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Crónicas de la Nada

Tapar el Sol

Tapar el Sol

No debe ser tan difícil tapar el sol con un dedo.

A veces la Tarde se pone traviesa y nos inspira ideas extrañas. ¿Tapar el sol con un dedo? me preguntó, al notar que no hacía otra cosa que ver pasar coches y minutos, en ese orden.

Claro que se puede, le dije.

Primero acerque a mi ojo el dedo más grande que hallé, y ¡eureka! el sol desapareció. La gente comenzó a verme con morbosa insistencia, así que desistí. De todos modos el Sol se dejaba ver perfectamente em su aureola.

Si un dedo no lo tapa, algo debe ocultarlo, me dijo la Tarde.

Decidido a taparlo, opté por ignorarlo. Aunque el Sol insistía en hacerse notar, no le hice caso, aguanté el sudor que corría sin recato por mi espalda, y fingí que no existían los 35 grados a mi alrededor. Al fin, tuve que reconocer que la indiferencia tampoco tapa el Sol.

Entonces, cerré los ojos, y el Sol desapareció. O eso crei.

Yo no lo veia, pero todos a mi alrededor sí. Y por más que me resistí, tuve que aceptar que el calorcito de los rayos solares, calentaba mis huesos y mi espíritu aunque no lo viera. Lo peor, pensé, es que sí me agradaba esa sensación de calidez, casi amorosa, aunque haga cómo que no me doy cuenta.

Tuve que desistir, por más que buscaba tapar la existencia del Sol ahí estaba, con su fulgor, su calor, su luz.

Entonces, encontré la solución: Buenas noches, Sol, le dije tajante.

Y el Sol, aunque era temprano, repartió entre todos la calidez de su sonrisa, guardo sus últimos rayos de luz, y se retiró de mi vista.

Sí se puede tapar el Sol, le dije a la Tarde, pero ésta ya no estaba. Sólo obscuridad encontré donde antes estaba.

Y descubrí que sin ese Sol nuestro de cada día, todo es oscuridad.

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