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Crónicas de la Nada

Tiempo que vienes

Tiempo que vienes

Ha pasado algo insólito.

Salgo de La Habana tras una semana de ser un adolescente quincuagenario que no ha hecho más que caminar, platicar con la gente, saludar a los amigos que bajo otra perspectiva no serían amigos, porque en realidad sólo se han  cruzado una vez en un camino que te gusta recorrer muchas veces. Ahí están, siempre, porque no pueden ir a otro lado. O quizá sí, pero optan  por la comodidad de la rutina, o porque han encontrado una felicidad distinta a la de nosotros.

Vuelvo contento, porque es una semana de holganza, donde el estrés se fue disolviendo entre el ron, la música, la arquitectura hermosa y avejentada de la zona antigua y el trato con los amigos que siempre esperan la llegada.

El día inicio excelente, quizá algo temprano, pero la ocasión lo amerita.

El viaje no sólo es largo, también es doble. Dos vuelos de distancia similar en un día. Dos vuelos que alejan de lo que hemos aprendido a amar, de los amigos a ultranza, de las noches habaneras llenas de colorido. Hay emociones e instintos que despertaron, pero encontraron una barrera infranqueable en la razón, el amor y la fidelidad a quien espera el regreso.

Aún así, la experiencia es gratificante, como siempre que piso el suelo de esas calles. Tan gratificante, que ojalá el reloj pudiera detener su paso para que los instantes fueran eternos, pero sin perder la urgencia del regreso.

Es imposible. Pero el reloj lo intenta. Lo veo cuando estoy listo a salir. Lo miro más tarde, cuando el regreso es irreversible. El reloj ha detenido la marcha. No camina, la hora sigue siendo la misma.

Mi espíritu pragmático insiste en que apenas toque tierra, irá a reparación. Cosa sencilla, una batería que lo resucitara. 

Lo veo, olvido por unos días el incidente, hasta que encuentre el tiempo para llevarlo.

Hora de abordar. Echo una ojeada al reloj que circunda la muñeca de mi brazo derecho. Siempre ahí, en el lugar contrario a la razón y la rutina. Continúa en su inactividad. 

Muerto en apariencia, víctima del tiempo y el olvido.

El vuelo inicia. Es un recorrido en la distancia hacia el pasado. El país que espera va dos horas antes. Aquí son las

cuatro, allá son las dos. El avión devora distancias aunque en la ventanilla prevalezca la misma nube.

Y llega el cambio imaginario. Aquí son las cuatro, allá son las seis. 

Por inercia veo el reloj, siempre irreverente en la mano derecha. Ahí sigue, aparentemente inerte, pero algo ha cambiado.

Las manecillas han retomado el paso, pero marcan la hora actualizada del destino.

Las dos horas de diferencia han desaparecido. El reloj lo ha cambiado por si sólo.

He vuelto a mi tiempo. O quizá me acompañó, atado a mi reloj.

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