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Crónicas de la Nada

Mi Tarea

Mi Tarea

 

-Tienes cero.
Así, con absoluta calma, pero total determinación, la maestra Hipólita Neira Cobos dejó zanjado el asunto de mi tarea.
Tanto que había trabajado y pulido la redacción, seguro de que podría aspirar a un diez, pero ella decretó sin derecho a audiencia, que yo había copiado de algún lado ese retrato literario que nos había pedido de tarea.
Irónico, todos pasaron, menos yo.
Para ese retrato imaginé a un hombre con bigote, alto, con sombrero, y luego lo describí con lujo de detalles. Lo revisé hasta convencerme que era lo que había pedido la maestra de Literatura.
Vana ilusión.
La maestra lo tomó, luego alzó la vista desde su metro y medio de estatura para buscar mi mirada, entonces unos 20 centímetros arriba. No le importaba que los alumnos le dobláramos en peso y fuerza: cuando calificaba era tajante. Y todos aceptábamos.
Leyó atentamente mi escrito y determinó que un estudiante de secundaria no podía escribir eso, y por tanto me lo había "fusilado" de algún autor consagrado.
En ese tiempo no había internet, ni copy page. Incluso copiar un texto tenía su mérito por el esfuerzo de leer un montón de libros en la biblioteca, y luego trabajar como monje medieval para transcribirlo a la hoja de papel de la libreta.
Me reprobó.
No lo asumí como fracaso, sino como una injusticia, similar a la que cualquier escritor sufre ante su primer editor. Y eran los tiempos en que nada nos traumaba.
Con el tiempo tuve mi desquite literario, cuando Rosalío García, jefe de Informaci+on del Diario de Monterrey, me dijo que al director Jorge Villegas le gustaba como escribía, y me invitaba a integrarme a la redacción.
Desde entonces he escrito mil relatos, narrado montones de escenas y descrito a infinidad de personajes.
Cada frase ha sido escuchada o leída por miles de personas, y ninguna me ha escrito o llamado para reprobarme.
No sé si la Maestra Pola -como le decíamos- alguna vez leyó mi nombre impreso en alguna publicación y lo relacionó a aquel muchachito al que le rechazó su escrito. O si lo escuchó luego de alguna crónica en Televisión.
Ojalá haya sucedido, porque entonces creerá que pese a todo, me logré y sentirá que sus enseñanzas lograron enderezar a ese muchachito que iba rampante por el camino de la piratería literaria.
Y tendrá razón, menos, -insisto- en lo del plagio.
Feliz día a todos mis maestros.

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