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Crónicas de la Nada

Habaneciendo

Habaneciendo

Habanece en la ciudad.

Una suave llovizna amenaza a aquellos que buscan resolver la vida diaria. Todos corren para ganar unos pesos que quizá sólo permitan sobrevivir el día.

La vida es ingrata en La Habana. La Perla del Caribe luce descuidada, sucia, maloliente.  Es la resaca que brota por todos lados. La fiesta acabó y vienen sólo los recuerdos. Pero aún bajo esos jirones, la ciudad es hermosa. Como su hospitalidad, como sus mujeres, como su música y su ron.

Plaza Fraternidad. El nombre invita a divagar. Es el amanecer, y todos caminan aprisa, sin hablar, sin preocuparse por quien va al lado. Igual que en cualquier ciudad del mundo.

Me veo dibujado en ellos. Así me vería si fuera mi ciudad.

Pero esta es mi otra ciudad, la que visitas cada vez que puede puedes, aunque no puedas tanto como quisieras. A la que enamoras y seduces, pero con la que no puedes quedarte toda la vida. Ella siempre me acoge con amor, no cuestiona mis salidas, y me recibe  como si apenas me hubiera ido ayer.

En sus amoríos, permite que vaya viendo  sus desnudeces, sus pobrezas. Sin inhibiciones, sin vergüenzas, sin falso pudor, valiente por la belleza que siempre existe en ella, aún en la resaca mañanera.

Por eso siempre regreso a ella. Imposible no amarla. Es una ciudad llena de sorpresas. En cada rostro, en cada vida, puedo encontrar una.

En eso pienso mientras veo la gente caminar con esa prisa fingida que asumimos para ir a trabajar. Yo descanso, sentado en la vieja banca del parque. Los miro buscando una historia en cada rostro, en cada paso.

Frente a mí. un viejo auto espera pasajeros. Una sonrisa enorme surge del fondo del almendrón. Es una sonrisa clara, diáfana, acrisolada en el tiempo. Sincera, alegre, llena de vida.

La sonrisa se topa con una mirada que la despide, que la espera. Se ve que la noche ha sido larga, aunque el brillo de sus ojos borra las ojeras que la desvelada –y la vida- han dejado en el bello rostro. Otra sonrisa le corresponde, y en las miradas se da la conexión universal que sólo el amor proporciona. Una noche, unas horas, han bastado para aliviar la larga espera. No hay preámbulo, no hay futuro, sólo presente.

La vida podría no lograr trascender el mañana. Miles de fantasmas amenazan ese cruce de miradas, pero los ojos negros vencen todo. Es su costumbre, siempre avante de las circunstancias, de la fatalidad, de la espera, el abandono, la soledad. Una sonrisa lanza el desafío a la vida. Nada hay que no se pueda  vencer.

La otra mirada se posa en sus labios, recorre el rostro deseoso de mancharse del carmín que enrojece hasta la locura la boca que seguramente recorrió toda la noche. No importa el desvelo que se adivina en su ropa, en su cabello despeinado, en su camisa arrugada. La felicidad se nota en ambos rostros, y contagia a quienes los rodean.

Ella dice adiós, pero el auto no arranca. El vuelve a ella, le toma la mano, y el contacto con la piel es una muda promesa de amor. Nada separa las miradas. Es una conexión que trascenderá seguramente la distancia, el tiempo, los convencionalismos. Es amor, indudablemente.

Al fin, el viejo coche logra vencer su antigüedad y las llantas ruedan sobre el asfalto. Un último beso brota de los labios femeninos y hace blanco en la boca ansiosa del amado.

Ella dice adiós, y parte. Me preguntó si se volverán a ver, y qué noche los espera. La mano se pierde en la distancia, entre las viejas construcciones maltratadas por el mar. Ella se va, él se queda.

Es la vida. Quizá mañana, en otra historia. Por ahora, ella se va, él se queda. Quizá mañana, él se vaya, y ella esperará.

1 comentario

Emily -

Enamorar y Seducir...

Gracias por trasportarme hasta ese lugar que tanto quiere: Cuba, bella sin duda.
Y, se antoja conocerla personalmente.

Felicidades!!!