A la escuela
Apenas un leve gesto y una mirada confusa entre despedida y arrepentimiento se dibujo en el rostro del niño en los momentos en que la mano de la maestra lo jaló irremediablemente hacia el mundo de las responsabilidades.
Así, de un tajo, terminó la infancia primera de Emiliano, esa donde todo lo que les preocupa es comer, jugar y dormir.
Ya no podrá quedarse en la cama hasta que le plazca, pues debe levantarse todos los días a la misma hora para ir al jardín de niños.
Ya no tendrá tiempo de pararse en lo alto de la escalera para preguntar entre risas contenidas, si hay alguien abajo. ni me pedirá su leche y sus galletas "húmedas" para aligerar el peso del hambre hasta el momento que le den de almorzar.
Habrá obligaciones. La escuela se convertirá en su prisión de tres horas, y luego, sin darse cuenta, le irán devorando su niñez, quitandole su tiempo libre hasta llenarlo de tareas, trabajos finales, horas de estudio, y al final, cuando su infancia sea sólo un recuerdo deglutido por el tiempo, lo arrojarán de nuevo al mundo convertido en un adulto.
No lloró y regresó a casa con su estrella en la frente. No sabe que es un artilugio de las maestras para encadenarlo un día más, y obligarlo a que vuelva a pintar con crayolas, aprender letras, jugar con amigos y correr por el patio escolar.
El mundo comienza a apoderarse de Emiliano, pero él no lo sabe. Su inocencia infantil lo protegerá, y en casa lo estaré esperando, envuelto en mi infancia redescubierta por él, para cubrirlo con ella ayudarle cada tarde a recuperar esa niñez que le quiten en la escuela por las mañanas.
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