luego debo soportar sus patadas voladoras en mi pobre humanidad.
Un nieto así, no todos los tienen. A mí me tocó, y me alegro de ello.
Porque con sus locuras infantiles, me obliga a bajar hasta la infancia para alcanzarlo, y luego, cuando vuelvo al mundo de los adultos, siempre me estaciono en algún punto más joven de lo que al principio del juego estaba.
No sé que nos depare el destino, porque el futuro no nos pertenece. Sólo ese pasado que hoy completa tres años, y el cual la Vida -y la Vida es Dios- nos obligó a compartir a Emiliano y a mí, para construir un presente unificando nuestros mundos.
No sé cómo me vea Emiliano Zuñiga Gaytan , porque para él soy Paco. Supongo que me habla por mi nombre porque me ve más como amigo que como "abollo", lo cual espero sea un buen indicador.
Les cuento todo esto porque hoy Emiliano cumple 3 años. Y más que desearle felicidades, quiero decirle que mi compromiso es trabajar en su felicidad. Podré equivocarme, pero es mi premisa.
Felicidades, Emiliano, y recuerda que no podré estar contigo todos los días de tu vida, pero sí podré estar junto a tí todos los días de la mía.
Feliz tercer aniversario.

Número cabalísticos

Número cabalísticos

Algunos números son cabalísticos por el significado que les damos.
Nada tiene más valor que el que le atribuimos, ni más influencia de la que le concedamos.
Nunca vi el 30 como una cifra mágica ni especial. Hasta ahora, quizá porque cierra otro ciclo y abre uno nuevo. En realidad, dos. 
En una semana, Emiliano cierra su ciclo de tres años cumplidos, 36 meses exactos, de los que 30 los ha vivido sin la presencia fisica de su papá. Aún no lo sabe, pues no pide explicaciones. Va y lo visita, lo saluda en la foto que ocupa parte de la pared de la sala, y tal vez lo ve en esas ocasiones que no nos explicamos cono sale ileso de sus aventuras, como si una mano invisible lo jalara para que no caiga y se haga daño.
Son 36 meses para Emiliano y 30 para Paco. Ciclos tan parecidos en tiempo, pero tan distintos en espacios. Tan diferentes en sentimientos. Tan iguales en recuerdos.
Vamos caminando, sin duda, porque la vida no se detiene por nadie, y Emiliano es la mejor prueba. Sigue creciendo aunque su padre no esté fisicamente.
Y los demás, tambien sobrevivimos y vivimos, porque el Mundo es de los vivos y por ellos debemos vivir.
Hay Vida incluso después de la partida, aunque en nuestra pobre concepción terrenal no siempre lo entendamos.

La fascinación de los cementerios

La fascinación de los cementerios

Siempre he sentido una especial fascinación por los cementerios.
Me gusta entrar, recorrer los pasillos, mirar las tumbas, los epitafios, adivinar la historia de quienes duermen ahí el sueño eterno.
A veces me encuentro cuatro o cinco difuntos sepultados en un mismo mausoleo, y me pongo a adivinar cuál es el parentesco o por qué llegó ahí aquel que tiene los apellidos distintos.
Muchas veces, en el camino, nos detuvimos porque nos topamos con un panteón, y mis hijos y yo entrabamos, explorábamos el lugar, para adivinar las leyendas y los aparecidos que todo cementerio respetable debe tener.
Irónicamente no visitaba a mis muertos. Los abuelos, los tíos, los primos, que se nos adelantaron en el camino a la eternidad están en mis recuerdos, y es ahí donde prefería verlo.
Buscaba los muertos ajenos, los desconocidos, los que podían ofréceme una historia. Y hallé sucesos inéditos.
Nunca pensé que podría encontrarme una tumba clausurada, y hallé dos. Me topé con un ángel gigantesco y con otros infantiles. Uno con las manos rotas por el tiempo.
Muertos tan antiguos que seguramente se volvieron arena bajo la piedra de sus mausoleos.
Me encontré a Benjamín Argumedo, el del corrido, y a dos muertos tan fanáticos del fútbol que pintaron sus tumbas con los colores de sus equipos.
Una familia puso bancas, como si fuera un parque. Me encontré que los muertos tienen cocina, y si comen, por qué no habrían de escuchar música.
Ví mausoleos tan extraños como una pirámide, la gruta de Lourdes en réplica. Una mujer milagrosa cuya tumba está llena de retablos de sus agradecidos seguidores. Ví alguna vez una tumba –la del Niño Fidencio- en la sala de una casa.
Encontré la tumba custodiada por dos ángeles, creada por un amor que a pesar de ser prohibido y adúltero fue tan real que trascendió más allá de la muerte, al grado que él pidió ser sepultado de pie para cuidar de su amada. Quizá sea leyenda, pero su historia de amor la inspiró.
En un panteón me encontré a la muerte y hasta me tomé la foto con ella. 
Hay tantas historias en los panteones. Historias de dolor, de gloria, de valentía, de olvido, de soberbia, de fastuosidad, que siempre que encuentre uno en el camino, entraré a conocer sus muertos.
Porque son ellos quienes nos revelan la verdad de la Vida.

Cumpleaños

Cumpleaños

Se acabo el dia, viene ahora la rutina de los dias normales, pero me quedó un excelente sabor de boca de este aniversario que completé.

Fue un cumpleaños muy interesante donde el principal regalo fue el cariño de tanta gente que me escribió, me hablo por teléfono, que me regalo desde una aparentemente simple tarjeta, una corbata, un termo para el whisky que me servira para mi añorado cafe de todos los dias, la lata de cerveza que disfrutare el fin de semana, el delicioso pastel comprado con el esfuerzo de mi hijo, la musica que me trajeron de sorpresa mis amigos Carlos y Pepe, el pastel tan inversamente proporcional al amor que me tienen, y sobre todo la compañia de mis seres amados, los que estuvieron y los que no pudieron estar.

Hoy me siento afortunado, amado, y bendecido. La Vida - y la Vida es Dios- me ha dado mucho. Como cada cumpleaños no hice fiesta, pero el que quizo y el que pudo llegar fue bienvenido. Y llegaron los familiares, los amigos y falltaron muchos, claro, pero se que me aconpañaron en espiritu y en cariño.

Gracias a todos por hacer este cumpleaños inolvidable. Gracias por quererme y espero estar a la altura de ese amor que hoy senti y me hizo estremecer.
Seguimos el camino y seguro estaremos juntos, en retazos de vida a veces, pero siempre intensos.

Soy feliz, estoy feliz y me siento amado y bendecido.

Gracias.

Día de Muertos

Día de Muertos


Día de Muertos...Cuántos me ha tocado vivir, y todos tan distintos.

Desde los tiempos en que siendo niño acudía con Mamá a la tumba de la Abuela Sara, donde la familia iba llegando y se hacía una fiesta con tanta tía, tío y primos.

Una tumba que se fue poblando con el tío Valentín, la tía Julia, luego con el patriarca Juan Esquivel, mi abuelo.

Hace años que no voy por ahí, aunque sé que hoy tiene más inquilinos permanentes.

Luego, los días de muertos llenos de indiferencia, visitando tumbas ajenas, buscando historias en los panteones, hurgando en el pasado de los muertos anónimos.

Hay quien dice que no tiene caso ir a ver una tumba, si los restos que ahí están ya no son nuestros seres queridos. Cierto, tienen razón.

Son restos sin vida, pero un día fueron la mansión de su espirítu, vibraron de emociones, vivieron sentimientos, nos abrazaron, nos vieron, nos amaron.

Quizá para otros son sólo huesos. Para mí, aunque no los vea, siguen siendo Ellos. Son la última conexión física que permite una conexión espiritual con mis seres queridos, esté donde esté su alma.

Yo no voy a ver a mis muertos. Voy con Papá, voy con Paquito. No voy a llorarles -aunque muchas veces no puedo evitar algunas lágrimas rebeldes-, voy a platicar con ellos, y aunque parece que no escuchan, les cuento las cosas simples de la vida, como las maromas de Emiliano, las sonrisas de Mía, los problemas de la vida diaria. Quizá no escucho respuestas, pero creo percibir comprensión.

Igual los puedo encontrar en cualquier lugar, porque a fin de cuentas, viven en mi corazón. Lo cual, tampoco es literal, sino una alegoría.

Pero saber que puedo amarlos aún cuando están en otra vida, me ayuda a sentirme más humano, porque son sentimientos limpios, desinteresados, e incluso, hasta estériles.

O quizá no, porque el sentimiento se transmite a los que quedan, y entonces, aunque estén ausentes, el amor nos sigue uniéndo y colocando en un mismo mundo.

La herencia del nombre

La herencia del nombre

 

Me pusieron Francisco porque así se llamaba mi papá, aunque muchos años después supe que su nombre original no era ese, sino Catarino.
Ya estaba registrado, pero a la hora del bautizo, su padrino, que seguro era un hombre sabio, le dijo a los abuelos que ese nombre no era muy agraciado para un niño tan agraciado.
Tras pensarlo un poco, reconocieron que era mejor cambiarlo, entonces vino el dilema: ¿cómo le ponemos?
El Padrino halló la solución: -Pues pónganle Pancho como yo.
Y así se llamó Papá, Francisco, mejor conocido como Pancho.
En el pueblo -nació en Galeana. todo se podía y cada vez que ocupaba un acta de nacimiento iba con el alcalde en turno -que siempre era compadre de mi tío Antonio Morales, primo de Papá, y le hacían las que necesitara con el nombre que quisiera.
Por eso siempre se llamó Francisco, en la escuela, en los trabajos, en su boda, y así hasta el día que se jubiló, cuando tuvo que meter juicio para demostrar que el Catarino Zúñiga -no se oye mal si eres cantante regional- murió de desgaste emocional antes de llegar a la pila bautismal, y ahí nació Francisco Zúñiga Reyes, que luego le heredó el nombre a Francisco Zúñiga Esquivel, y éste a Ángel Francisco Zúñiga Martínez.
Ahí se rompió la cadena, porque el siguiente eslabón generacional acabó prematuramente con la tradición, y hoy en la familia no hay otro Francisco que yo, que igual que el último de los Mohicanos, procuraré no desgastar mucho el nombre, por si acaso alguien en el futuro se ve obligado a vivir con él.