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Crónicas de la Nada

Una muerte

Una muerte

Nunca sabes cuándo llega el momento, pensó, mientras veía la luz al final del túnel.

Fue una buena vida, ni dudarlo. La vivió al máximo, aprendió todo lo que pudo, hizo amistades. Algunas raras, cierto, pero los amigos son amigos, independientemente de su belleza.

Además, la hermosura sólo es un concepto. Para el cocodrilo, su pareja es la más hermosa del mundo. Igual para la rata o para el erizo.

Nunca sabes cuándo llega el momento, volvió a pensar. Y ya lo tenía enfrente, invitándolo a vivirlo. ¿O a morirlo?

No hubo opción, tuvo que encaminarse por ese nuevo camino que se le ofrecía. ¿Qué habría al final, del otro lado?

Sólo una luz, totalmente enceguecedora lo recibió. Tuvo que cerrar los ojos muy fuerte porque le lastimaba.

Sintió cada uno de sus miembros. Percibió como se volvían laxos, sin fuerza, como si toda su esencia de vida se quedará en el mundo que ahora abandonaba.

Quiso llorar, pero no pudo. Ya no había tiempo. En un segundo pasó toda su vida frente a su mente. Cada momento de la existencia que abandonaba fue desfilando, sin excepción.

Al fin llegó al final del túnel. Cerró más fuerte los ojos, por temor a ver lo desconocido. ¿Habría otra vida?

Ahora lo iba a averiguar. Le hubiera gustado saber, pero nadie sabía, en el mundo donde vivió, qué pasaba después, cuando se abandonaba.

La luz se hizo más fuerte, la percibió aún a través de la oscuridad obligada en que había caído. Escuchó ruidos, voces, todo nuevo.

Abrió los ojos levemente y miró a varias personas, todas desconocidas. Volvió a su ceguera voluntaria.

Entonces escuchó una voz conocida, familiar, la misma que lo arrullaba en sus mocedades.

Era su madre.

-          Hijo mío, bienvenido al mundo.

Entonces soltó su primer llanto, y todos rieron felices.

Había nacido.

Octubre 17 de 2009

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