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Crónicas de la Nada

Los regalos navideños

Los regalos navideños

En casa la Navidad siempre es magia y fantasía.

Había que hacer mil malabares para conseguir los regalos, luego para esconderlos y dejarlos en el Pino durante la Nochebuena, para que al regresar de casa de los abuelos, los juguetes estuvieran ahí, sorprendiendo a los niños.

Siempre los más bonitos, los mejores, aunque costaran más. Total, ni más pobres, ni más ricos.

Desde semanas antes hacían su cartita, que luego cambiaban todos los días, hasta definir el mismo regalo del principio.

Ese diciembre, cuando los Cuates tendrían unos siete años, creímos que la magia de la Navidad iba anidando en sus corazones. Bueno, sí, pero no en los dos.

Sentados en la escalera, Diego le pregunta a Paco:- Bueno, Paco, ¿entonces que le pedimos a Santa Clós?

Una mirada casi asesina apareció en los ojos del menor de los gemelos, antes de soltar su florido vocabulario:

- ¡Pinche Santa Clós! pídele lo que quieras, total, siempre nos trae lo que se le pega su gana.

Diego abrió los ojos todo lo que pudo. Cómo se atrevia el otro a dudar de Santa Clós.

- Mira -siguió diciendo Paco- nunca nos  trae lo que le pedimos. Le pedimos una pista de licuadora, y nos trajo ese mendiga pistilla que ni nos gusta. Querías una bicicleta bonita, y nos trajo esa bien fea. 

La pista, sí, me acuerdo que la usé yo más cuando les enseñé como se armaba, que ellos. Y era la Daytona, la más grande de todos. Pero no les gustó. Y la bicicleta, era la más cara y -según yo- más bonita.

Paco siguió vaciando la memoria con la lista de todos sus regalos frustrados, hasta que remató tajante: ¡Pinche Santa Clós!

Entonces entendí que la magia de la Navidad no es nuestra, sino de los niños. Ellos creen en Santa Clós y esperan recibir el regalo que a ellos les gusta, no el que le gusta a los papás.

No podemos revivir nuestra infancia invadiendo la de ellos.

Desde esa vez, los tres hijos tuvieron exactamente el regalo que pedían. Aunque fuera una piedra pintada.

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