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Crónicas de la Nada

El Salto

El Salto

Por puro gusto, salta desde la mitad de las escaleras.

Viene bajando, y de pronto, di ce: detenme esto. Y entrega lo que lleva cargando.

No es por pereza, sino para saltar con libertad. Se lo gana con sus 16 años, su despreocupación ante lo que pasa en el mundo –y en su vida- y la seguridad de que hay alguien que vela por él.

Los seis o siete  escalones se desaparecen ante su salto. Sus rodillas resisten perfectamente el golpe, y una sonrisa de satisfacción se dibuja en su rostro casi infantil.

En su imaginación, acaba de saltar en un paracaídas desde un avión. O tal vez su brincó lo inició en un edificio de cien pisos, y lo terminó en otro de 50.

La realidad en nada corresponde a lo que pasa por su mente.

Abre las manos como si acabara de ejecutar un acto en un trapecio, y luego toma lo que llevaba y sale corriendo por las siguientes escaleras.

Va feliz, por lo que logró.  Y su padre, sonríe, también feliz, recordando los tiempos en que hacía lo mismo.

Ya no puede hacerlo, porque las rodillas cobran la factura y el sobrepeso lo adhiere a la tierra.

No importa. Ya tiene un heredero de las inocuas locuras juveniles que hacen más agradable el camino hacia la adultez.

 

 

 Marzo 26 de 2010

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