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Crónicas de la Nada

Las naranjas

Las naranjas

Cada dos o tres sábados, había en casa varias bolsas grandes, llenas de naranjas.

Redondas, de buen tamaño, muy anaranjadas, dándole dignidad a su nombre. A veces venían toronjas, coloradas con las mejillas de quienes las cortaban. Siempre jugosas y sabrosas.

No había límites, coman lo que quieran, decía papá, quizá conocedor del diente afilado que teníamos los cuatros varones de la familia.

Por más que fueran las naranjas, duraban tres o cuatro días. Nunca completaron una semana en casa.

No nos preocupaba que se acabaran. Ya volvería el papá con más cualquier día de esos.

Con el tiempo he visto que la vida era como esas naranjas. De niño la consumes sin recatos, de adolescente, la desperdicias sin temor, de adulto, la vives con cautela, en la edad madura la valoras, y en la vejez, la extrañas.

Porque a diferencia de las naranjas, nadie te traerá más minutos, más horas. Ni una partícula de tiempo.

Todo tiempo pasado fue mejor, dicen los viejos. No, el mejor tiempo es el actual. El pasado se fue, y el futuro quizá no lo viviremos. Quien vive de recuerdos, se quedó en el pasado. El que vive ya el futuro, vive en una esperanza que puede ser cruel si no llega. Y no llegará si no trabaja ahora en ella.

Sólo tengo un segundo a la vez. Nadie me asegura que mis dedos podrán llegar hasta la tecla que marca el punto final de esta crónica de la nada. No sé si el sol brillará para mí esta tarde. No sé si mañana existe en mi agenda.

Vivo hoy, el momento. Si logro traspasar el umbral del futuro, para convertirlo en hoy, este momento será un bonito recuerdo.

Como el de las naranjas de mi niñez.

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