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Crónicas de la Nada

Añoranza de la rutina

Añoranza de la rutina

   En sus ojos asomó la nostalgia cuando vio lo que era su casa.

   Iba en el camión, seguramente cuidando la ventanilla del lado derecho para tener el campo libre para ver su casa cuando pasara junto a ella.

   Lo ví mientras hacia alto en la esquina donde él vivía con su esposa y sus dos hijas. No me vió, porque sólo tenía ojos para lo que fue su casa, tal vez con la ilusión de verlas.

   Era mi vecino, un tipo de mediana edad, obrero, hombre simple sin muchas pretensiones en la vida.

   Tenía muchos años trabajando en el mismo lugar, el mismo departamento, los mismos compañeros, la misma rutina.

   En sus vacaciones, largas como una espera, pasaba las horas sentado en el frente de su casa. Si había algo que reparar, lo hacía y volvía a su inmovilidad. Sacaba a pasear a sus hijas y volvía  su lugar. No necesitaba mucho para ser feliz, sólo su rutina.

   Un día se la quitaron: lo mandaron a otro departamento a fabricar otra cosas, con otra gente, con otra rutina.

   Su espíritu no soportó mucho la idea. se volvió inestable, nervioso, insomne, huyendo siempre de sí mismo.

   Terminó en el manicomio, y su mujer, joven y sola, olvidó enseguida la promesa de estar con él en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad.

   Lo llevo, cuando salió de la llamada casa de la risa, a casa de su madre, y ahí lo abandonó. El pobre hombre se quedó de pronto sin nada: sin trabajo, sin mujer, sin hijas, sin casa, sin rutina.

   A iniciar de nuevo. A crear la nueva rutina, la nueva vida,

   En eso está. Por eso aborda el camión urbano que pasa por la que fue su casa, para ver, con los ojos de su nostalgia, los rescoldos de la rutina que lo hizo feliz.

 

 

 

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