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Crónicas de la Nada

Las estrellas

Las estrellas

Ando buscando las estrellas.

Así me dijo la mujer, casi como disculpa mientras empujaba el montón de carritos en el estacionamiento de un supermercado.

Quizá pensó que iba a reprimirla por estorbar el paso.

Una mujer de edad mediana, vestida con esa ropa impersonal que les da una figura anodina, casi anónima, como si buscaran hundirla en la humildad total, ubicarlas casi como servidumbre del cliente.

No las alcanzo a ver,  me dijo, mientras yo bajaba de mi auto, encaminado a gastar en media hora lo que quizá ella no gana en toda una semana.

Alce la vista al cielo antes de responder. No se veían las estrellas, porque las luces de la ciudad, tan intensas en ese lugar, las opacaban. Las ocultaban igual que su uniforme ocultaba la personalidad de esa mujer.

No se ven, le dije, porque las luces las apagan, las ocultan de la vista.

No me hizo caso. Siguió escudriñando el cielo en la búsqueda de las estrellas, quizá para anclar alguna ilusión que le hiciera más amable su vida.

Le ayudé, que más puede uno hacer cuando se enfrenta a semejante sensibilidad. Tal vez era una poetiza anónima, de esas que nunca han escrito un verso, pero lo sienten y lo expresan sólo pensamiento, temerosas de que alguien académico destroce su inspiración.

Hay que irse a donde no haya tanta luz, le dije finalmente. Apenas y alguna estrella brillante podía competir con el farol que se alzaba en medio de ese lugar.

Algo se rompió en esperanza. No había estrellas que alegrarán su noche de trabajo.

Y entonces recordé un verso perdido en mi memoria. Si de noche lloras por el sol, no podrás ver las estrellas.

No busque las estrellas, le recomende finalmente, vea la luna llena, qué hermosa nos regala su presencia.

Y ella sonrió.

 

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