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Crónicas de la Nada

El Agua

El Agua

Me gustaría ser como el  Agua.

No hay nada más tierno que el agua. No hay otro elemento que contribuya tanto a la vida y al bienestar del humano.

Donde hay agua, habrá belleza, vigor, dinamismo.

Sentarse a ver como brota de un venero es tener asiento preferente en el ciclo de la vida, porque esa agua alimentará plantas que luego serán  el principio de la cadena alimenticia. Esa agua llegará a algún estanque natural o una alberca, donde dará diversión. Entrará a las casas y servirá para bañarse, para la comida, para un delicioso café, y para que los bebés chapoteen en el fregadero de la cocina.

Seguramente llegará hasta un generador de energía y contribuirá a que la gente tenga trabajo y logre bienestar.

Todo eso hace el agua, por eso me gustaría ser como el agua.

Nada hay más fuerte que el agua. Ni el rayo con toda su aparente poder.

Cuando el agua se enfurece puede acabar con pueblos enteros, mover el cauce de los ríos, romper cualquier barrera que le pongan, volar por los cielos y caer en torrentes sobre la tierra y sobre los hombres y mujeres que la habitan.

Es fácil para ella causar muerte y destrucción. Es el agua la que ha formado la tierra, la que ha partido en dos esas hermosas montañas que disfrutamos, y la que alguna vez acabó con la humanidad durante el diluvio.

El agua es vida y muerte, sin duda.

Pero no es por eso que me gustaría ser como el Agua, sino por su sabiduría.

A pesar de tanto poder, prefiere la constancia. La belleza de la tierra, de los ríos, las montañas, las ha ido creando con amor y paciencia. La Vida misma comenzó en su seno, pero tardó millones de años en alimentarla hasta llegar a los primeros seres sobre la  tierra y luego a los que ahora la habitamos.

El Agua nunca se apresura, pero nunca deja de fluir. Su fuerza no radica en la capacidad de destrucción, sino en su paciencia para revivir todo.

La violencia acaba con todo en un instante; el amor, tarda siglos en construirlo.

El agua lo sabe, y por eso es más amor que violencia.

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