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Crónicas de la Nada

La Vida sigue

La Vida sigue

La Vida sigue, me dije, en un afán casi inútil de convencerme que todo podía seguir igual.

Miré los senderos  asfaltados que formaban el centro circulatorio de ese complejo hospitalario, y vi mucha gente ajena a mi vida que coincidentalmente en ese momento tan trascendental atinaba a cruzar su camino  con el mío.

Nada es fortuito en los momentos de dolor. Un pareja entrada en años caminaba, apoyados mitad en un bastón, mitad uno en el otro. Poca fuerza quedaba ya en sus cuerpos, pero eran ejemplo vivo de que la unión hace la fuerza.

Una joven madre caminaba con sus niños, uno en brazos, y otro de la mano. Recordé a Emiliano, ahora convertido en una bolita de carne muy sonriente, que no tenía ni la mitad de los años del menor de esos pequeños.

Una joven estudiante iba embelesada viendo al amigo con el que caminaba. Ahí nace un amor, pensé. Quizá efímero, quizá eterno, pero que dará al menos una pizca de felicidad a esos muchachos.

La Vida sigue, reflexioné. La Vida no se detuvo ni un sólo instante ese martes 13 de mayo de hace 4 años cuando Paquito finalmente dejó de luchar y permitió que su corazón, maltrecho por una bacteria anónima y cruel, descansara.

No sé si su descanso vale  el dolor de una madre. Es un dolor eterno, inagotable. Es la maldición de Eva, que perdió a dos hijos al mismo tiempo, uno muerto a manos de su hermano, y el otro, en el olvido de los hombres, proscrito de la Ley de Dios.

Pero basta ver morir un hijo para que la Madre muera con él. Aunque camine, coma, ría, salga a pasear, discuta con los otros hijos. Ya nada es igual.

Esa tarde le dije a mi hijo: "Tu debías de enterrarme, no yo a ti". El dolor nos hace egoístas, sólo pensamos en nosotros, y olvidamos que otros sufren tanto o más.

Cada uno magnifica su dolor. Muchas veces, cuando alguien llegaba a darnos ánimo terminaba por contarnos cuánto sufría por la pérdida de un padre, una madre, un esposo o un hermano.

Perder a los papás duele mucho, sin duda. Pero es la ley de la vida que se vayan antes. Ver partir a un cónyuge duele, cierto. Pero siempre podremos encontrar a otra persona para compartir el futuro que se perdió. Cuando un hermano muere, siempre se encuentra el consuelo.

Los hijos son distintos. En cuatro años ha platicado con muchas personas que vieron a la Muerte llevarse a uno de sus descendientes. Para nadie la vida fue igual.

La vida sigue, sin embargo.

Aprendí a vivir con dolor, porque nunca se agota. Comprendí que cada día pensarás en ese hijo, y seguirás incluyéndolos en tus oraciones. Entendí que aunque no lo veas, frecuentemente nos visita.

La Muerte es sólo continuación de la Vida. Porque la Vida siempre se impone, aún sobre la muerte física. Aún sobre esa muerte parcial que abatió nuestros corazones.

La Vida es Dios, y por tanto es eterna. La Vida sigue, sin duda.

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