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Crónicas de la Nada

El limosnero

El limosnero

En el centro de la calle, sobre la línea divisoria de los carriles, aquel hombre pedía una moneda.

No la pedía, en realidad. Sólo sostenía un bote que alguna vez estuvo lleno de leche en polvo. Quien adivinaba sus intenciones, y le condolía verlo, le arrojaba una moneda.

Su edad era indefinida. Tan indescifrable como la de su ropa, raída y descolorida por el sol y el tiempo.

No tenía fuerza ni para sonreía, se le notaba. Enfermo, quizá desahuciado, o simplemente acabado por algún vicio secreto., quién puede saberlo, y menos juzgarlo.

No tuvo fuerza ni siquiera para irse a la orilla de la calle. Ahí se quedó, inmóvil con su bote, pisando la raya divisoria, como el funámbulo que pisa una cuerda en el vacío.

Para él, seguramente, pedir limosna era equivalente a caminar sobre la cuerda floja. Ni siquiera podía dar las gracias.

Se quedó ahí, sin fuerza, o sin valor, para levantar la vista y vernos.

Era igual, no lo conocimos.

 

Octubre 5 de 2009

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