Valentía
Un montón de gente se amontona en una esquina. Esperan con ansiedad un camión que los lleve a su trabajo.
Ya no es tan temprano. El tiempo se consumió en la espera.
Por la avenida, cientos, quizá miles de coches avanzan a vuelta de rueda. La vialidad destruida de la ciudad no los deja avanzar más.
La gente espera. Muchos de ellos nunca han tenido coche, y tal vez no lo tendrán. No lo desean, a decir verdad.
Todo lo que quieren es que su transporte llegue. Tienen que llegar a tiempo a su empleo, al taller, a la oficina, a la escuela. Cada uno tiene un destino distinto.
Se ven preocupados. Saben que en cualquier camión puede ir una banda de asaltantes.
O que en una esquina cualquiera puede surgir una balacera.
Si entran a una tienda, les puede tocar un asalto. O ver como le roban el vehículo a alguien a punta de pistola o fusil de asalto.
Es un panorama que asusta, pero ya no sorprende.
Y sin embargo, ninguno de ellos se queda en casa. Todos salen a la hora adecuada, y van a trabajar, a estudiar, a pasearse.
Enfrentan el temor y la estadística que los aprisiona. Luchan con el arma del trabajo contra la situación que los ahoga, que les exprime el bolsillo, y les saquea la esperanza.
No hay crisis, ni económica ni delincuencial, ni política, n i de ningún tipo que los detenga.
El ejemplo arrastra. Ninguno de ellos se va a ir a vivir a otra parte.
Aquí nacieron, aquí crecieron, aquí vieron nacer a sus hijos y aquí tienen sepultados a sus muertos.
La ciudad es su vida, nuestra vida.
Hoy Monterrey sufre por unos cuantos de sus hijos que la violentan.
Los demás sufrimos con ella. Y con ella saldremos adelante.
Porque sabemos vencer al miedo y la angustia que corroe la existencia.
Traemos la valentía en los genes, y la fomentamos día a día, luchando por recuperar lo perdido a fuerza de trabajo y de ahínco.
Sin violencia ni resentimientos.
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