La redondez de la esperanza
Fue un impulso inexplicable. Ahí estaba, porque sí, nada más porque sí.
Era de redondeces suaves, vestida con colores brillantes. Rojo y blanco. El blanco como soporte al rojo de los pentágonos que la circundaban.
Mentiría si digo que me mando un guiño o me lanzó una sonrisa cautivadora. No, solamente ahí estaba, suficientemente atractiva como para que me fijara en ella, aún entre todas sus hermanas que vestían igual.
Una pelota, simple pelota, redonda, suave, con cuerpo de esponja y alma de niño. Un juguete en espera de una sonrisa infantil y unas pequeñas manitas que la acaricien torpe, pero cariñosamente.
En la vida de todos siempre hay un niño en el futuro. O una niña. Es la preservación de la especie, pero también nuestra proyección al futuro. Es la motivación de la humanidad.
Si no existiera ese futuro, el mundo sería un mar de conformismo, pero la nueva generación nos alivia del egoísmo crónico que la vida nos provoca.
Esa pelota, es el símbolo de esa nueva generación que llegará a tomarla con manitas torpes e inexpertas, sin saber a ciencia cierta para qué puede ser útil algo que no es comestible cuando se lo lleve a la boca.
Mil trabas puede poner la Vida. Mil opciones para que algo salga mal. Pero la Vida también me ha enseñado que aunque haya una sola posibilidad de éxito, siempre hay que aferrarse con fe.
No es perfecta la pelota. La unión entre las dos mitades tiene algunas protuberancias que se le escaparon al comité de calidad.
Pero tampoco hay que ser tan exigente. Esos pequeños detalles, nimios en realidad, le dan un toque de personalidad propia.
Tampoco la vida es perfecta. Tampoco esos bebés que llegarán a formar una nueva generación. Tampoco esos papás que los formarán. Pero unos y otros son únicos, y eso basta para que valga la pena intentarlo.
Todo eso me dijo con su presencia esa humilde pelota de esponja, que costaba exactamente el valor de la única moneda que mi amnesia empobrecedora me dejo en el bolsillo.
La compré, y mientras acariciaba su suave redondez, sentí que la pelota, en su redondez de esperanza, se había convertido en un símbolo de fe en el futuro.
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