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Crónicas de la Nada

Cada quien su interés

Cada quien su interés

Los papás felices porque de la nada, había surgido una casa que ahora les entregaban.

Unos meses antes, un huracán llenó los cauces del río a cuyas orillas vivían, y Elena y Santos se quedaron sin nada.

Los cauces se volvieron fauces que devoraron todo.

El amanecer los sorprendió con los pies hundidos en el lodo, sin más pertenencias que la ropa mojada que vestían, sin amigos en la ciudad, con el corazón lleno de angustia y sin una respuesta al qué vendrá.

La lluvia seguía cayendo, y las gotas de agua corrían por sus rostros, confundiendose con esas lágrimas de impotencia que tampoco podían detener. Las tragedias siempre le pegan más duro al más pobre, y Elena y Santos eran pobres entre los pobres.

Pero la solidaridad humana hizo brotar, como arte de magia, una casa parecida a la de sus sueños. En su humildad, no ansiaban un palacio, sólo cuatro paredes blancas, de concreto limpia para llenarla de ilusiones. Una casa como las tantas que Santos construía cuando salía a trabajar de albañil cada semana.

Ahora la tenían, sólo por ser damnificados. Felices, tomaron la llave. Sólo Adrián, su hijo de cuatro años, no estaba feliz.

¿Por qué, Adrián? ¿por qué no estas contento?, le preguntóa la señora tan amable con sus ojos azules y su pelo rubio, tan distinto a la de la Elena,

El niño, regordeto por los genes indígenas que cargaría toda la vida y dejaría a sus descendientes, abrió más los ojos, y respondió, con simpleza:

- Porque en la otra casa, yo tenía una pelota. Y aquí no.

Todos rieron, menos el niño. Cada quien tiene sus propios intereses.

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