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Crónicas de la Nada

Equilibrio natural

Equilibrio natural



Sentado en una plaza viendo como la gente va a su vida normal, cuenta a llover.
El agua cae como una pelusa y resalta sobre la parte oscura de los añosos arboles del lugar.
Hay vegetación por todos lados, espectáculo verde gratuito para los pocos que tenemos tiempo de ver las prisa de los demás.
El ocio es la madre de todos los vivos y lastre de muchas virtudes. Pero también resucita cuando el cansancio y la rutina se vuelven crónicos.
Sentado, disfruto mi ocio sin cargo alguno de conciencia. Ya vendrán los días en que mi prisa impedirá disfrutar del paisaje urbano. Va vendrán panoramas grises de cemento, sin ese verdor que aquí encuentro. Por ahora, disfruto viendo la pelusa de agua caer.
La gente saca sus paraguas. El que trae, porque la mayoría apenas alcanza a agachar la cabeza, como si la vista del suelo fuera suficiente para proteger de la lluvia incipiente, que no se decide a caer del todo.
El sol se resiste a esconderse, quizá maravillado de como la vida siempre brota de nuevo.
Curioso, volteo a ver que es lo que ve el sol, y descubro que soy el equilibrio de la naturaleza. A mi derecha llueve, suave pero persistente.  Mi izquierda, el suelo está seco, como si la lluvia no fuera cosa de él.
La gente ni percibe que a dos metros, a su espalda, otra gente apresura el paso para no mojarse demasiado. Su único estrés es la incertidumbre de cuándo pasará el camión que los llevará a sus deberes diarios. Siguen pensando, sin saberlo siquiera, qué van a comer ese día, qué van a tener ese día, qué van a sentir ese día que apenas comienza.
Cada quien tiene lo que puede, y lo que sabe apreciar. Dejo que la rutina los arrastre, yo prefiero rendirle tributo a Natura, ese regalo divino que me premia con esa curiosidad de ser el punto de su equilibrio.

Octubre 2 de 2012


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