Comprando niños
Todo era tan simple.
Santa Clós traía los juguetes y los niños los compraban en el hospital. Mucho después supimos que la cigüeña también los importaba desde Francia, pero para entonces, ya no creíamos en historias incongruentes.
A nuestros hermanitos, los compraron en el hospital.
Mamá se iba unos días, y luego regresaba con un hermanito, sorpresa para todos. Al verlo, la imaginación volaba: suponíamos que los bebés estaban en largos estantes, como en el supermercado, y que los papás se pasaban días enteros, eligiendo muy bien cuál se iban a llevar.
No había devolución, y si salía enfermizo, o se ponía feo, o resultaba muy llorón, había que aguantarse.
Y vaya que algunos salieron así de chillones.
Seguramente –pensaba nuestra mente infantil- los echaban en un carrito como los del supermercado, aunque seguro traían una cuna o un portabebé. Ahí van los papás, con su nuevo hijo, contando el dinero para ver si completarían al llegar a la caja.
Lo único que no podíamos calcular, era cuánto costaba el bebé. Seguramente mucho dinero, pero valía la pena, porque su llegada alegraba a toda la familia. Los tíos, los abuelos, los primos mayores, llegaban a conocer al nuevo miembro de la familia.
A veces nos tocaba a nosotros ir a conocer a los que compraban los otros tíos. O los amigos.
Con el tiempo, supimos que los bebés llegaban de manera más prosaica y menos poética. Pero la alegría que despertaban en todos, era la misma.
Lo recordé mientras hacía fila en el supermercado, y ví a un niño dentro de uno de los carritos, junto con otra mercancía.
- ¿Dónde estaba el estante con los niños que no lo ví?- pregunté en voz alta.
Varias señoras sonrieron. Quizá también recordaron cuando pensaban que a los niños los compraban en el hospital, en el supermercado o en París.
Enero 14 de 2010
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