La enseñanza
El tipo nos dio muy amablemente los buenos días con una dicción medio ininteligible.
Quizá por eso sus siguientes palabras se perdieron antes de llegar a nuestros oídos, y se esparcieron entre la indiferencia y el olvido. Era tarde para llegar al evento. HabÍa que evitar pérdida de tiempo, acelerar el paso y encontrar pronto el lugar.
Nos detuvimos, indecisos, al inicio del enorme corredor de esa escuela universitaria. Ningún letrero orientaba a los desorientados. No había más opción que preguntar, porque si preguntando se llega a Roma, debe ser mucho más fácil llegar a un auditorio universitario.
No había nadie más a la vista en aquel vasto recinto. Sólo el hombre aquel, con su escoba en la mano, que seguía viéndonos mientras caminábamos, sin saberlo, a la nada. Volvimos sobre nuestros pasos para preguntarle por el lugar que buscábamos.
Sin afán de reproche, pero sin dejar de hacernos notar nuestra soberbia, nos dijo suavemente que ahí no encontraríamos nada. Nuestro destino estaba lejos, en la otra esquina del campus.
- Por eso les pregunté, porque están viniendo muchos a preguntar.
Nadie es profeta en su tierra, pensé, pero el lugareño siempre conocerá más rincones que el extranjero.
Todos los días se aprende algo nuevo. Esta vez, aprendimos donde está el auditorio B, y recordamos -lo que implica aprender lo olvidado- que hasta el más humilde sabe más que nosotros en algún tema.
Y también aprendimos que la única manera de aprender todos los días es aceptar hacer el rídiculo desde temprano.
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