Día de Muertos
Día de Muertos...Cuántos me ha tocado vivir, y todos tan distintos.
Desde los tiempos en que siendo niño acudía con Mamá a la tumba de la Abuela Sara, donde la familia iba llegando y se hacía una fiesta con tanta tía, tío y primos.
Una tumba que se fue poblando con el tío Valentín, la tía Julia, luego con el patriarca Juan Esquivel, mi abuelo.
Hace años que no voy por ahí, aunque sé que hoy tiene más inquilinos permanentes.
Luego, los días de muertos llenos de indiferencia, visitando tumbas ajenas, buscando historias en los panteones, hurgando en el pasado de los muertos anónimos.
Hay quien dice que no tiene caso ir a ver una tumba, si los restos que ahí están ya no son nuestros seres queridos. Cierto, tienen razón.
Son restos sin vida, pero un día fueron la mansión de su espirítu, vibraron de emociones, vivieron sentimientos, nos abrazaron, nos vieron, nos amaron.
Quizá para otros son sólo huesos. Para mí, aunque no los vea, siguen siendo Ellos. Son la última conexión física que permite una conexión espiritual con mis seres queridos, esté donde esté su alma.
Yo no voy a ver a mis muertos. Voy con Papá, voy con Paquito. No voy a llorarles -aunque muchas veces no puedo evitar algunas lágrimas rebeldes-, voy a platicar con ellos, y aunque parece que no escuchan, les cuento las cosas simples de la vida, como las maromas de Emiliano, las sonrisas de Mía, los problemas de la vida diaria. Quizá no escucho respuestas, pero creo percibir comprensión.
Igual los puedo encontrar en cualquier lugar, porque a fin de cuentas, viven en mi corazón. Lo cual, tampoco es literal, sino una alegoría.
Pero saber que puedo amarlos aún cuando están en otra vida, me ayuda a sentirme más humano, porque son sentimientos limpios, desinteresados, e incluso, hasta estériles.
O quizá no, porque el sentimiento se transmite a los que quedan, y entonces, aunque estén ausentes, el amor nos sigue uniéndo y colocando en un mismo mundo.
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