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Crónicas de la Nada

Adán el rey

Adán el rey

Mucho tiempo extrañó Adán las comodidades del Paraíso.

Allá no tenía que trabajar, le bastaba estirar la mano para hallar alimento, no gastaba en ropa, se levantaba a la hora que quería, se acostaba cuando le daba sueño, así fueran las diez de la mañana. Era feliz.

Acá, en cambio, sólo el nombre tenía de Paraíso, y porque él insistió en llamarlo así. Todo era problema, todo representaba un esfuerzo, todo era complicado. Y no conoció el burocratismo del gobierno, porque todavía no se inventaba.

A veces se fastidiaba e intentaba huir. Ese era su castigo, que ahora vivía en una prisión, donde la tortura eran las responsabilidades y la carga de trabajo. O hacía las cosas o no comía.

Y Eva, que a veces tenía una duplicidad o multifacetas en su carácter. Como podía estar feliz, podía estar molesta y Adán ni se enteraba por qué.

Un día, decidió huir, y se lo platicó a Serpiente, exiliado igual que él.

-          ¿A dónde vas a ir?

-          No lo sé- Adán era sincero, no sabía, sólo quería huir.

-          No hay a donde. Y aunque lo halles, será igual.

Serpiente era sabio. En su juventud fue astuto, pero en su madurez logró ser sabio, y hay quien dice que supo más de viejo, por viejo, que por lo diablo que había sido.

Adán era más inocente en ese tiempo, tardó mucho en ser sabio y lo fue porque vivió muchos años. Casi mil.

En fin, que esa vez, se quedó pensando. Cierto, no tenía a donde ir, pero ya lo había anunciado. Cómo echarse para atrás.

Serpiente vio la duda en sus ojos. Y comprendió. El orgullo lo empujaba.

Pero Adán era su amigo, y encontró la solución.

-          Recuerda, Adán, que para el hombre, su hogar es su castillo, como sea. Y que quienes viven en él necesitan que los defienda.

Adán no tenía ni idea de que era un castillo, pero le gustó el concepto,  y se quedó.

Ahí era rey, y eso bastaba.

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