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Crónicas de la Nada

Salvando la Navidad

Salvando la Navidad

Hay Navidades tristes.Y si tus ilusiones se van en un taxi dos semanas antes de la Nochebuena, todo se vuelve una larga tragedia.

En eso pensaba Eusebio, cuando se dio cuenta que el sobre con su aguinaldo y su ahorro de todo el año se habían ido en el coche de sitio que unos minutos antes había abandonado.

Pensé que traia la otra chamarra, la que traía bolsa, y eché los sobres ahí, me contaría días después, cuando me lo topé en la calle. No había bolsillo, y el dinero cayó en el suelo o en el asiento del taxi, y ahí se quedó. Tal vez le dio una feliz navidad al taxista, o al siguiente pasajero. O quizá su aguinaldo y ahorro sólo fue a engrosar la momentanea riqueza decembrina de algún afortunado.

A él, le dejó tal tristeza que no pudo evitar las lágrimas de impotencia por ver sepultadas sus ilusiones y las de su hija . El dinero lo iba a utilizar para comprar una lavadora para su hija, madre y padre de los nietos de Eusebio, para no ver como cada domingo, luego de trabajar duramente el resto de la semana, la joven se pasaba el día lavando a mano la ropa de sus niños.

Pero todo se fue en el taxi, fue lo único que contó al primero que quiso escucharlo.

Las paredes tienen oídos y los ángeles también. Alguién oyó su historia, y pensó que la vida es injusta, porque se ensaña con el que menos tiene. Por qué tenía que pasarle eso precisamente a uno de los más humildes en la empresa.

Y esa persona decidió que no debía ser así. En unos minutos, contó lo que sabía de la historia, y le recordó a todos que en Navidad es tiempo de compartir. La historia conmovió a muchos y comprometió a otros, que fueron aportando lo que pudieron. Gota a gota -quizá debimos decir peso a peso- se fue llenando la alcancía.

A mi me dijo el ingeniero que viniera a la plazoleta, pero no sabía a qué, me contó después Eusebio. Ahí, el Ángel disfrazado de simple mortal le entregó un deseo de feliz navidad y un sobre cerrado. Nunca imaginó que sus compañeros, sin conocerlo, le iban a restituir lo que la mala suerte le quitó. 

Decía Jacinto Canek que en los hombres, las lágrimas caen de rodillas, quizá porque son una plegaria al cielo. Así brotaron las de Eusebio, agradecido por el noble gesto de alguien a quien no conocía antes, y del que tal vez no supo el nombre.

No tiene caso dar cifras, pero su hija tendrá lavadora nueva esta Navidad. Y en su casa habrá una alegría mucho mayor porque vieron que la Vida -y la Vida es Dios- siempre escribe derecho sobre renglones torcidos y lo que parecía una tragedia era sólo una oportunidad para que un grupo anónimo de muchachos -incluso algunos sesentones- que se preparaba para una pagana posada, terminara cometiendo impunemente un acto de suprema bondad, al devolverle la fe a un hombre bueno.

La verdad, casi lloro con él. Porque no sabía cómo agradecer, si no sabía ni quienes eran sus benefactores. Pero lo tenía decidido, me dijo. Al terminar nuestra plática se fue a comprar unas cobijas -quiero unas buenas, que duren, que salgan aguantadoras- para donarlas a la gente del Sur del Estado, donde -él no lo sabe- hay gente mucho más pobre que él, y sus cobijas serán una luz de esperanza.

No hay duda, la bondad mueve montañas y rectifica destinos.

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