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Crónicas de la Nada

Gourmet

Gourmet

Cada vez que alguien ofrece requesón, recuerdo inevitablemente una tarde en el camino a Ameca, Jalisco.

Veníamos de un pueblito con nombre de pescado, y muchas casas blancas con techos rojos de teja. Huachinango se llamaba.

Era un espectáculo para la vista, y para los recuerdos.

Fue una de esas andanzas de la vida que caen por casualidad, y que a los 17 años aceptamos sin preguntar. Vamos, te dicen, y te vas.

A medio camino, todos con hambre, el líder de la caravana se detuvo ante un ranchero que ofrecía sus quesos. No supimos que negoció con él, pero nos llamó a comer, y los adolescentes, siempre con hambre, nos acercamos sin pena alguna a devorar lo que hallamos.

Nos dieron requesón con agua de una cascada cercana. Agua fresca, límpida, tan transparente como nuestro espíritu de entonces.

Nunca probamos comida tan deliciosa. Nunca he encontrado esa combinación perfecta de hambre permanente, ambiente campirano, compañía agradable, comida simple, sazonada con la aventura de viajar solo a tan corta edad.

Eso eliminó para siempre la posibilidad de volverme un gourmet. Ahora disfruto las comidas simples, a veces de cosas tan simples como un pan relleno de frijoles, huevo y aguacate.

Disfruto los tacos recalentados en un comal de hojalata, en el rincón de una construcción cualquiera, con la misma delicia que un rib eye en el mejor restaurante.

Será que realmente lo que disfruto es la vida.

 

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