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Crónicas de la Nada

El reencuentro

El reencuentro


Salvo por las canas, algunas arrugas que ya despuntan en el rostro, el pelo escaso, el maquillaje cómplice en las mujeres, todo lo demás parecía igual que hace treinta y tantos años.

Las mismas bromas, las risas espontáneas, los recuerdos. Los juegos de mano, el mismo machismo presuntuoso ante los amigos.

Sólo que entonces eran unos adolescentes que asomaban al mundo, desde el interior del cascarón de la infancia, y hoy, son gente madura, con hijos grandes, algunos incluso abuelos, que ya tienen su vida hecha. O desecha y recompuesta.

Algunos no se habían visto desde que salieron de la secundaria o la preparatoria. Por eso el primer juego era adivinar quién era aquel hombre o señora que llegaba con cierta incertidumbre, y poner a prueba la memoria para recordar el nombre completo.

Hay quienes no han cambiado mucho. Traen la misma sonrisa, el mismo gesto. Pero otros sí. En el camino, la vida los transformó. Aquel adolescente andrajoso que jamás dejó los tenis y las playeras, ahora es un tipo formal en su vestir.

El que nunca traía para la comida del recreo, ahora saca sin dudar la cartera para pagar la cooperación para ir por más cerveza. La chica delgada e insegura, se transformó en una mujer de amena y diplomática plática.

La vida los fue cambiando, generalmente para bien. Todos andan por senderos distintos, aunque algunos alcanzan a cruzarse de vez en cuando, o casi todos los días, otros simplemente desaparecieron hasta ese día, el de la gran reunión.

El espíritu no envejece, definitivamente. Al reunirse con sus compañeros de adolescencia, se les despertó el mismo brillo travieso con que miraban en los pasillos de la escuela el paso de las chiquillas flacas y sin formas.

Se les despertó la alegría del juego de manos con los amigos, la broma de agresiva hermandad, y la solidaridad que existe entre toda familia, aunque no haya lazos de sangre.

Aquí hay otro tipo de fraternidad, forjada con travesuras, angustias juveniles, estudio, castigos escolares comunes, sueños compartidos. Por eso el tiempo no borró los recuerdos, y sí fortaleció su relación a pesar de no haber se visto en más de 30 años.

Fue una reunión de amigos, de adolescentes casi cincuentones. E igual que entonces, la jornada desembocó en un relajo que trascendió las horas y las paredes, aunque ahora no hubo maestro que los reprendiera.

Sólo una casera que los invitó a no volver con su desorden jamás.


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