Ella y él
Ella y él
Por Francisco Zúñiga Esquivel
Para Eva Pérez, su mundo completo cabe en una cama, en una silla, es un cuarto.
Su mundo entero es Adán, y lo demás no importa. Puede faltarle todo, pero mientras lo tenga, es feliz.
A ella no le interesa ni tener amigas, ni conocer otros lugares, ni saber porque las gallinas ponen huevos y no asteroides. Todo gira en torno a Adán, aunque a veces se enoje con él, y él sienta que sólo el odio los une.
Para Eva el amor tiene mil caras. Y todas son caprichosas, veleidosas. Cambia en un instante, y olvida el momento anterior.
Eva quiere que Adán esté en todo. Que le fabrique una mesa diferente a todas, que le revise las cortinas, que le traiga ese fruto tan dulce que a ella le gusta.
Así es su vida. Así quiere que sea.
Adán no. A él le gustaría recorrer los caminos sin prisas de tener que llegar a casa antes de la cena. Le encantaría perderse dos o tres días siguiendo el riachuelo donde viven los peces que le gustan a Eva.
Quisiera pasar la noche fuera, viendo las estrellas, en total soledad.
Le gusta pasar la tarde con amigos, emprender torres de Babel y andar libre.
No lo hace, porque sabe que eso a Eva le enoja. Entonces, él se controla y regresa a casa, y hasta finge que le gusta, por responsabilidad.
Si ve un fruto dulce y se acuerda, se lo lleva, pero no siempre es su prioridad. Pero finge que se acordó, para tenerla contenta.
Para él lo rojo es rojo, y lo verde es verde. Así de simple.
Siempre, Eva le pregunta si la quiere. Y a veces, qué haría por ella.
El dice sí a lo primero, y luego calla, como si pensara.
Y piensa. No en lo que haría por amor a ella, sino en lo que no hace, por ese mismo amor.
Mayo 3
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