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Crónicas de la Nada

En tierra de mancos...

En tierra de mancos...

En ese pueblo nadie tenía sus dos manos.

Hombres y mujeres sanos, llenos de vida, con el ánimo corriéndoles por las venas, pero con las mangas de sus camisas colgando sin vida.

Iban de un lado a otro, sonrientes, como si la mutilación de su cuerpo fuera algo congénito, algo a lo que te resignas porque nunca supiste cómo es la vida de otro modo.

Nadie tenía su mano. Y sin embargo, habían aprendido a no dejar ni el mínimo detalle sin resolver. La carencia de manos y de dedos, por tanto, no les afectaba.

Hasta se veían felices.

Era un reino de mancos, donde nadie era rey.

Entre tantos, siempre hay alguno que sepa contar una historia.

Al fin apareció. Contó que aunque aparentemente todos estaban felices, había muchos amargados, porque la falta de una mano los encadenaba a esa comunidad, donde podían pasar desapercibidos en sus carencias, pero donde definitivamente no era el lugar donde querían estar.

-         ¿Cómo se quedaron sin manos?- la pregunta quiso ser amable, pero era tan directa, que inquietaba.

“Todos aquí –comentó el interlocutor- fuimos un día hombres y mujeres de trabajo, jóvenes y llenos de proyectos. Creímos que el éxito era trabajar y trabajar, y así emprendimos el camino hacía él.

No era así. El trabajo excesivo no garantiza nada más que quedarse sin las cosas esenciales de la vida, como es la familia, los amigos, los buenos momentos simples pero tan satisfactorios y que forman esa cadena de recuerdos que uno atesora para el futuro. Se vuelve un vicio, tan dañino como cualquier vicio.

Todos tuvimos un jefe que pensaba igual, que nos exprimía en el tiempo. Y siempre, cuando uno flaqueaba, él nos decía: No sea malo, écheme una mano.

Fue así como todos nos quedamos sin una mano, por darle la mano al jefe”.

Triste historia, sencilla como las buenas historias.

-         ¿Hay rencor?- Ya entrados en gastos, es fácil seguir gastando.

-         No, porque un día –y antes de decirlo sonrió ampliamente- llegará él, y como era jefe, tuvo que echarle una mano a sus jefes y patrones. Si nosotros perdimos una mano por él, él perderá las dos por sus jefes. E igual que a nosotros, su única recompensa será una patada en la cola”.

Cierto. Será un pobre hombre sin manos. Y su castigo será que entonces, cuando más lo necesite, ya nadie podrá echarle una mano.

 

  

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