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Crónicas de la Nada

Los amos

Los amos

Desde el principio, Adán Pérez se consideró el rey de la creación.

Nadie escuchó que Dios le haya dado ese puesto, pero él convenció a todos. Era fácil creerlo, pues definitivamente era más inteligente, podía caminar en dos piernas, y hasta asumir las características principales de los demás.

No tenía la fuerza ni las garras del león o el tigre, pero aprendió a fabricar cuchillos afilados como garras. No tenía la fuerza del elefante, pero con cuerdas y palancas pudo mover lo mismo y hasta tumbar árboles.

Supo transformar la tierra, dominarla y obligarla a dar el fruto que él quería, algo que ningún otro animal pudo entonces ni en el futuro.

Adán comprendía el por qué de las cosas. Aprendió a preguntar, a indagar, a sacar conclusiones.

Podía pasarse horas viendo las estrellas, preguntándose si eran bolas de fuego, de gas, o simples globos de colores. Así aprendió que los astros llevan un camino definido, y los hijos de Adán pudieron fijar las mejores fechas de cosechas, primero, y así inventaron el tiempo.

Los hijos de Adán heredaron esa inteligencia, y mientras los demás animales huían a selvas lejanas o a las partes inaccesibles de las montañas o se hundían en el fondo del mar para evitar el dominio de esos descendientes, ellos terminaron por dominar el mundo, inventando máquinas que los hicieron más rápidos que el guepardo, casas más grandes que las montañas, y aparatos que los llevaron mucho más alto a que lo que cualquier águila imaginó alguna vez.

Los animales fueron su instrumento, su comida y su recreo. Adán, a través de sus hijos, Los dominó a todos y olvidó que alguna vez compartieron penas en el paraíso.

 Era sin duda el amo de la creación.

Sólo algo no pudo dominar. A Eva. Ni él ni sus hijos.

Las hijas de Eva no dominaron al mundo, pero dominaron a sus hombres. Y consiguieron lo que quisieran.

Y los hijos de Adán ni cuenta se han dado, y siguen pensando que ellos son los amos.

 

Septiembre 6 de 2009

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