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Crónicas de la Nada

La mujer y la rosa

La mujer y la rosa

 

 

La mujer y la rosa

 

El viento me recuerda que el invierno aún reina en mi ciudad.

El abrigo no cubre lo suficiente del aire frío que corre en el lugar donde esperamos la noticia. Cala como un abrazo de alambre de púas.

Con paciencia esperamos. Será solo un par de segundos el tiempo que tendremos para captar la imagen que nos pidieron. Un par de segundos, lo que significa que habrá que apelar al instinto para preparar la cámara en el momento justo anterior. Si falla el instinto, falla todo.

Hay tiempo, según nuestro instinto, de ir a cenar y volver, pero nadie en su sano juicio lo haría. Es una guardia permanente.

Dos chicas pasan a nuestro lado, y nos miran con curiosidad. Ven la parafernalia que siempre traemos. Gritamos visualmente a los cuatro vientos en qué trabajamos y qué hacemos, y no es difícil identificarnos. Una arriesga una mirada hacia nosotros y la otra nos sonríe impunemente. Chicas agradables, estudiantes que lleven la belleza de la juventud.

Abrazan sus libros contra el pecho y siguen su camino, satisfecha su curiosidad.

Más atrás, una mujer camina, pero no nos toma en cuenta. Ya no es joven, y quizá nunca tuvo en su rostro la clase de belleza que inspira a los pintores a crear sus cuadros y a los poetas a escribir sus canciones y poemas.

Una sonrisa cubre su faz y le da una luminosidad perceptible aún para ojos menos duchos. En sus manos lleva una rosa, roja como la pasión que arde en su mirada y como el rubor que delata sus mejillas.

No es el prototipo de la hermosura, pero el sentimiento que anida en su corazón la embellece.

Porque el amor no siempre tiene el rostro de una joven bella.

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