La fascinación de los cementerios
Siempre he sentido una especial fascinación por los cementerios.
Me gusta entrar, recorrer los pasillos, mirar las tumbas, los epitafios, adivinar la historia de quienes duermen ahí el sueño eterno.
A veces me encuentro cuatro o cinco difuntos sepultados en un mismo mausoleo, y me pongo a adivinar cuál es el parentesco o por qué llegó ahí aquel que tiene los apellidos distintos.
Muchas veces, en el camino, nos detuvimos porque nos topamos con un panteón, y mis hijos y yo entrabamos, explorábamos el lugar, para adivinar las leyendas y los aparecidos que todo cementerio respetable debe tener.
Irónicamente no visitaba a mis muertos. Los abuelos, los tíos, los primos, que se nos adelantaron en el camino a la eternidad están en mis recuerdos, y es ahí donde prefería verlo.
Buscaba los muertos ajenos, los desconocidos, los que podían ofréceme una historia. Y hallé sucesos inéditos.
Nunca pensé que podría encontrarme una tumba clausurada, y hallé dos. Me topé con un ángel gigantesco y con otros infantiles. Uno con las manos rotas por el tiempo.
Muertos tan antiguos que seguramente se volvieron arena bajo la piedra de sus mausoleos.
Me encontré a Benjamín Argumedo, el del corrido, y a dos muertos tan fanáticos del fútbol que pintaron sus tumbas con los colores de sus equipos.
Una familia puso bancas, como si fuera un parque. Me encontré que los muertos tienen cocina, y si comen, por qué no habrían de escuchar música.
Ví mausoleos tan extraños como una pirámide, la gruta de Lourdes en réplica. Una mujer milagrosa cuya tumba está llena de retablos de sus agradecidos seguidores. Ví alguna vez una tumba –la del Niño Fidencio- en la sala de una casa.
Encontré la tumba custodiada por dos ángeles, creada por un amor que a pesar de ser prohibido y adúltero fue tan real que trascendió más allá de la muerte, al grado que él pidió ser sepultado de pie para cuidar de su amada. Quizá sea leyenda, pero su historia de amor la inspiró.
En un panteón me encontré a la muerte y hasta me tomé la foto con ella.
Hay tantas historias en los panteones. Historias de dolor, de gloria, de valentía, de olvido, de soberbia, de fastuosidad, que siempre que encuentre uno en el camino, entraré a conocer sus muertos.
Porque son ellos quienes nos revelan la verdad de la Vida.
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