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Crónicas de la Nada

Amor mañanero

Amor mañanero

Seis de la mañana de un lunes cualquiera.

Bastante difícil fue abandonar la cama en las horas en que el sueño se vuelve más reparador.

El café que llena el inseparable termo me anima a iniciar el día, que no se antoja peor ni mejor que otros. Es simplemente un lunes, lleno de interrogantes, aventuras, experiencias por vivir. Un día pleno de interrogantes por resolver.

Ya a bordo del auto, circulo por las calles eludiendo bordos, coches mal estacionados, y las sombras que juegan a confundir en los cálculos.

Al dar vuelta a una calle, un par de ojos brillantes rompe la penumbra del amanecer. A baja altura, es fácil adivinar que es un perrito, y cuando las luces del coche lo iluminan, lo confirmó.

Es un perro peludo, de esos simpáticos que siempre usan de modelo para las caricaturas. Está parado en medio de la calle, con una expresión de angustia.

Que más da, pienso, si estos perros siempre tienen esa actitud. Enfilo el coche directamente hacia él, pero no se mueve. Ni cuando quedamos a corta distancia. Sigue ahí, inmóvil, viendo como la muerte rueda hacia él.

No es para tanto. Al ver que no reacciona, frenó y bajó más la velocidad. Entonces, el perrito hace un leve movimiento, y descubro la verdad. Ya no es un par de ojos, sino dos pares de ojos.

Una perrita, tan lanuda como él, pero de menor tamaño, me mira en la angustia de quien nada puede hacer. Los dos, unidos literalmente por el amor mañanero que acaban de prodigarse, tratan pudorosamente de huir, pero no pueden. Si en el amor coincidieron en la dirección, en el divorcio cada quien estira por su lado.

No hay problema, pienso. Dejemos a los amantes gozar su momento de turbación y volvámonos cómplices de su amor.

La vida da tantas vueltas, que nunca sabe uno cuando podamos estar en una situación igual.

Más humana, claro.

  

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