La ilusión viaja en coche
Todavía tenía el aroma a nuevo.
Sus asientos seguían envuelto a plástico y ni una sola mancha ni mota de polvo mancillaba todavía su tapicería.
Azul oscuro, recién salido de la agencia, el coche era un sueño. Había visto coches nuevos, había viajado en ellos, pero nunca antes había subido a un tan reciente.
Olía a nuevo, aunque en realidad lo nuevo no tenga olor, pero lo percibía. La imaginación infantil, quizá.
Un día, cuando sea grande, pensé, tendré uno igual.
Ahí quedo la promesa. A fuerza de usarlo, el coche se fue gastando y volviendo familiar. En las noches ahí estaba, frente a la casa, esperando su turno para ir a trabajar.
Era la herramienta de mi padre, su compañero de trabajo. Y como herramienta, un día se lo cambiaron. Llegó otro coche más nuevo, pero no lo ví con la misma ilusión. Sería que tenía más años.
Par a mí, el coche perfecto era el otro, con su línea redondeada. Se me figuraba un duende, no sé por qué.
Abandone la niñez, lidie con la adolescencia, la primera juventud, y un día descubrí que había suficiente dinero en la bolsa para comprar un auto.
Recordé aquel de mi infancia, y pensé cumplir la ilusión.
Demasiado tarde. Ese modelo, era ya demasiado viejo.
En fin, acepte la sentencia del tiempo. Nada dura por siempre
Ni las ilusiones.
0 comentarios