La herencia del nombre
Me pusieron Francisco porque así se llamaba mi papá, aunque muchos años después supe que su nombre original no era ese, sino Catarino.
Ya estaba registrado, pero a la hora del bautizo, su padrino, que seguro era un hombre sabio, le dijo a los abuelos que ese nombre no era muy agraciado para un niño tan agraciado.
Tras pensarlo un poco, reconocieron que era mejor cambiarlo, entonces vino el dilema: ¿cómo le ponemos?
El Padrino halló la solución: -Pues pónganle Pancho como yo.
Y así se llamó Papá, Francisco, mejor conocido como Pancho.
En el pueblo -nació en Galeana. todo se podía y cada vez que ocupaba un acta de nacimiento iba con el alcalde en turno -que siempre era compadre de mi tío Antonio Morales, primo de Papá, y le hacían las que necesitara con el nombre que quisiera.
Por eso siempre se llamó Francisco, en la escuela, en los trabajos, en su boda, y así hasta el día que se jubiló, cuando tuvo que meter juicio para demostrar que el Catarino Zúñiga -no se oye mal si eres cantante regional- murió de desgaste emocional antes de llegar a la pila bautismal, y ahí nació Francisco Zúñiga Reyes, que luego le heredó el nombre a Francisco Zúñiga Esquivel, y éste a Ángel Francisco Zúñiga Martínez.
Ahí se rompió la cadena, porque el siguiente eslabón generacional acabó prematuramente con la tradición, y hoy en la familia no hay otro Francisco que yo, que igual que el último de los Mohicanos, procuraré no desgastar mucho el nombre, por si acaso alguien en el futuro se ve obligado a vivir con él.
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