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Crónicas de la Nada

Pajarito

Pajarito

Cuando Pajarito salió del huevo enseguida notó que era distinto a sus hermanos.
Ellos eran altos, garbosos, y él era bajito, y su barriga tocaba el suelo.
Pero Mamá lo quiso igual que a los avecillas hermosas que habían nacido. Pajarito poco se movía, pero recibía la misma ración de gusanitos e insectos que Mamá salía a colectar, y muchas veces, un poquito extra, para ver si eso le ayudaba a crecer.
Sí, creció como todos, pero no pudo caminar. Por alguna extraña y desconocida razón la Naturaleza le dio unas patitas que se iban hacia atrás, y no le ayudaban a mantener el equilibrio. Mamá ocultaba su tristeza cuando lo veía, y una sonrisa enorme aparecía en su rostro cuando su mirada se cruzaba con la de Pajarito. No era justo que él se desanimara.
Pajarito creció alegre y feliz, y aunque sus patitas no ayudaban, él seguía a sus hermanos en los juegos, y aprendió que con un segundo que se sostuviera era posible levantar las alas y volar. Entonces ocurría un milagro, porque en el cielo, pajarito era como todos y a veces más ágil y veloz.
El problema era a nivel de tierra porque ahí era lento y la comida tenía mejores patitas y corría rauda a esconderse. De todos modos Pajarito se las ingeniaba para cazar y aprendió a hacerlo al vuelo, algo tan arriesgado que nadie de su especie lo hacía. 
Cuando se cansaba, aterrizaba sobre sus patitas deformes y aunque perdía toda la elegancia, no perdía la alegría.
Debe ser que la Vida -y la Vida es Dios incluso para las aves- te compensa con espíritu de lucha las carencias del cuerpo.
Lástima que Pajarito, conforme crecía batallaba más para ponerse en pie y volar.
Dios siempre te manda un ángel, que tendemos a confundir porque esperamos que llegue alguien con alas, y Él envía unos ángeles tan prosaicos y comunes que nadie más los contratariq para ese trabajo. Sólo Dios, que sabe adivinar las cualidades bajo esa cáscara que llevamos como cuerpo.
Una mañana, Pajarito sufría para moverse cuando un par de jóvenes lo vieron. Por un buen rato observaron su empeño en pararse para volar, hasta que al ver que ya no podía, uno de ellos lo tomó en su mano. Pajarito se aterrorizó y recordó aquellos cuentos de terror de aves condenadas a vivir toda su vida tras los barrotes de una prisión inexplicable. Soy inocente, gritó, pero los humanos no entienden el lenguaje de las aves.
- Qué bonito canta- dijo uno de ellos.
Y se llevó a Pajarito para ponerlo en una jaula.
Al día siguiente volvió con unas varitas y algo de cartón. También llevaba una extraña mezcla blanca que Pajarito nunca había visto. Quiso volar, pero la mano que lo sostenía era fuerte y decidida.

Tuvo que resignarse a que le envolvieran sus patitas como a una momia y luego soportó que jugarán inmisericordes moviendo de un lado a otro sus patitas chuecas.
Pajarito lloró, solo, adolorido y triste. Así paso días, tirado en el suelo de su jaula, esperando que volvieran para torturarlo de nuevo. Al menos le daban de comer.
Un día lo sacaron de la jaula, y le quitaron las envolturas, y vio sorprendido que sus patitas apuntaban orgullosas hacia adelante. ¡Y le sostenía perfectamente el equilibrio!
Miró a sus captores y la sonrisa que les vio le recordó la de Mamá.
Luego, elegante y seguro, caminó hacia la ventana, abrió sus alas y se reencontró con el cielo.

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