Nuestra Lluvia
Apareció de repente, aunque no la invitaron.
El día estaba soleado, y lo menos que esperábamos es que apareciera la lluvia. Pero llegó, puntual, a eso de las seis de la tarde.
No sé por qué es la hora en que las nubes desatan sus nudos y dejan caer sobre la tierra las gotas gruesas de agua que van mojando lo que hallan a su paso.
Siempre ha sido igual. Poco antes del anochecer, inicia la lluvia, para lavar los pecados del día. Cae inmisericorde, sin pensar en que casi nadie carga un paraguas ni impermeable para protegerse de ella. O quizá por eso lo hace, para mojarlos a todos por negligentes.
En mi ciudad poco llueve. Sólo en las tardes de mayo y de septiembre. Entonces, las calles se vuelven ríos, y los cielos torrentes.
La lluvia, cuando cae por la tarde, es bendita, porque alivia el calor del día. Sólo moja la tierra y al despistado que osa caminar sin tomarla en cuenta.
Otras veces llueve todo el día. Entonces es simple llovizna, pertinaz, perseverante, que no se va hasta mojar a todos.
A veces llueve por las noches. Esa lluvia es asesina, porque sorprende a muchos y los embarca hacia el más allá.
Así es la lluvia en mi ciudad. Prefiero la de la tarde, la que llega y nos acompaña con el café, con la plática, con las anécdotas.
Entonces sí, me gusta ver llover y no mojarme.
Septiembre 9 de 2009
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