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Crónicas de la Nada

Viajeros

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Todavía me pregunto por qué Torreón.

Debe ser porque a los 13 años -¿o apenas eran 12?- lo único que te interesa es esa sensación de libertad y caída libre que representa un viaje donde dejas en casa la tutela paterna, y donde la supervivencia y el feliz regreso depende sólo de ti.

No recuerdo que dijo mi Madre, pero Papá sólo me preguntó con quién iría. Seguro le hizo gracia esa ansia casi infantil de aventuras, a él, tan fogueado durante su juventud en esa vida de trashumante necesaria para sobrevivir.

Así fue como sin conciencia ni dimensionar lo que hacíamos, los cuatro amigos emprendimos el viaje a Torreón, Coahuila. Los mayores, Cipriano y Vicente, ya tenían 16 años. Mario me llevaba uno, y yo apenas despuntaba la adolescencia.

Tomamos el autobús y viajamos de noche. El amanecer nos recibió lejos de casa, hambrientos y con el espíritu de Marco Polo inmerso en nuestra voluntad.

Ha pasado mucho tiempo, pero aún recuerdo que lo más novedoso fue una hamburguesa con pan Bimbo que compramos en un puesto callejero. Se había acabado el pan adecuado, pero se combinó la imaginación del cocinero y el hambre de nosotros para improvisar y disfrutar el manjar.

Si notan una sonrisa cada vez que como hamburguesa, es por el recuerdo de esa noche en tierras lagunenses. Y cuando veo películas donde un autor relata un verano o un viaje con sus amigos, siempre me remonta la memoria a esa aventura con mis camaradas de la adolescencia.

Los mayores encontraron algún motivo de sonrisa tierna para regresar varias veces. Mario y yo, casi niños, no.

Muchos años después, ya curtido en eso de visitar otros lugares, volví a caer en la ciudad, para un curso de Corresponsales, y no encontré mucho que ver, salvo el Cristo de las Noas. Y me volví a preguntar por qué Torreón.

Aún no encuentro la respuesta. Ni me interesa hallarla.

Sólo sé que en ese viaje descubrí que vale más el deseo de viajar que el dinero en la bolsa. Que Dios prové, y a veces cumple caprichos. Lo viví cinco años después, cuando conocí un montón de ciudades y pueblos de todo el centro de México, gracias a la Providencia y a manos amigas, algunas de las cuales nunca volví a ver.

Hay viajeros mucho más avezados que yo y con mucho más kilometraje recorrido, pero también sé que al final, buen viajero es aquel que comprende que el viaje principal es la Vida misma.

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