Mis juegos
Tengo una armónica que a veces se pierde, pero algunas tardes me sale al camino, y exige ser tocada, aunque las notas que salen son inarmónicas y a duras penas se adivina una melodía coherente.
A veces hace pareja con la guitarra, que no se encela cuando se queda sola, dentro de su estuche, por semanas enteras, y siempre está solícita y ansiosa de ser abrazada y tocada alguna noche de bohemia improvisada.
También tengo una cámara fotográfica que en otras épocas habría servido para ganarme la vida, pero ahora, es sólo para mostrar mi óptica de la vida, de mi ciudad, de mi paso por el mundo.
Un balero, de esos tradicionales, distrae mi atención a ratos, y un telescopio me deja ver de cerca la Luna, mi cómplice, eterna enamorada.
La navaja mágica hace milagros, porque con ella se puede arreglar cualquier cosa, desde una manguera que tira agua, hasta el mueble que se le aflojó una pata.
Son mis juguetes, los que me entretienen en esta segunda infancia que se aferra a vivir conmigo.
Cuando era niño, jugábamos al béisbol, a los carritos, a los vaqueros, a los pilotos de autos, a un sinfín de juegos donde el principal ingrediente era la imaginación.
Ahora, la imaginación sigue, pero los deseos se van cumpliendo, con pequeños artefactos que en ese entonces eran eso, deseos, y hoy, el bolsillo tiene los recursos para adquirirlos, aunque la verdad, casi todo llega en Navidad o en los cumpleaños, como una muestra de cariño de quienes me aman a pesar de mis defectos y caprichos.
Ahora veré las estrellas, quizá descubra algún cometa, y tal vez –sin pensarlo- descubriré algún secreto pudoroso en una de las tantas ventanas lejanas que ahora estarán cerca.
Más no es el fin. Lo que importa es que podré seguir jugando, como cuando era niño, y eso me mantendrá joven por siempre.
0 comentarios