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Crónicas de la Nada

Mi padre

Mi padre

Tal vez yo sea un mal hijo.

Veo a tanta gente, amigos, conocidos, y desconocidos, revivir el dolor que sintieron cuando sus padres partieron.Los veo llamarlos, sentirse abandonados, y estallar en llanto cuando alguna canción se los recuerda con su letra lacrimosa. Como si apenas hubieran muerto ayer.

En cambio, yo no lo lloro, yo no revivo el dolor. Dejé partir a mi padre en total paz consigo, con el mundo y con los suyos.

Sabía yo que él debía irse primero que yo, y que la ley de la vida me daba el deber de acompañarlo a su última morada. Es lo normal, me dijo alguna vez. Él que había visto partir a todos sus iguales, y hasta a algunos que debían sobrevivirlo.

Lo dejamos ir, contento de haber vivido. Sé que su vida fue plena, que hizo, compuso y descompuso lo que la Vida le dio oportunidad, que amo y fue amado por una mujer, con la que procreó hijos. Los vió crecer y luego nacer a sus nietos. Y hasta a un bisnieto.

Sobre todo, nos enseñó a no depender de nadie para vivir y sobrevivir. Por eso, aunque lo extraño de vez en cuando, he aprendido que su vida sigue en otro lado. Las ausencias duelen, pero no tanto como para desear irse en pos de los que se adelantaron. Hay que llorarlos el tiempo prudente, y luego seguir, porque el mundo es de los fuertes.

Cuando yo era niño, él era grande. De adolescente, él era el que siempre me sacaba de problemas y resolvía mis caos. De adulto, el que me platicaba sus experiencias y la de nuestros antepasados, para compartir la sabiduría que viene del tiempo y que uno no puede aprender en una sola generación.

Siempre me dió libertad para decidir. Marcaba el camino, pero dejaba que lo recorriera solo, como yo hice con mis hijos, y ahora hago con mi nieto. Verlos ir a su paso, pero siempre listo para evitar que lleguen al suelo cuando tropiezan, o para levantarlos y decirles que una rodilla raspada no es motivo para quedarse sentado.

Tal vez por eso cuando lo recuerdo, no es con dolor, sino con la alegría de lo que compartimos. Me enseñó valores, pero también la Ley de la Vida, que no debemos podemos desaprobar porque la dicta la Vida -y la Vida es Dios- y sólo él sabe cuándo mueve el orden de los factores.

Lo recuerdo fuerte, luego envejeciendo, y al final, con la paciencia de quien sabe que tiene que partir, y con la tranquilidad de quien sabe que cumplió lo que la Vida le encomendó.

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