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Crónicas de la Nada

El Origen de los Eclipses

El Origen de los Eclipses

Una leyenda maya cuenta que en sus andares por el mundo, Itzamná se prendó de una hermosa sonrisa llena de tristeza que encontró en una doncella llamada Ixchel.

El flechazo fue instantáneo cuando vio su propia mirada reflejada en los ojos cafés de la chica y sólo quiso saber quién era.

Cuando ella se acercó, Itzamná detuvo sus andanzas para quedarse con la joven el mayor tiempo posible.

 Ixchel aceptó pasear con él por los campos, y se volvieron cotidianas las largas pláticas vespertinas junto al cenote sagrado, las noches mirando las estrellas, los días compartiendo historias. Todos les decían que eran una bella pareja.

Ella mucho había sufrido pero encontró consuelo y fortaleza en él, y aunque se resistió mucho tiempo, Ixchel  terminó por amarlo, pero prefirió esconder sus sentimientos ante el mundo porque estaba prometida a un príncipe.

Además,  Itzamná no era dueño de su destino. Itzamná era el Dios del Sol y debía alumbrar al mundo, abrigarlo con sus rayos y cuidar que las penumbras no se apoderaran del día.

Un día, Ixchel se dio cuenta que el Príncipe ya no volvería, y aceptó pasear con Itzamná entre los maizales;  fueron felices uniendo sus cuerpos y construyendo un mundo propio, libre de miedos y prejuicios, hasta que un día, Ixchel decidió que si Itzamná no era sólo para ella, era preferible perderlo.

Ixchel lo amaba, pero quería a alguien sólo para ella, un Príncipe para caminar juntos por los senderos de la vida hasta envejecer. Itzamná debía irse cada amanecer a cumplir su deber.

Y lo arrojó de su vida. No valieron súplicas ni regalos. Ella no cedió e Itzamná se fue. Pero si el amor no bastó para mantenerlos unidos, tampoco pudo terminar por simple decreto, e Ixchel entendió que lo extrañaba. Aunque endureció su corazón cada mañana se asomaba a escondidas por su ventana para sentir el paso de Itzamná por el mundo. Lo buscaba para saber de él, y aprendió a adivinar su rastro.

Quiso recuperarlo, pero el orgullo se lo impedía. Lo necesitaba, pero no podía estar con él.

Ixchel fue con Hunab Ku, el padre de los dioses, y le pidió ayuda. Hunab Ku es el todo y la nada al mismo tiempo y comprende el corazón de sus hijos.

Entonces concedió a Ixchel la virtud de cruzar el firmamento, de noche, para que Itzamná no supiera que ella iba tras él. Así Ixchel se convirtió en la Luna.

Itzamná cruza el cielo por el día, Ixchel por la noche, pero muchas veces es posible verla horas después del amanecer y horas antes del anochecer, camuflajeada en un color plateado. Itzamná hace como que no la ve, pero siempre le hace una caricia furtiva que ella finge no notar.

Y de vez en cuando Hunab Ku, que todo lo entiende, les regala un eclipse. Envía a Xtabay a que mueva la tierra para que oculte a la Luna, de modo que Ixchel  pueda escapar entre las sombras a unirse con Itzamná por unas horas.

Y así, ocultos del mundo, vuelven a pasear entre los maizales.

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