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Crónicas de la Nada

El regalo del viejo

El regalo del viejo

Cada cumpleaños del viejón es el mismo problema.

Problema que agradezco, porque se que el día que ya no lo tenga que resolver será muy triste.

Cada año hay que idear qué regalo le conviene, porque a esas alturas de la vida la mayoría de los deseos se han satisfecho, o simplemente ya se enteró que no vale la pena desearlos.

A lo largo de las décadas, le hemos regalado de todo. Y al final, terminamos yendo a comprarle una camisa o unos zapatos.

Esta vez no fue diferente. El cerebro se exprimió hasta el final, y entre el encarreramiento de la vida y los múltiples compromisos, llegó el día señalado y no habíamos comprado nada.

Una camisa, no hay más. Las últimas navidades y cumpleaños se le regaló otras cosas más mundanas. Ahora, la imaginación –y el presupuesto.- no da para más.

Así que llegamos con la camisa envuelta en el mejor papel que encontramos, acorde a la ocasión. El viejón lo recibió con la misma alegría que si hubiera recibido las llaves de un Cadillac, por hablar un buen carro acorde a su tiempo.

Pero como la fiesta estaba en su apogeo, dejo el regalo de lado, para seguir disfrutando las cosas sencillas que la vida le regala: Ver a los nietos correr por el patio, saborear el olor de una rica carne asada, la frescura de una cerveza y el brindis con los hijos. Los de siempre y los que llegaron de la mano de los de siempre.

Fue mamá la que –como siempre- reparó en lo práctico del regalo. Y la única que vio que la talla era mucho mayor de lo que el cuerpo del viejo necesita.

Eso no ensombreció la fiesta. Hay tiempo de cambiarla.

Por ahora, vale pensar que nos equivocamos en la talla, quizá porque vemos al padre mucho más grande lo que físicamente es.

Nunca fue alto, y hoy, en sus ocho décadas, lo es menos.

Pero igual lo vemos grande. más de lo que es o de lo que fue.

Bienaventurados los hijos que podemos verlo así.

 

 

 

 

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