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Crónicas de la Nada

El Milagro

El Milagro

 

Fue arduo el trabajo, y de varias tardes.

Ese sábado, lo que pensaron serían unas horas, se convirtió en una jornada de doble turno. En los días previos, habían pedido ropa, juguetes y zapatos entre sus amigos, para ir a repartirlos en una pequeña población de 18 familias, adecuadamente llamada El Milagro.

En la visita previa, encontraron que esa gente vive de milagro. En medio de un páramo, con la nada como vecina, adultos y niños han aprendido a arrancarle minutos de vida a esa tierra, a base de esfuerzo, sacrificio y estoicismo.

Un poco de ropa, algunos víveres, y la solidaridad de los otros, podía aliviarlos un rato. Fue como comenzaron a trabajar, buscando entre amigos y familiares, aquellos que ya no ocuparan y que pudiera servir.

Volvió a revivir el paradigma de que lo que para uno es basura, para otro es un tesoro. Los pantalones abandonados pasaron a ser más valiosos que los exhibidos en los aparadores de Nueva York, y los zapatos, más codiciados que los que desfilan por las pasarelas.

Unos días antes, todo parecía irse al caño del drenaje. No fluía ayuda. Así, resignados, decidieron empezar a clasificarlo el sábado por la tarde, víspera de la visita.

Nadie supo cómo, pero se llenaron las 18 bolsas destinadas a las 18 familias. Hubo que llenarlas de nuevo.

Con los poquitos víveres, se hicieron paquetes que milagrosamente alcanzaron para todos. Cuando estaban terminando, llegó un nuevo donador: traía 18 despensas que se sumaron a las otras.

La jornada se volvió larga, pero todos alcanzarían, incluso las familias de pueblos vecinos, que llegan también en busca de lo que le regalen. Algunos necesitan más, otros menos. Pero entre ellos, definitivamente, ricos no hay.

El domingo llegó, y todos partieron. Algunos nunca habían visitados esos lugares, donde el único entretenimiento es mirar los cerros, tan lejanos como la prosperidad.

En medio de la nada, encontraron la gente, que se aglomeró ante ellos, esperando el regalo. Los que no se acercaron fueron los que ahí vivían. A ellos siempre les llevan, y siempre se quedan con nada, porque la gente de los pueblos vecinos se adelanta y se lleva lo mejor.

Por eso la gente El Milagro siempre es pobre. Porque hasta los pobres les quitan lo poquito que les llega.

Esta vez no. Cada familia se llevó ropa para todos. Una niña, de la mano de su mamá iba feliz. Igual que todos, alcanzó juguete. Era una muñeca algo despeinada por los juegos bruscos de su primera dueña, pero era tan bonita como su ilusión.

Su rostro radiante fue las mejores gracias que el grupo recibió.

Volvieron a casa, cansados, pero conscientes de que el milagro se repitió. Por mucho que dejaron, ellos se llevaron el regalo más grande.

Lo llevaban dentro de su corazón.

 

 

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